La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE IX: IDENTIDADES OCULTAS - CAPÍTULO 42

Cuando Emilia despertó, se encontró con que Sergio le había dejado su ropa limpia y seca a un lado de la cama. Se refregó los ojos para despabilarse y se vistió.

—¿Sergio?— llamó tentativamente, mientras se dirigía a la cocina.

Pronto comprobó que Sergio no estaba en el departamento. Sin preocuparse demasiado, revisó las alacenas de la cocina y el interior del refrigerador, y encontró elementos más que satisfactorios para prepararse un desayuno. Después de comer y tomar algo caliente, limpió y ordenó todo, dejando las cosas como las había encontrado.

Mientras se había mantenido ocupada, había tenido la sensación de que todo saldría bien, pero ahora, que se encontraba sola en la vivienda de su amigo y sin tener nada que hacer, la angustia de los hechos desconocidos que evadían su memoria volvió a llenar su mente con pensamientos y suposiciones que no quería contemplar. Tenía que hacer algo, pensar en otra cosa. Se le ocurrió salir, ir a caminar para despejarse, pero luego recordó que la policía la estaba buscando y desistió de la idea. En cambio, decidió curiosear por el departamento.

Empezó por el dormitorio, que Sergio tan amablemente le había cedido para que descansara. Abrió el ropero y revisó la ropa de él. Pronto descubrió que la ropa estaba claramente dividida en tres partes: la primera tenía la ropa con la que ella lo había visto ir a clases. Nada del otro mundo: pantalones de loneta, chaquetas, camisetas, camisas y la ocasional corbata. Detrás de sus pantalones, al fondo del ropero, Emilia vio un bate de béisbol, que dedujo que Sergio guardaba para defensa personal. La segunda parte tenía ropa de mujer. ¿Sergio vivía en pareja? Nunca había mencionado nada al respecto. Y si su novia volvía, ¿cómo tomaría el hecho de que ella había dormido en la cama de él? ¿Por qué él no le había advertido sobre ella? Emilia no quería que su presencia metiera a Sergio en problemas. Consideró seriamente salir del departamento antes de que la novia de Sergio llegara. Pero, ¿a dónde iría? No tenía dinero y la policía la estaba buscando… ¿Dónde podría esconderse?

Mientras se preocupaba por su precaria situación, la tercera parte del ropero llamó su atención. Se acercó y vio que contenía varios uniformes militares. La talla de los uniformes era claramente diferente a la de la otra ropa de Sergio. ¿Qué hacía Sergio con esos uniformes en su ropero? ¿De quién eran? Emilia revisó las chaquetas y en una de ellas vio un gafete de bronce con un nombre grabado: General Munster. Ese no era el apellido de Sergio. Emilia se dio cuenta de que en realidad, no sabía mucho de la vida personal de Sergio. Él siempre había parecido muy interesado en ella y le había mostrado simpatía, tratando siempre de demostrar su amistad con pequeños gestos hacia ella, pero ella, en su afán de mantener la reserva de sus inexplicables episodios de pérdida de tiempo, no le había permitido acercarse demasiado, ni tampoco había mostrado mucho interés por él.

Intrigada, Emilia cerró el ropero y se dedicó a explorar los cajones de los muebles de todo el departamento. No encontró nada interesante, hasta que abrió un cajón semi-oculto en un mueble que estaba en la pequeña sala de estar. Dentro, encontró el documento de identidad de una mujer. Tenía como treinta años, piel blanca y cabello rojizo, ojos azules. Emilia reconoció el escote del vestido de la foto: era uno de los vestidos que había visto en el ropero. ¿Esta era la novia de Sergio? Leyó su nombre: Evelyn Heath. Junto con su documento encontró tarjetas de crédito a su nombre, credenciales de algo llamado “Sociedad Arqueológica Nacional”, donde aparecía como experta en cultura celta, y un pasaporte a su nombre también. Al abrirlo, vio varios sellos de entrada y salida de Irlanda.

Emilia siguió explorando el contenido del cajón y encontró un sobre con más documentación: esta era del general Munster. La foto de su documento mostraba a un hombre adusto y fornido de unos cincuenta años, cabello entrecano y una mirada negra y penetrante. Había también tarjetas de crédito y pasaporte a su nombre, más varias credenciales militares que lo ubicaban asignado a algo llamado “Base Guinn”.

Emilia comenzó a preocuparse. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Por qué sus ropas y sus identificaciones estaban en la casa de Sergio, en vez de encima de sus dueños?

El sonido de la llave en la cerradura de la puerta de entrada la sobresaltó. Cerró rápidamente el cajón y se sentó en el sofá, tratando de aparentar inocencia.

—¡Emi!— le sonrió Sergio, cargado con bolsas con víveres—. ¿Qué haces allí sentada?

—Solo… solo… solo pensaba— tartamudeó ella, tratando de sonreír—. He estado tratando de recordar…

—¿Y?— preguntó él, interesado, apoyando las bolsas sobre la mesita de café frente al sofá.

—Nada, lo siento— se disculpó ella.




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