La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XXIII: EL ÚLTIMO RECURSO - CAPÍTULO 115

Mientras todos consideraban con inquietud las posibles consecuencias invisibles de la herida en el pecho de Lug, se escucharon pasos y murmullos que se acercaban por el bosque desde el norte. De inmediato, todos se pusieron en alerta, pero pronto comprobaron que se trataba de Clarisa, Bruno y Luigi.

Augusto suspiró aliviado al ver que Bruno cargaba en sus brazos a Merianis. La mitríade parecía estar en mucho mejor estado que cuando la habían dejado en el bosque. Sus alas habían recuperado cierto color y los agujeros de los clavos parecían haberse achicado. Aunque la criatura todavía estaba pálida y cansada, su semblante estaba más animado.

—¡Merianis! —exclamó Dana, poniéndose de pie y haciendo una reverencia.

—Bajadme, por favor —le pidió la mitríade a Bruno en el oído.

Bruno la depositó con infinito cuidado en el suelo, como si fuera un objeto de fino y frágil cristal.

—Me alegra mucho veros, Dana, hija de Nuada y Mensajera, reina de los Tuatha de Dannan —se inclinó Merianis a su vez hacia Dana, devolviéndole la deferencia.

—Estábamos muy preocupados por ti —le dijo Dana—. Vinimos a rescatarte, pero Augusto y Clarisa se nos adelantaron.

—¡En buena hora! —sonrió Merianis.

—Sí. ¿Estás bien?

—Mucho mejor de lo esperado, gracias —respondió la reina—. ¿Quiénes son vuestros amigos?

Dana hizo las presentaciones:

—Bueno, ya conoces a Augusto —comenzó—. Esta es Juliana, su madre. Este es Eduardo Polansky y este es Liam MacNeal, amigos de Lug en este mundo.  Y este es Rory, Sanador del Círculo.

—Es un honor conocerla, señora —se inclinó Polansky, pasmado ante la presencia de aquella distinguida criatura de fantasía.

—Nos honra su presencia, alteza —la saludó Rory, quien, aunque pertenecía al Círculo, nunca había visto en persona a una de las legendarias mitríades de Medionemeton y estaba casi tan maravillado como Polansky.

—Lo mismo —dijo Liam, imitando torpemente las reverencias de los demás.

—También es un honor y un placer conocerla para mí, majestad, pero más me complace verla sana y salva —le sonrió Juliana.

—Gracias, querida. Tenéis un hijo muy valiente —le respondió Merianis. Su mirada se desvió a Lug, que yacía en el suelo—. Clarisa me dice que Lug no está bien. ¿Me permitís…? —señaló el cuerpo de Lug.

—Claro —asintió Dana, corriéndose para dar lugar a que la reina de las mitríades se acercara a su esposo.

—Oh, no —los ojos de Merianis se abrieron horrorizados al ver la marca hexagonal en el pecho de Lug—. ¡Qué habéis hecho!

—No tuvimos alternativa —trató de explicar Augusto—. No respiraba ni tenía pulso. El Tiamerin fue lo único que lo trajo de vuelta.

—¿Traerlo de vuelta? —lo cuestionó Merianis con espanto—. ¿Os parece que Lug está de vuelta? ¿Estáis ciego? —le reprochó con una furia que contradecía su delicada y frágil apariencia.

—No sabíamos más qué hacer… pensamos… —trató de justificarse Augusto.

—¡Necio! ¿Acaso no os advertí que el Tiamerin era peligroso?

—Merianis… —intervino Dana con la voz quebrada—. ¿Qué le pasa a Lug? ¿Por qué no despierta? ¿Qué le hizo el Tiamerin?

—El precio del uso del Tiamerin es impredecible —explicó Merianis—. Es imposible saber qué fue lo que extrajo de Lug para cumplir las órdenes que le dieron. El cuerpo de Lug está vivo, sí, pero es solo una cáscara vacía. Su esencia está perdida, y aunque lograra volver a su cuerpo, ya no sería el mismo.

A Dana se le aflojaron las piernas y cayó de rodillas en tierra, cubriéndose el rostro con manos temblorosas, su cuerpo estremecido por el pánico. Juliana corrió hacia ella y la abrazó, llorando.

—¿Puedes…? —comenzó Augusto con un hilo de voz sin atreverse a mirar a los ojos a Merianis—. ¿Puedes hacer algo por él? —logró articular.

—No tengo el poder para deshacer lo que habéis hecho —meneó la cabeza Merianis. Su furia había sido reemplazada por una profunda tristeza—. No creo que nadie lo tenga.

El profundo silencio que invadió al grupo de amigos fue interrumpido por la voz firme y resuelta de Liam:

—Pues yo no me daré por vencido. Si algo he aprendido con ustedes es que siempre hay una segunda oportunidad, una forma de enmendar las cosas —dijo—. Y si elegimos seguir luchando por lo que creemos, lograremos nuestros propósitos. Sí, mandamos las cosas a la mierda usando el Tiamerin, pero yo no aceptaré la palabra de esta criatura sobre que no hay solución…

—Liam, modera tus palabras —le advirtió Augusto.

—No, Gus, no es tiempo de moderación —le espetó Liam—. La Tríada anda suelta por ahí y Lug está en el limbo. Es tiempo de acción.

—Acción sin prudencia es más nefasta que la inacción —le retrucó Merianis.

—La prudencia es un lujo que no podemos darnos en este momento —le contestó Liam.

—Creo que Liam tiene razón —intervino Dana con voz queda y ojos llorosos desde el suelo—. He perdido a Lug antes: cuando cayó por el abismo después de matar a Bress, cuando la Nueva Religión lo ahorcó por herejía, cuando Dresden lo mantuvo cautivo sin ojos ni memoria en Colportor, cuando la Hermandad del Sello lo capturó para torturarlo y sacrificarlo… Pero todas las veces, Lug volvió a mí. Esta vez no es diferente. Encontraremos la manera de ayudarlo.

—Esta vez sí es diferente —murmuró Merianis para sí, pero en voz alta dijo: —¿Y qué acción proponéis, muchacho?

—Para empezar, necesitamos movernos a un lugar donde nuestras habilidades no estén impedidas —propuso Liam.

—¿Cruzar al Círculo? —inquirió Augusto.

—Es el lugar donde encontraremos las mejores oportunidades de ayudar a Lug —asintió Liam.

—¿Qué hay de la Tríada? —preguntó Bruno.

—Una cosa a la vez —levantó las manos Liam.

—No, Liam —intervino Clarisa—. Detener a la Tríada es más importante que salvar a Lug.

—No si es Lug el único con el poder suficiente para detenerla —arqueó una ceja Liam.




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