La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE I: TIEMPO PERDIDO - CAPÍTULO 3

—¿Qué le pasa?— preguntó Lug a Luigi—. ¿Por qué está tan agresiva conmigo?

—Está preocupada por lo de Gus— suspiró Luigi.

—¿Y me culpa a mí?

—Culparía a todo el universo si pudiera, pero en tu caso… Bueno, trajiste a la chica a nuestra propia casa, Lug, aun conociendo los riesgos…

—Lo lamento, no pensé que lo tomarían así. No podía dejar que cayera en manos de ellos, estaba herida y no se me ocurrió mejor idea que traerla aquí. Ustedes siempre han sido mis más queridos amigos y…

—Y siempre lo seremos, Lug— lo cortó Luigi—, pero debes entender que nuestro hijo está en medio de todo este asunto. No nos hagas elegir entre él y tú, porque si nos pones en esa posición, el que va a perdernos eres tú.

Lug asintió con el rostro grave:

—Lo entiendo. Sacaré a la chica de aquí ni bien Polansky la examine.

—Eso sería conveniente— aprobó Luigi.

Se produjo un incómodo silencio.

—¿Revisaste la propuesta de Liam?— preguntó Luigi para cambiar de tema.

—Sí— respondió Lug—. Le denegué el permiso— concluyó, rotundo.

—¿Por qué? Su plan es bueno y sus habilidades garantizan que hará un buen trabajo— lo cuestionó Luigi.

—Es muy arriesgado— meneó la cabeza Lug.

—Sus planes siempre lo son, pero debes admitir que obtiene resultados cuando los demás solo se esconden en la inacción cobarde.

—¿Inacción cobarde? ¿A quiénes te refieres exactamente?— entrecerró Lug los ojos, apretando la mandíbula para ahogar su enojo ante la insinuación.

—Lo siento— se disculpó Luigi—. Fue un comentario fuera de lugar. Si juzgas que el plan de Liam es inapropiado, es porque lo es.

Lug suspiró:

—Está bien, no necesitas ser condescendiente conmigo. He cometido muchos errores en mi vida y debería escuchar el consejo de mis amigos con más asiduidad. Examinaré la propuesta de Liam otra vez.

—Creo que todos estamos muy alterados con esta situación— dijo Luigi—. Las cosas están sucediendo muy rápido y no sabemos exactamente a qué nos enfrentamos. Todos estamos con los pelos de punta y si no nos calmamos, terminaremos peleados entre nosotros.

—Divide et impera— murmuró Lug—. Tal vez eso es lo que están buscando, nuestra división. Esa sería una forma acertada para destruirnos sin esfuerzo.

—¿Crees que nos están manipulando de alguna forma? ¿Crees que han encontrado la forma de interferir con nuestras mentes, con nuestras emociones?— inquirió Luigi, preocupado.

—En teoría, no debería ser posible, pero supongo que descartarlo sería un descuido imperdonable— respondió Lug, serio.

En ese momento, Juliana volvió a entrar en la cocina:

—Polansky está en camino— anunció, pasando entre Luigi y Lug, y poniendo cuidado de no hacer contacto visual con ninguno de los dos.

—Gracias— respondió Lug.

Ella no le contestó. Tomó una bandeja y la apoyó en la mesa. Luego sacó una taza de la alacena y fue hasta la cafetera. Se detuvo y se volvió hacia Lug:

—¿Tu invitada en apuros querrá café?— preguntó con el tono más neutral que pudo lograr, considerando su enojo.

—No necesitas prepararle el desayuno— le dijo Lug—. Me disculpo por haberla traído aquí anoche sin consultarlos. Te prometo que la sacaré de aquí ni bien Polansky la escanee y no tendrás que verla más.

Juliana suspiró:

—Mi reacción fue exagerada, Lug. Perdóname por las cosas horribles que te dije. Es que…

—Lo sé— la cortó él, acercándose a ella y abrazándola—. Sabes que entregaría mi propia vida antes de permitir que algo le pase a Augusto— le susurró en el oído.

—No dudo de ti, Lug— le respondió ella—, pero sí dudo de esa chica.

—Ella es solo una víctima más, Juliana. No creo que sepa siquiera en lo que está metida.

—Aún así…— meneó la cabeza Juliana.

—¿Qué puedo hacer para que estés tranquila con respecto a ella?— le preguntó Lug.

—Mantenme informada de todo. Quiero saber todo lo que averigües de ella, quiero estar al tanto de sus movimientos, de lo que hace, con quién habla, todo— pidió ella con el rostro serio—. No me ocultes nada, Lug, sea lo que sea.

Lug asintió en silencio, aceptando la petición.

Juliana metió dos rebanadas de pan en la tostadora y siguió preparando la bandeja del desayuno para Emilia. Decidió por su cuenta que la chica necesitaría un buen café caliente después de haber pasado por la traumática experiencia de la herida de bala la noche anterior y llenó la taza. Puso una azucarera y una jarrita con leche en la bandeja. Recogió las tostadas y las colocó en un plato, junto a los demás elementos.




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