La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE V: RÍOS DE MIEDO Y CULPA - CAPÍTULO 25

Perdido en el tormento de su culpa, Lug ni siquiera se dio cuenta de que alguien le tocaba el hombro:

—¿Lug?

Era Juliana que había llegado a la escena del crimen junto con Luigi y Polansky.

—Lug…— le habló Juliana suavemente, arrodillándose junto a él.

Él no reaccionó. Perdido en un abismo de agonía, solo se hamacaba abrazado al cuerpo de Walter, con la mirada vacía, perdida.

—Está muerto— declaró Polansky lo obvio, comprobando el pulso de Walter en su cuello.

—¿Dónde está Emilia?— inquirió Luigi, mirando en derredor. La chica no estaba por ninguna parte.

—Búscala— le pidió Juliana—. Ten cuidado, si ella hizo esto…

Luigi asintió, desenfundó una pistola que llevaba oculta bajo la cintura de su pantalón y salió de la cabaña, internándose en el bosque.

—Eduardo— lo llamó Juliana—, ayúdame con Lug.

Entre los dos, desprendieron los brazos de Lug del cuerpo inerte de Walter, lo alzaron, obligándolo a ponerse de pie y lo arrastraron hacia afuera de la cabaña. Lo depositaron con cuidado en el suelo, sobre la amarilla hojarasca, apoyando su espalda sobre un tronco seco.

—Lug— lo volvió a llamar Juliana, pero él no contestó. Ella levantó la vista hacia Polansky y explicó: —Walter era como un padre para él.

Polansky asintió en silencio.

—Ve adentro, revisa la cabaña— le indicó a Eduardo—. Ve si puedes encontrar alguna pista de lo que pasó aquí.

—Bien— acordó Polansky—. ¿En verdad crees que fue ella? Tal vez fueron los que la atacaron, tal vez apuñalaron a Walter y se la llevaron— sugirió.

—¿Y cómo sabían que ella estaba aquí, eh?— le retrucó Juliana—. Además, suponiendo que hubiesen descubierto su paradero de alguna forma, nadie puede entrar ni salir de este bosque sin el permiso de Walter. Ambos vivían en simbiosis, por eso la muerte de Walter provocó la muerte del bosque. No es posible que el enemigo haya penetrado el bosque desde afuera. Te lo digo, Eduardo, esto fue hecho desde adentro. Lo mató con su propio cuchillo y huyó.

—Si es así, el mango debe tener huellas— advirtió Polansky.

—Embólsalo y llévalo a tu laboratorio para analizarlo— propuso ella—. Puedo conseguir sus huellas de su expediente en la facultad para hacer una comparación.

Él asintió y se metió de nuevo a la cabaña, mientras Juliana se quedaba junto a Lug. Pasó un brazo por sobre los hombros de él y lo atrajo hacia sí, acompañándolo en su dolor en silencio.

Un rato más tarde, Luigi reapareció entre los árboles. Guardó rápidamente su arma para que Lug no la viera y se acercó a Juliana:

—No está por ninguna parte. No encontré rastros ni huellas, nada— suspiró con frustración—. ¿Dónde está Eduardo?

—Adentro, revisando la escena— le respondió Juliana—. Será mejor que vayas a ayudarlo.

Luigi asintió.

—¿Cómo está Lug?— inquirió, observando sus hombros caídos y su mirada vacua.

—Estará bien— dijo Juliana, como tratando de convencerse más a sí misma que a su esposo—. Solo necesita un momento.

Luigi volvió a asentir y entró a la cabaña. Incluso las enredaderas que camuflaban la vivienda de Walter de ojos intrusos, haciéndola ver como parte indistinta del bosque, estaban resecas y amarronadas, despojadas de sus frescas hojas y mostrando solo una tétrica red de nervaduras muertas. Gran parte se había desprendido de las paredes y el techo, revelando de forma conspicua, el hogar oculto que había cobijado a Walter por tantos años.

Unos minutos más tarde, Luigi asomó la cabeza por la puerta:

—Juli, ¿puedes venir un momento?

Juliana apretó los labios, indecisa por un instante. No quería dejar solo a Lug. Pero la mirada insistente de su marido la convenció al fin:

—Lug— le murmuró al oído—, volveré en un momento. ¿Estarás bien?

Lug asintió con un casi imperceptible movimiento de su cabeza. Juliana le dio un beso en la mejilla y se puso de pie. Suspirando preocupada, entró en la cabaña junto con Luigi:

—¿Qué descubrieron?— preguntó a su marido y a Polansky.

—No hay nada fuera de lugar en la cabaña, no hay señales de lucha— comenzó Luigi—. Las hachas de Walter están colgadas en la pared, lo que significa que nunca sospechó que sería atacado. El bosque no le envió ninguna advertencia.

—Entonces, fue ella— concluyó Juliana.

—Todo parece indicar eso, sí— dijo Polansky—. El cuchillo mismo es del propio Walter— mostró el arma homicida envuelta en una bolsa plástica—. Y la herida… Bueno, su muerte no fue exactamente rápida. Debió estar desangrándose por horas en indecible dolor hasta que Lug lo encontró.




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