La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE VIII: EL ESPÍA - CAPÍTULO 39

Liam se mordió la lengua para no mostrar su ansiedad ante Abel y Monty. Había elaborado su ardid con mucho cuidado, negando información, haciéndose el difícil para avivar el apetito de la curiosidad de aquellos dos. Luego les había contado una historia trágica de injusticia, con un misterio que contenía elementos con pistas inciertas que podían o no tener una relación con la misión Costa Antigua. Y el anzuelo había picado…

—Lo más extraño fue el traslado— comenzó Abel—. Estábamos en un desierto, en medio de la nada, con algunas cuevas y formaciones rocosas. Algo como lo que describiste. Y de repente… ¡Boom! Nos encontramos en una playa. Armados con ametralladoras y todo tipo de armas automáticas, avanzamos por la arena hasta llegar a una pequeña ciudad costera. La construcción del puerto y los barcos eran antiguos, parecían medievales, no tenía sentido.

—¿Cuál era el objetivo?— preguntó Liam.

—Capturar a un terrorista. El alto mando lo quería vivo para interrogarlo— respondió Abel—. Teníamos órdenes de eliminar a todos los hostiles, descubrir el escondite del terrorista y apresarlo. Fue una masacre— meneó la cabeza, suspirando.

—¿Murieron muchos de los nuestros?— inquirió Liam.

—No, ninguno. Pero esa pobre gente… No eran guerrilleros, Bruno, eran solo campesinos indefensos. ¡Por dios! ¡Salieron a atacarnos con espadas y cuchillos! Algunos, que parecían formar parte de algún tipo de milicia, llevaban armaduras de cuero. ¡De cuero, Bruno! Nuestras balas los hicieron pedazos. Era como si hubiésemos entrado a acribillar una aldea medieval. Fue una carnicería. Veinte de nosotros matamos a cientos de ellos. No tuvieron oportunidad alguna. Se nos ordenó que no podían quedar testigos, así que después de matar a todos los que trataban de defenderse de nosotros en las calles, revisamos las casas y los establos, hasta diezmar a toda la población.

—¿Y el terrorista que buscaban? ¿Lo encontraron?

—Sí, el general Munster y el coronel Suarez estaban con nosotros en la misión. Ellos forzaron a un par de muchachitos a revelar el paradero del terrorista, y lo atraparon fácilmente. No les dio problemas.

—¿Sabes su nombre?— inquirió Liam, conteniendo la respiración a la espera de la respuesta.

—No, ni siquiera vi su rostro. Lo traían con las manos esposadas a la espalda y una bolsa de tela negra cubriéndole la cabeza. Solo vi que era un muchacho joven, escuálido. Vestía una túnica blanca larga. No oponía resistencia al general y al coronel que lo arrastraban violentamente. Cuando pasó junto a mí, escuché que lloraba bajo la capucha negra.

—¿Qué hicieron con él?— preguntó Liam con una mano apoyada sobre su corazón, como tratando de impedir que se le saliera del pecho, latiendo desbocado.

—Lo trajeron aquí.

—¿Aquí? ¿Está aquí?— lo urgió Liam a contestar.

—Sí.

—¿Dónde?

—Bruno, no debes meterte en más problemas de los que ya tienes, además…

—¡Dónde!— le gritó Liam con vehemencia.

—En el nivel menos tres. Es un área de alta seguridad. Solo unos pocos tienen acceso.

—Nivel menos tres— repitió Liam para sí.

—No podrás entrar allí— le advirtió Abel.

—Sí podré— lo contradijo Liam.

—¿Cómo?— frunció el ceño Abel.

—Hasta el nivel menos tres debe tener baños para limpiar, ¿o no?­— les lanzó Liam una sonrisa cómplice.

Después de hacerles jurar silencio sobre la conversación que habían tenido, Liam abandonó a Abel y a Monty para preparar su incursión al nivel menos tres. Abel le había advertido que el nivel poseía varias puertas con cerraduras electrónicas que requerían lectura de huellas digitales, retina e incluso códigos que solo un selecto grupo de la base poseía, pero a Liam no le preocupaban esas medidas de seguridad, su plan era simple: problema-reacción-solución. Así que, usando su invisibilidad como empleado de mantenimiento, accedió fácilmente al sistema de tuberías de agua que estaba conectado al tanque principal en la terraza e hizo su magia. Solo tardaron media hora en llamarlo con urgencia para que reparara un problema con el agua en el nivel menos tres.

 

—Bruno Gaspari— murmuró el teniente Torres, revisando una lista de nombres en una hoja de trabajo—. ¿No es Alvarez el que se encarga de estas cosas?

—Alvarez está enfermo— dijo Liam—. Soy su reemplazo.

—Pero usted no está en mi lista de personal autorizado para este nivel— protestó Torres.

—La orden vino de la oficina del general Munster. Estoy seguro de que si lo llama, lo confirmará— se encogió de hombros Liam.

Torres se mordió el labio inferior, dudando. Si molestaba a Munster con una nimiedad como un baño tapado, solo lograría una reprimenda y el desdén de Munster por no poder asumir las responsabilidades más simples de la base.




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