Walter estaba esperándolos, parado junto a la puerta de su cabaña camuflada, con su sonrisa torcida y una enorme hacha descansando en su hombro.
—¡Walter!— lo saludó Lug con la mano al acercarse. Luego miró el hacha con el ceño fruncido.
—Como están las cosas, no está demás tomar precauciones extras— explicó él, apoyando el hacha en el suelo y extendiendo sus brazos para abrazar a Lug con cariño.
Lug lo abrazó también.
—Me alegro de que estés bien. Estaba preocupado— le dijo Walter al oído.
—¿Hubo algún problema? ¿Alguna actividad inusual?
—Será mejor que entremos— dijo Walter con el rostro serio.
—Claro.
Los tres entraron en la cabaña. Walter les indicó a sus invitados que se sentaran en sus únicas dos sillas, y él hizo lo propio en su cama.
—Esta es Emilia— la presentó Lug.
—Mucho gusto— asintió Walter—. Soy Walter.
—El gusto es mío— asintió a su vez ella.
—Emilia está en problemas— explicó Lug.
—¿Me la traes para que la esconda aquí?— preguntó Walter.
—¿Me harías ese favor? Solo será por unos días.
—Sabes que sí, Lug— y luego se volvió hacia la chica: —Los amigos de Lug son mis amigos. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
—Gracias, señor— le respondió ella.
—No me digas señor, solo Walter.
—Claro, gracias, Walter— asintió ella.
Walter le sonrió y luego le preguntó a Lug:
—¿De qué clase de problemas estamos hablando?
—Cuatro matones la abordaron anoche, encapuchados y con ametralladoras. La quieren viva, pero su integridad física no les importa: la hirieron en una pierna. La rescaté, la llevé a casa de Juliana y la sané. Esta mañana descubrimos que sus padres llevaban dos días muertos en su departamento. Creo que fueron atacados por un voro— relató Lug.
—¡Un voro! ¿Estás seguro?— lo cuestionó Walter.
—No, pero el tipo de herida era consistente.
—Entonces, esto se trata de Lorcaster— dedujo Walter.
—Creemos que sí— contestó Lug.
—¿Qué es Lorcaster?— preguntó Emilia. Esta era la primera vez que escuchaba esa palabra.
Los dos hombres la ignoraron.
—¿Quién es esta chica realmente?— le preguntó Walter a Lug con seriedad.
—No estamos seguros…— trató de evadirse Lug.
—¿Lug?— pronunció Walter con tono admonitorio.
—Ella es sólo una víctima inocente en todo esto, no sabe…— intentó Lug.
—¡Lug!— lo cortó el otro.
Lug tragó saliva, y con mucha reticencia, reveló:
—Creemos que tal vez ella sea Nemain.
Se produjo un tenso silencio en el que Walter apretó la mandíbula, visiblemente preocupado:
—¿Y sabiendo eso la llevaste a la casa de la propia Juliana?— le reprochó a Lug.
—Estaba herida— se excusó el otro—. Ante la emergencia, no pensé…
—Ya veo— murmuró Walter.
—No sé quién sea Nemain, pero mi nombre es Emilia Morgan— protestó Emilia.
Los dos hombres siguieron ignorándola.
—¿Estás dispuesto a cuidarla de todas formas?— le preguntó Lug a Walter.
Por toda respuesta, Walter se puso de pie y fue hasta Emilia:
—Ven— le dijo, extendiendo su mano hacia ella.
Ella le dirigió una mirada nerviosa a Lug. Lug asintió, animándola a obedecer a Walter. No sin cierto recelo, Emilia se puso de pie y siguió a Walter afuera de la cabaña. Lug fue tras ellos y se quedó observando a cierta distancia. Walter se alejó con la chica unos diez metros y le pidió que se sentara en el suelo. Cuando ella le preguntó para qué, él no le contestó. Suspirando, Emilia se sentó junto a un árbol. Walter metió la mano en un bolsillo de su pantalón y sacó un puñado de semillas y frutas secas, que entregó a Emilia.
—¿Qué..?— comenzó a protestar ella.
—Quédate aquí— le indicó él y se alejó para pararse junto a Lug.
Emilia comprendía que esta era alguna clase de prueba, pero no entendía lo que debía hacer. Su desconcierto duró apenas unos minutos, pues pronto, se acercó a ella una pequeña ardilla. Con movimientos tentativos y cuidadosos, la ardilla la estudió por un largo momento, moviendo su pequeña naricita, olfateando. Emilia sonrió y extendió la palma de su mano abierta, ofreciéndole las semillas y las frutas que Walter le había dado. La ardilla la observó con cautela por un momento más, y luego se acercó, tomando con sus delicadas manitos el alimento y llevándoselo a la boca para almacenarlo en sus cachetes y comerlo más tarde. En unos segundos, la pequeña criatura recogió todo lo que había en la mano de Emilia y se alejó feliz. La chica la observó perderse en la espesura del bosque con una sonrisa.
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Editado: 14.10.2019