La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE VIII: EL ESPÍA - CAPÍTULO 36

Sergio colgó el auricular del portero eléctrico, bajó ansioso por el ascensor y corrió a abrir la puerta de calle del edificio de departamentos donde vivía. La encontró llorando, sentada en el escalón de entrada, tenía sangre en la ropa y en sus manos:

—¿Emi? ¡Emi! ¿Estás herida?

Emilia negó con la cabeza:

—Ayúdame, Sergio, por favor. No sé a quién más acudir— sollozó.

—Claro, sí— respondió él, inclinándose para ayudarla a levantarse.

Le pasó un brazo por debajo de las axilas para sostenerla y ella se colgó de su cuello, temblando. Los dos subieron al ascensor y pronto llegaron al departamento de él, sin ser vistos por los vecinos.

—Ven, siéntate un momento— la llevó él hasta un pequeño sofá en su sala de estar—. Cuéntame lo que pasó— le pidió, mientras revolvía un cajón en busca de pañuelos descartables. Cuando los encontró, se los alcanzó a ella y se sentó a su lado.

Ella tomó los pañuelos, agradecida, y cuando se disponía a hablar, rompió en llanto nuevamente. Sergio se mantuvo en silencio pacientemente junto a ella, esperando a que se calmara. Cuando ella pareció recobrarse un poco, Sergio le preguntó suavemente:

—¿Qué pasó, Emi? ¿De quién es esa sangre?

—No lo sé, Sergio, te juro que no lo sé. Solo recuerdo estar en una calle que no conocía y… no sé, empecé a caminar...—  comenzó ella un entrecortado relato—. Pensé en ir a la policía pero no me atreví. ¿Qué podía decirles? ¿Qué iban a pensar? Te juro que no puedo recordar nada, Sergio, te lo juro— repitió angustiada.

—Tranquila, Emi, te creo— le apoyó él una mano sobre la rodilla para confortarla—. Emi, perdóname, pero tengo que preguntarte… esa sangre… ¿Es posible que tenga algo que ver con tus padres?

—¿Qué?— abrió ella los ojos como platos, mirándose las manos.

¿Habría vuelto al departamento de sus padres después de que Lug la apartara de allí para protegerla? ¿Y cómo sabía Sergio…?

—¿Por qué dices eso? ¿Qué tienen que ver mis padres?— preguntó ella, entrecerrando los ojos con desconfianza.

—Emi…— se revolvió Sergio, inquieto—. Está en las noticias… ¿No sabes lo que pasó?

Emilia palideció.

—Emi, lo siento, tus padres… ellos… Alguien entró a su departamento y los asesinó— anunció Sergio—. La policía no sabe todavía cómo ni por qué, pero están buscándote para interrogarte.

—¿Buscándome?— repitió ella, preocupada.

—Emi… El día que nos encontramos en la facultad, ¿lo recuerdas?

—Sí— admitió ella.

—Cuando volví con el vaso de agua, ya no estabas. ¿A dónde fuiste? ¿Qué te pasó?

Emilia abrió la boca para contestarle, pero luego lo pensó mejor y la cerró. ¿Cómo podía explicarle a Sergio la pesadilla de la que había sido protagonista desde el ataque de unos matones que le dispararon? ¡Ni siquiera tenía la herida para comprobar su historia! ¿Cómo podía esperar que le creyera que la había rescatado un hombre de otro mundo vestido como un caballero medieval? ¿Cómo podía siquiera revelarle que ya sabía que sus padres habían muerto de una forma sangrienta y que en vez de acudir a la policía se había dejado llevar a un refugio en un bosque?

—¿Sabes lo que creo, Emi?— interrumpió Sergio sus pensamientos. Ella no le contestó, por lo que él siguió: —Creo que estuviste allí cuando tus padres fueron atacados, creo que lograste escapar y que lo que viste fue tan traumático que tu mente lo borró por completo. Es lo único que explica tu estado y la sangre.

Emilia asintió, permitiendo que Sergio creyera su propia explicación.

—Oh, pobre Emi, debiste estar vagando por días, perdida…— dedujo Sergio.

Ella volvió a asentir.

—Sergio…— dijo ella con voz temblorosa—, no sé por qué, pero tengo la impresión de que los que mataron a mis padres están tras de mí, y no creo que la policía pueda ayudarme.

—No te preocupes, Emi, yo te ayudaré, te protegeré— prometió—. Puedes quedarte aquí, nadie te encontrará aquí— le aseguró.

—Gracias— trató de sonreír ella.

Sergio le preparó un baño y le consiguió ropa limpia. Luego le ofreció algo de comer. A pesar de su angustia por haber tenido otro episodio de tiempo perdido con consecuencias que la ligaban a un hecho sangriento, Emilia comió con avidez y aceptó agradecida la hospitalidad de su compañero de facultad. Por suerte, Sergio parecía conforme con la historia que él mismo había elaborado sobre ella y no le hizo más preguntas.




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