La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE IX: IDENTIDADES OCULTAS - CAPÍTULO 43

—He sido paciente— comenzó Sergio, apoyando las manos con los dedos entrelazados sobre la mesa—, pero este juego tiene que terminar.

—¿Qué juego?— preguntó Emilia, un poco nerviosa.

Tu juego— le espetó él.

—¿Qué?

—¿Cuándo vas a entender que somos una unidad? ¿Qué no puedes seguir evadiendo tu parte en esto?

—Sergio, ¿de qué estás hablando? ¿Por qué tienes los documentos de esas personas en tu departamento?

—¿Quieres saberlo? Pues te lo diré: en los viejos tiempos solo bastaba con tomar el aspecto debido, pero en esta era moderna todo ha cambiado. La presencia física y la palabra no son suficientes para acreditar la identidad. Son necesarios papeles, tarjetas plásticas con tu nombre y un montón de tonterías más. Todo es más engorroso. ¡Oh, cómo extraño nuestras viejas épocas! Todo era más simple, más directo. Hasta la manipulación de las mentes debe ser hecha de forma más indirecta, aunque debo decir que el método es tan efectivo como meterse dentro de la mente manualmente y torcerla a voluntad. Te sorprendería el efecto que unas frases vagas e incompletas pueden obrar en las mentes de los incautos que creen que han encontrado la pista de nuestro misterio. He esperado por mucho tiempo que comprendas tu herencia. He tratado de ayudarte, de acercarme. Pero cada vez que te muestro la verdad, huyes al vacío de una existencia pobre y disminuida, irreal. Un día ya no me conforma, quince días ya no me conforman, te quiero de forma permanente conmigo, como las hermanas que somos, inseparables, unidas en el poder que dominará este mundo y otros. Vuelve a mí, es hora— alargó él una mano, tomando las de ella.

Ella se soltó bruscamente, perturbada:

—No entiendo una sola palabra de lo que me estás diciendo— dijo despacio.

—Y sin embargo, en el fondo sabes que lo que te estoy diciendo es cierto, ¿no es así?

Ella negó con la cabeza.

—Viniste a mi puerta, ¿no? Significa que lo sabes, que has decidido terminar con todo esto. ¿Por qué, si no, estás aquí? La ropa y las identificaciones que encontraste… ¿no te permitieron atisbar tu verdadero destino? ¿Entender tu poder? ¿No te hicieron desear volver?

—¿Volver a dónde?— inquirió ella, desconcertada.

Él suspiró, visiblemente desalentado. Intentó por otras avenidas:

—¿Cómo es él? Sé que te contactó.

—¿Quién?

—Lug.

—¿Conoces a Lug?— preguntó Emilia, asombrada.

—He oído hablar de él. Él y su hija son los obstáculos, pero lograré hacerlos jugar a mi favor.

—¿Obstáculos?— repitió Emilia sin comprender.

—Es tan desgastante e inútil hablarte cuando estás así— suspiró él—. Si solo volvieras a mí…— sacudió la cabeza—, pero tu temperamento terco siempre ha sido un problema. A pesar de tu desprecio y de tu desconsideración hacia mí, lo he preparado todo para restaurar tu reinado, que será nuestro reinado, el de las tres.

—¿Tres?

—Oh, sí, he preparado todo para que Macha se nos una. Sucederá pronto.

—¿Quién es Macha?

—Nuestra otra hermana. Solo necesita encontrar el Ojo Verde. Ya verás, cuando ella venga, seremos invencibles, como antes, y entonces ya no tendrás razones para mantenerte separada.

—Sergio… estás demente— murmuró Emilia con un dejo de tristeza en la voz.

—No importa, pronto lo entenderás. Mientras tanto, te cuidaré, te tendré conmigo aquí— decidió él.

—No— se puso de pie ella—. Te agradezco que me hayas ayudado, pero no puedo quedarme— amagó a irse.

En un movimiento rápido y certero, él se paró, avanzó hacia ella y la tomó de un brazo con fuerza:

—No, no te irás de aquí hasta que no decidas volver y unirte a mí— le gruñó él—. Si no quieres terminar con este juego, yo te forzaré.

—¡Sergio! ¡Suéltame!— forcejeó ella con vehemencia—. ¡Me lastimas!

Él la apretó más fuerte y comenzó a arrastrarla hacia el baño.

—¡Sergio! ¿Qué estás haciendo? ¡Déjame ir! ¡No soy quien crees que soy!

—Eso ya lo sé— le gruñó él, tironeándola sin piedad—, pero pronto volverás a ser ella. No te dejaré escapar esta vez.

Emilia abrió los ojos horrorizada. ¿Qué clase de psicópata era Sergio? Desesperada, comenzó a patearlo con todas sus fuerzas, pero sus esfuerzos fueron inútiles pues él la sobrepasaba ampliamente en fortaleza y determinación. Sergio abrió la puerta del baño de un empujón y metió a Emilia adentro. Ella atinó a morderle la muñeca de la mano que sostenía su brazo. Él la soltó con un alarido de dolor y reaccionó golpeándola en el rostro con tanta fuerza que la tumbó al piso.




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