La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE III: EL TEXTO DEL TÚMULO - CAPÍTULO 16

La conversación se había alargado toda la tarde y ya estaba anocheciendo. Luigi ordenó unas pizzas por teléfono y todos estuvieron más que complacidos con la llegada de alimento. La preocupación y la necesidad de tratar estos temas tan urgentes habían hecho que olvidaran almorzar y ahora estaban famélicos.

—¿Qué es Lorcaster?— inquirió Polansky, leyendo la última línea del texto, mientras tomaba otra porción de pizza de la mesa.

—Si supiéramos eso, nos habríamos ahorrado mucho tiempo, esfuerzo y discusiones— suspiró Luigi.

—Ya veo— dijo Polansky—. No tienen ni la menor idea.

—No— confirmó Lug—. Pero siendo que el texto parece ser una advertencia y que menciona agentes enemigos…

—Crees que Lorcaster es quien está a cargo de toda esta conspiración— dedujo Polansky.

—Pienso que podría ser algún grupo secreto, incluso una persona— asintió Lug—. Por eso hablé con Liam para saber si había oído la palabra alguna vez de alguno de los miembros de la Hermandad del Sello, o si la había visto en alguno de sus libros ocultos. Liam nunca había oído hablar de Lorcaster, pero me propuso un plan para infiltrarse entre nuestros adversarios y averiguarlo.

—Es una buena idea— aprobó Polansky—. Si alguien puede llevar a cabo algo como eso, ese es Liam.

—Le negué el permiso— retrucó Lug—, pero, lamentablemente, encontró la forma de burlar mi negativa.

—¿Qué?— inquirió Luigi.

—Me temo que Liam cruzó sin mi autorización. Walter me lo dijo esta mañana. Humberto me envió un mensaje de advertencia.

—Pero, ¿por qué no se comunicó con nosotros? No puede estar pensando llevar a cabo su plan sin apoyo, ¿o sí?— inquirió Juliana.

—Está jugando fuera de las reglas— dijo Luigi—. Seguramente piensa que si se comunica con nosotros o pide ayuda, lo detendremos.

—¡Pero es un suicidio!— protestó Juliana.

—La culpa es mía, debí saber que no podría detenerlo, debí apoyarlo y así evitar que tomara esta acción tan arriesgada— meneó la cabeza Lug.

—Es tarde para lamentaciones— dijo Luigi.

—¿Qué haremos? ¿Buscarlo?— preguntó Polansky.

—No— dijo Lug—, si intentamos contactarnos con él mientras está tratando de infiltrarse, solo empeoraremos las cosas. Nuestros intentos por ayudarlo podrían desenmascarar su juego ante nuestros enemigos y podría terminar muerto. Me temo que está por su cuenta. Solo podemos estar atentos por si trata de comunicarse cuando lo crea seguro.

—Esperemos que Liam sepa lo que está haciendo— dijo Juliana con preocupación—. No ha tenido oportunidad de practicar su habilidad fuera del Círculo, así que no creo que pueda usarla aquí.

—Creo que confía más en su conocimiento sobre cómo funcionan las sociedades secretas que en su habilidad especial— comentó Lug.

Luigi trató de reprimir un bostezo. Había sido un día arduo para todos.

—No podemos resolver más esta noche— dijo Juliana, observando de reojo a su esposo—. Tal vez sea mejor que nos vayamos a dormir. El descanso nos vendrá bien.

—Sí, estoy de acuerdo— dijo Luigi, desperezándose. Los otros dos asintieron.

—Eduardo puede dormir en la habitación de huéspedes donde estaba Emilia, y Lug puede usar la vieja habitación de Gus— propuso Juliana.

—Gracias, Juliana— asintió Lug.

—Sí, gracias— aceptó también Polansky.

Lug subió las escaleras y entró a la antigua habitación de su ahijado. Recorrió con la mano los lomos de los libros de su biblioteca con una sonrisa, y luego examinó por un momento su colección de espadas fijadas con soportes de madera a la pared. Notó que uno de los soportes estaba vacío: faltaba una espada, pero no le atribuyó importancia al detalle, su mente estaba preocupada por otras cosas.

—¿Cuál es tu papel en todo esto, Gus?— murmuró para sí—. ¿Por qué te busca Nemain?

Unos golpes suaves en la puerta de la habitación interrumpieron los pensamientos de Lug. Cuando abrió la puerta, vio que era Polansky.

—¿Puedo hablarte a solas un momento?— pidió el científico.

—Claro, Eduardo, por supuesto— lo hizo entrar Lug.

Con un gesto de la mano, lo invitó a sentarse en la única silla de la habitación, mientras él se sentaba en la cama.

—Lug...— comenzó Polansky, retorciéndose las manos con nerviosismo—, no sé cómo empezar esto, pero...

—Seguramente, lo que has venido a decirme es demasiado importante para dejar que el miedo te haga dudar. Solo dímelo, prometo tomarlo lo mejor que pueda— lo animó Lug, sospechando que lo que el otro venía a manifestarle no iba a gustarle para nada.

Polansky suspiró:




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