Unos momentos más tarde, Llewelyn vio subir a alguien con una antorcha por las escaleras. Enseguida se dio cuenta de que no era Leber.
—¿Franz?
Franz era el hijo de Vianney. En un intento por detener la espiral de violencia y destrucción en la que había entrado su padre cuando Colportor fue tomada y Dresden destituido y ejecutado, Franz había advertido a Lug sobre las intenciones de Vianney de poner a Llewelyn bajo arresto por el asesinato de su esposa. Así, Franz le había salvado la vida a Llewelyn, convirtiéndose más tarde en su amigo.
—¡Hola, Llew! Leber dice que temes que mi padre te encierre allá abajo— rió Franz de buena gana—. ¡Cómo si algo pudiera retenerte sin que te teletransportes! ¡Qué buena broma!
Pero Llewelyn no sonrió.
—¿Qué es esto, Franz?— cuestionó Llewelyn con el rostro serio—. ¿Por qué tu padre elige el lugar donde el mío estuvo cautivo, hundido en un estado de abyecta desesperación para esta reunión?
La sonrisa del rostro de Franz se apagó:
—Esto es en serio— murmuró—. Llew, lo siento, no pensé… Escúchame, las intenciones de mi padre no son incomodarte, te lo aseguro. Por favor, acompáñame. Cuanto antes terminemos con esto, mejor— se dio vuelta Franz, comenzando el descenso por la escalera.
Llewelyn no se movió. Cuando Franz se dio cuenta de que Llewelyn no lo seguía, se volvió.
—Llew…— lo llamó con el tono más suave que pudo lograr—. ¿A qué le temes? Mi padre no puede contrarrestar tu poder, no puede encerrarte ni atacarte.
—Sí puede— lo contradijo Llewelyn—. ¿Cómo puedo estar seguro de que sus celdas no han sido recubiertas con balmoral?
Franz suspiró:
—De acuerdo— dijo, desenfundando una daga que colgaba de su cadera derecha—. Toma esto— se la ofreció a Llewelyn por el mango.
—¿Qué?
—¡Tómala! ¡Vamos!— lo instó Franz.
Llewelyn tomó la daga con cierta reticencia. Franz colgó la antorcha del soporte de hierro en la pared a su izquierda, se llevó las manos al pecho de su camisa y desató el cordón de cuero que la ceñía, tirando luego de él para sacarlo de los orificios de la tela. Después tomó un extremo del cordón con cada mano y lo estiró con fuerza, comprobando que fuera lo suficientemente resistente como para no cortarse. Se lo dio a Llewelyn, diciendo:
—Átame las manos a la espalda con esto. Apoya la daga en mi cuello y baja conmigo. Si mi palabra no te es suficiente, toma mi vida como garantía. Si mi padre intenta algo, solo debes cortarme la garganta.
Llewelyn lo miró horrorizado:
—No voy a hacer eso— le devolvió la daga y el cordón con urgencia, como si fueran objetos totalmente repulsivos.
—Entonces, no sé qué otra garantía darte— suspiró Franz—. Es cierto que mi padre no te tiene mucha simpatía y que preferiría discutir este asunto con el propio Lug, pero te juro que él respeta tu autoridad en el Círculo y no busca dañarte o antagonizarte.
Llewelyn aflojó la tensión y echó una mirada de soslayo a Alaris. El director asintió con la cabeza en silencio.
—Está bien, Franz, te creo— cedió Llewelyn al fin—. Solo dime por qué. ¿Por qué las mazmorras?
—Lo que ha sucedido es muy serio— comenzó Franz—, tanto, que podría desestabilizar las políticas de paz por las que tu padre y el mío han trabajado tanto. El regente piensa que por el momento, las cosas deben tratarse con mucho cuidado y en secreto. Las mazmorras son un buen lugar para eso— explicó—. Además— agregó—, las mazmorras son el lugar más frío del palacio.
Esta vez fue Alaris el que cuestionó:
—¿Para qué necesita Vianney un lugar frío?
—Para conservar los cuerpos más fácilmente— respondió Franz.
—¿Cuerpos?— frunció el ceño Llewelyn—. ¿Qué cuerpos?
—Vamos— los invitó Franz con un gesto de la mano, tomando nuevamente la antorcha—. El humor de mi padre no es muy bueno en este momento y la espera allá abajo solo lo empeorará. Todo lo que quieren saber les será revelado, no teman.
Llewelyn, Alaris y Govannon siguieron a Franz sin más preguntas ni protestas, guiados por la luz fluctuante y ominosa de la antorcha.
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Editado: 14.10.2019