La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE II: HADAS Y MONSTRUOS - CAPÍTULO 9

Cuando Lug volvió a emerger del departamento, llevaba la espada envainada y su rostro estaba pálido. Emilia notó que no la miraba a los ojos.

—¿Lug? ¿Qué pasó?— inquirió ella con un nudo en la garganta.

Él respiró hondo e hizo un visible esfuerzo por levantar la vista hacia ella:

—Lo siento— murmuró con un hilo de voz—. No hay nada que hacer. Los dos están muertos.

—¡¿Qué?! ¡No! ¡No! ¡No!— gritó ella, soltándose de Polansky para intentar entrar en el departamento.

Lug la atajó y la contuvo con su cuerpo, impidiéndole el paso:

—No entres allí— le rogó.

—¡Déjame! ¡Quiero verlos! ¡Suéltame!— le gritó ella, llorando desesperada mientras le daba puñetazos en el pecho y trataba de desembarazarse de su abrazo.

—¡No!— le gritó Lug con vehemencia, tomándola fuertemente de los antebrazos—. No dejaré que los veas así.

—¡Suéltame!— forcejeó ella a los gritos.

—Los siento, espero que me perdones por esto— murmuró Lug, y soltando su mano derecha del brazo de ella, extendió un dedo y le tocó la frente.

Emilia cayó desmayada al instante.

—Ayúdame— le pidió Lug a Polansky, mientras sostenía el cuerpo desvanecido de la chica.

El otro se acercó y la tomó en brazos.

—Llévala al coche— le pidió Lug.

—Esto no está bien, Lug. No puedes…— comenzó a protestar Polansky con tono de reproche.

—¡No tengo tiempo para sermones sobre ética!— le gruñó Lug, cortante—. Sólo llévala al coche— le ordenó—, por favor— agregó de forma tardía, suavizando el tono.

Polansky asintió en silencio y comenzó a bajar los escalones con la chica en brazos.

—Luego vuelve aquí, quiero mostrarte algo— le dijo Lug.

Polansky no le contestó, pero siguió sus instrucciones y volvió prontamente junto a Lug, que lo esperaba en la puerta del departamento.

—Ten cuidado de no pisar la sangre— le advirtió Lug, entrando primero para guiar a Polansky.

El científico lo siguió. El nauseabundo olor a putrefacción lo golpeó sin aviso. Se tapó la nariz con la manga de la camisa e hizo un esfuerzo por contener las náuseas. Lug lo miró de reojo:

—Y todavía no viene lo peor…— le advirtió.

Polansky avanzó por un pasillo, pisando con cuidado para esquivar el abundante rastro de sangre que cubría la mayor parte del piso del corredor. Había también salpicaduras de sangre en las paredes y en los muebles.

—Creo que los atacaron en la puerta y los arrastraron hasta el dormitorio— explicó Lug, indicando una puerta abierta al final del pasillo.

Lo que Polansky vio al entrar al dormitorio fue demasiado para su estómago. Los cuerpos de un hombre y una mujer de mediana edad yacían en sendos charcos de sangre con el abdomen abierto de lado a lado, los órganos internos habían sido desgarrados y arrancados y colgaban hacia los lados, derramados sobre el piso.

—El baño está en esa puerta— indicó Lug al ver el rostro descompuesto de su compañero.

Polansky corrió al baño, cayó de rodillas junto a retrete y vomitó todo el contenido de su estómago.

Lug esperó pacientemente a que Polansky se recuperara.

—¿Cómo puede tu estómago soportar esto?— lo cuestionó Polansky al volver del baño.

—No lo hizo— le respondió Lug—. ¿Por qué crees que sé dónde está el baño?

—¿Estás seguro de que son los padres de ella?

—Sí— indicó Lug una repisa con portarretratos que mostraban fotos familiares.

Polansky los estudió por un momento. Reconoció a Emilia en distintas etapas de su vida, acompañada siempre por la imagen sonriente de las dos personas que ahora yacían sin vida en el piso del departamento.

—Creo que hiciste bien en no dejarla entrar— comentó Polansky.

Lug solo contestó con un gruñido.

—Observa las heridas, dime lo que piensas— le pidió Lug.

—No soy forense, no…— comenzó a protestar Polansky.

—Por favor— le rogó Lug.

Polansky sacó un pañuelo del bolsillo de su camisa y se lo puso sobre la nariz, atándolo por detrás de su cabeza. Luego, no sin cierta reticencia, se puso en cuclillas junto a los cadáveres y estudió las heridas.

—La piel alrededor de las heridas está desgarrada, como si hubieran sido efectuadas por un elemento sin filo. El corte es aserrado e irregular. Es como si… como si hubiesen sido atacados por un animal. Las vísceras parecen semi-masticadas, pero no puedo asegurarlo a simple vista, la putrefacción ha borrado muchos indicios.

—¿Cuánto tiempo calculas que llevan muertos? ¿Unos dos días?




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