La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE VII: SECRETOS - CAPÍTULO 32

Dana estaba regando unas plantas en el frente de la cabaña del bosque de los Sueños cuando lo vio. Estaba allí parado, en medio del sendero empedrado, no atinaba ni a avanzar ni a retroceder. Su mirada estaba perdida, vacía y su rostro estaba demacrado y pálido por la angustia.

—¿Lug?— inquirió ella, dejando lo que estaba haciendo para caminar hacia a él.

Cuando se acercó, notó enseguida que tenía sangre en la ropa.

—¡Lug!— corrió hacia él—. ¿Estás herido?

Tomó la camisa de él y la desprendió para exponer su piel. No había herida, la sangre no era de él.

—¿Qué pasó?— preguntó ella con urgencia, pero él parecía no escucharla.

Dana notó que sus manos temblaban, teñidas del mismo rojo que su camisa.

—Lug...— trató de llamar su atención ella, pero él no respondió. Actuaba como si ella ni siquiera estuviera allí.

—Lug...— volvió a intentar ella, abrazándolo contra su pecho para hacerle sentir su presencia, su consuelo.

Al mirar hacia abajo por encima del hombro izquierdo de él, vio que la vaina de su espada estaba vacía.

—Lug... ¿Qué pasó, cariño? ¿Dónde está tu espada?

Lug parecía no ser capaz de responder ni verbal ni físicamente. Su cuerpo estaba duro y estático, con los hombros caídos y los brazos tiesos a los costados. Dana comenzó a preocuparse.

—Ven— le dijo suavemente, pasando un brazo alrededor de la cintura de él y empujándolo por el sendero hacia la cabaña.

Lug se dejó conducir mansamente por su mujer, como si ya no tuviera voluntad propia. Dana intuía que algo muy grave había sucedido, pero exigirle explicaciones a él en ese estado solo iba a empeorar las cosas, así que juzgó prudente guiarlo hasta el dormitorio sin preguntas. Allí, le sacó la ropa ensangrentada y lo hizo sentar en la cama. Lavó luego sus manos, limpiando la sangre. Él se dejó hacer como si fuera un bebé indefenso. Después, lo acostó en la cama, lo cubrió con unas mantas y se sentó a su lado, acariciándole el cabello en silencio.

—Descansa, mi amor— le susurró con voz dulce.

Después de un rato, Lug ya no pudo resistir más el agotamiento emocional y se durmió. Dana salió con sigilo de la habitación y fue a prepararse algo de té en la pequeña cocina de la cabaña. Mientras sostenía la taza en sus manos, pensativa, una voz la sacó de sus elucubraciones de golpe:

—¿Dónde está?

Ella se llevó una mano instintivamente al pecho y levantó la vista:

—¡Llew!— le reprochó—. ¿Cuántas veces te he dicho que no te me aparezcas así? ¡Casi me das un infarto!

—¿Dónde está, mamá?— exigió él sin disculparse—. Si huyó a esconderse, este es el primer lugar donde seguramente vino.

—¡Cálmate y siéntate, Llew! ¡No permitiré que me hables así!

Llewelyn suspiró, tensionando la mandíbula, pero no se atrevió a desafiar a su madre: se sentó frente a ella. Dana le sirvió una taza de té.

—No he venido a tomar té— protestó él.

—Eso es obvio, pero lo tomarás igual— le replicó su madre, empujando la taza hacia él—. Sólo cuando te calmes, hablaremos— le anunció.

Llewelyn tomó su té, resoplando disgustado.

—Está aquí, ¿no es así?— preguntó en un tono más civilizado.

—Está en nuestra habitación, durmiendo— asintió ella.

—¡Durmiendo!— cerró los puños él, amagando a levantarse.

—¡Siéntate!— lo tomó ella firmemente del brazo. Él obedeció—. Sí, está durmiendo y dejarás que descanse— le ordenó.

—¿Te dijo lo que hizo?— inquirió Llewelyn.

Ella suspiró:

—Lo encontré en el sendero hace varias horas con la mente y el corazón entumecidos de dolor— explicó ella con calma—. Tenía sangre en su ropa y en sus manos. Le faltaba su espada. Estaba tan perturbado que no pude sacarle palabra alguna. Tuve que casi arrastrarlo hasta la habitación. Lo acosté en la cama y finalmente el sueño lo venció.

—Entonces… ¿no sabes lo que ha pasado? ¿No te lo dijo?

—No— negó ella con la cabeza—. Y me gustaría que me lo contaras, si es que puedes reprimir esa furia que traes para que pueda entrar en tu corazón un poco de compasión por tu padre.

Llewelyn tomó un poco más de té antes de contestar:

—Alaris, Gov y yo acabábamos de volver de las tierras de Merkor, a donde fuimos a investigar la existencia de un portal por donde pensamos que estos malditos ingresaron a masacrar a toda la ciudad.

—¿Encontraron algo?




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