La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE VII: SECRETOS - CAPÍTULO 33

Dana apretó los labios, preocupada. Llewelyn continuó con la exposición:

—Ante la gravedad del relato de Humberto, Alaris, Gov y yo nos teletransportamos a la cúpula junto con él para evaluar el daño. Gov comprobó enseguida que las deducciones de Humberto eran correctas: había algo que estaba modificando la estructura del cristal, y por lo tanto, del campo vibracional de la energía de la cúpula. Gov estudió las frecuencias diferentes que ahora emanaban de la cúpula y logró sintetizar un cristal nuevo para poder entrar. Pero la energía fluctuaba mucho, así que Gov explicó que su cristal solo serviría por un corto período de tiempo. Todos acordamos que si alguien podía hacer algo para reparar la cúpula, ese era Gov, así que él fue el elegido por unanimidad para hacer el intento de ingresar a la defectuosa cúpula. Gov pareció adentrarse sin problemas, pero después de unos minutos, lo vimos arrastrarse hacia afuera, tosiendo casi sin poder respirar. Corrimos hacia él para ayudarlo y vimos que tenía las manos quemadas. Alaris se abocó de inmediato a sanar sus manos y a limpiar sus pulmones. Cuando Gov se recuperó de su ordalía, nos describió lo que había visto: la espada de papá estaba clavada en medio del cristal, hundida hasta la empuñadura. Gov se quemó las manos tratando de sacarla.

Llewelyn detuvo su narración por un momento, dándole tiempo a Dana para que asimilara las implicaciones de lo que le había contado. Luego continuó:

—Gov piensa que la estabilidad de la cúpula no se verá afectada al punto de explotar mientras las dos mitades del cristal se mantengan en contacto, pero su función como portal entre mundos ya no existe.

—¿Significa que…?— comenzó Dana, tratando de imaginar las consecuencias.

—Sí, significa que ya no estamos conectados al otro mundo— terminó él la frase de ella.

—¿Y Lyanna?— preguntó de pronto Dana.

—Varada del otro lado— respondió Llewelyn con el rostro grave—, supongo que junto con Merianis y Rory.

Dana se llevó una mano al pecho, como si así pudiera evitar la sensación de encogimiento de su corazón al darse cuenta de que no vería a su hija nunca más. La idea le provocó un leve mareo, acompañado con náuseas: apoyó los codos en la mesa y se agarró la cabeza.

—¿Por qué?— murmuró con voz angustiada—. ¿Por qué lo hizo?— trató de entender.

—Eso es lo que vine a averiguar— le respondió él suavemente.

Ella levantó la vista hacia él:

—Debes hacerlo, Llew— asintió con lágrimas en los ojos—, debes conseguir las respuestas de él.

Llewelyn se puso de pie. Ella lo detuvo por un momento, agarrándolo del brazo:

—Sé amable— le advirtió—. Lo que hizo, debió ser fruto de su desesperación. Si lo presionas demasiado, solo lo quebrarás más allá de sus fuerzas.

Llewelyn asintió con el rostro serio.

Lug todavía estaba durmiendo cuando Llewelyn y Dana entraron a la habitación. Dana descorrió las cortinas de la ventana para dejar entrar un poco de luz. Luego se acercó a su esposo y le tocó suavemente el hombro.

—Lug…— lo llamó.

Lug se despertó sobresaltado, apretando la manta con dedos tensos y haciendo un movimiento brusco para tratar de alejarse de la mano que lo había tocado.

—Tranquilo— le sonrió Dana, haciendo un esfuerzo por no demostrar como se le partía el corazón al verlo así—. Estás a salvo. Estás en casa— trató de hacerle entender.

—Hola, papá— se acuclilló Llewelyn junto a la cama, poniendo su rostro a la altura del de Lug.

Lug enfocó la vista en su hijo, y por un momento, pareció reconocerlo. Pero eso solo logró que apartara la vista, avergonzado, tratando de reprimir las lágrimas.

—Papá…— recomenzó Llewelyn, tratando de tomar su mano. Lug retiró la suya bruscamente, como si no soportara que lo tocaran—. Queremos ayudarte, papá— prosiguió el muchacho—. Lo que sea que pasó… no es necesario que lo soportes tú solo. Déjanos alivianar tu peso, comparte con nosotros lo que tanto te agobia.

Lug solo se mantuvo mirando al vacío, sin contestar.

—Todo va a estar bien— le prometió su hijo—, pero debes explicarnos lo que pasó para que podamos ayudarte.

Lug solo cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada.

—No hagas esto otra vez— le reprochó Llewelyn—, no nos dejes afuera. Háblame— le rogó, pero Lug se mantuvo mudo. Llewelyn se volvió a su madre: —¿Qué le pasa? Nunca lo había visto así. ¿Por qué no quiere hablar?

—Tal vez no puede…— murmuró ella—. Déjame intentar algo— dijo de pronto.

—¿Qué vas a hacer?— inquirió él, poniéndose de pie y dejando lugar junto a la cama para que ella pudiera acercarse.




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