La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE IV: COLPORTOR - CAPÍTULO 19

—Al fin— gruñó Vianney por lo bajo al ver llegar a Franz seguido de sus invitados a la sala de torturas.

—Padre, aquí están Llewelyn, Alaris y Govannon, en respuesta a tu convocatoria— anunció Franz con tono formal.

Los recién llegados notaron enseguida que no había guardias de ningún tipo custodiando al regente en la amplia y oscura cámara.

—Les agradezco que hayan venido— hizo una inclinación de cabeza rígida el regente—. Este es Haldor, médico de la corte— presentó a un hombre entrado en años, con una larga barba blanca y una túnica amarilla que le llegaba hasta los pies—. Y ya conocieron a mi secretario, Leber— agregó—. Como verán, esta es una reunión confidencial y los conmino a mantener el secreto de lo que aquí se hable hoy.

Llewelyn no contestó. Su atención estaba totalmente fijada en las tres mesas sobre las cuales se apreciaban bultos del tamaño de cuerpos humanos cubiertos con sábanas.

—¿Quiénes son?— preguntó Llewelyn, yendo al grano.

Vianney levantó una mano, como pidiendo paciencia:

—Primero necesito que prometan discreción, y que acepten también consensuar conmigo cualquier tipo de acción que se derive de lo que aquí les va a ser informado.

—Solo puedo prometer que ninguno de nosotros hará nada que vaya en contra de los mejores intereses para el Círculo y el mantenimiento de la paz entre sus comunidades— dijo Llewelyn fríamente—. Más allá de eso, no me comprometo a nada más hasta que no sepa de qué se trata esto. Si eso no le parece suficiente…

—Está bien, está bien— lo cortó Vianney con tono cansado—. Creo que es mejor para todos si mostramos un poco de confianza los unos en los otros, así que déjenme explicar los hechos como llegaron a mi conocimiento.

—Lo escuchamos— dijo Llewelyn.

—Hace varios días, recibí un mensaje urgente de Filstin, pidiendo una reunión extraordinaria de Concejo para tratar los rumores de un supuesto ataque a las tierras de Merkor. Naturalmente, convocar a los demás nobles para elucubrar sobre meros rumores solo llevaría a todo el sur al borde de la paranoia. Así que antes de tomar una decisión como esa, envié a Franz a investigar y le pedí a Filstin que refrenara su imaginación hasta que tuviéramos los hechos fehacientes—. Vianney hizo una inclinación de cabeza hacia Franz, invitándolo a continuar con el relato.

—A pedido de mi padre, elegí a veinte de mis mejores hombres y emprendí el viaje hacia el sur— comenzó Franz—. A medida que nos acercábamos a las tierras de Merkor, los pequeños poblados que íbamos encontrando de camino mostraban signos de estar aterrorizados por hechos que no podían relatar con claridad, pero no éramos capaces de encontrar a nadie que hubiera sido testigo ocular de las atrocidades que describían. Como precaución, dividí a mis hombres en pequeños grupos para entrar en la ciudad portuaria desde distintos puntos y de forma desapercibida. Pero tal precaución resultó innecesaria…— Franz cerró los ojos por un momento, tratando de borrar de su mente horrendas imágenes.

—¿Qué encontraron?— preguntó Llewelyn, animándolo a continuar.

—Todos estaban muertos— dijo Franz, apenas en un susurro—. Todos, Llew.

—¿Todos? ¿Cómo?— preguntó Alaris.

—Muéstrales— le indicó Vianney a Haldor.

El médico de la corte se acercó a una de las mesas y descorrió la sábana, descubriendo un cadáver humano. El cuerpo había sido tratado de alguna manera por Haldor para detener lo más posible su descomposición.

—Merkor— murmuró Alaris, consternado al reconocerlo.

—Creemos que fueron atacados por un grupo— siguió Franz.

—¿Un grupo de qué?— preguntó Govannon.

—No estamos seguros— confesó Franz—. Al parecer, el ataque fue sorpresa y sin provocación por parte de la gente de Merkor. Creemos que comenzó en el puerto, pues los cuerpos de los marineros estaban en posiciones como si hubiesen sido sorprendidos en mitad de su trabajo. Más adentro, en la ciudad, encontramos barricadas en las calles, armadas con lo que los habitantes encontraban a la mano: barriles, mesas, carretas. Pero nada de eso detuvo el avance de los atacantes, que convirtieron las calles en ríos de sangre y muerte. Los que lograron huir y esconderse en sus casas fueron igualmente masacrados. Finalmente, llegaron a la casa de Merkor. Lo mataron a él y a toda su familia, pero eso no fue suficiente. Se ocuparon de registrar cada rincón de la ciudad, de violar cada puerta, de descubrir cada escondite, hasta asegurarse de que todos los habitantes estuvieran muertos. Vimos madres envolviendo con su cuerpo a sus hijos, ambos muertos en un abrazo inútil. Vimos gente tirada en las calles, con espadas y dagas en las manos, tratando de defenderse. Ninguna de sus armas tenía sangre enemiga. Nunca llegaron siquiera a rozar a sus atacantes. No encontramos señal alguna de los enemigos: ni cuerpos, ni heridos, ni armas rotas o descartadas, nada. No había huellas de caballos o carros de transporte que señalaran por dónde habían llegado o por dónde se habían ido, así que pensamos que el ataque pudo venir desde el mar. También dedujimos que debieron llegar durante la noche, porque muchos de los habitantes no estaban totalmente vestidos, y la mayoría solo llevaba ropa de dormir.




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