La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE IX: IDENTIDADES OCULTAS - CAPÍTULO 44

Cormac desmontó y se internó unos pasos entre los árboles rojos, siguiendo a Madeleine:

—Esto es mala idea— murmuró para sí.

—Vamos— lo animó ella—. Dejaremos los caballos aquí y seguiremos a pie.

—Mady…— intentó buscar Cormac las palabras adecuadas para hacerle entender a ella que entrar sin autorización de las mitríades en Medionemeton no era bueno—. Mady, debes saber que este lugar está protegido por criaturas a las que no les gustan los intrusos.

—Lo sé— dijo ella sin inmutarse—. Vamos— lo volvió a animar.

Rezongando disgustado, Cormac la siguió.

—¿Al menos quieres decirme por qué estamos aquí?— demandó Cormac.

—No— contestó ella sin emoción.

—¿No confías en mí?— la cuestionó él, dolido—. Si te he acompañado en este viaje de locura, es porque me interesa tu bienestar, porque quiero ayudarte en lo que sea que te propones.

—Lo sé, Cory, y lo aprecio, de verdad. Solo te pido un poco más de paciencia. “Pronto será revelado todo lo que es necesario que se sepa”— recitó ella.

—¿Eso es parte de una visión que tuviste?— adivinó Cormac.

Ella asintió con la cabeza:

—Pronto, Cory, lo prometo— se acercó ella a él, y le dio un fugaz beso en los labios que lo sonrojó de pies a cabeza.

Después de una media hora de caminar entre los balmorales de Medionemeton, Cormac y Madeleine se detuvieron en seco al advertir varias presencias que los observaban. No podían verlas pues estaban ocultas en la espesura, pero era claro que los vigilaban con atención.

—Venimos en paz— dijo Cormac en voz alta, desprendiéndose el cinturón con su espada y apoyándolo despacio en el suelo para luego levantar las manos. Madeleine lo imitó, sacando una daga oculta en su cintura y arrojándola al piso.

Cinco mitríades hicieron visible su presencia, rodeándolos mientras les apuntaban a las cabezas con arcos tensados. Cormac arrugó el entrecejo, sorprendido. ¿Mitríades armadas? ¿Desde cuándo? Algo no estaba bien.

—¡Arrodillaos, intrusos!— les ordenó una de las mitríades que parecía estar al mando del grupo.

Ellos obedecieron, mientras las mitríades aleteaban a su alrededor, ajustando el objetivo de sus amenazantes flechas para que siguieran apuntadas a sus cabezas.

—¿Quiénes sois?

—Mi nombre es Cormac y esta es Madeleine, duquesa de Tiresias— comenzó Cormac—. Venimos del otro lado de la cordillera, del sur.

—¿Qué queréis en Medionemeton?

—Hablar con su líder— dijo Madeleine con tono firme.

—Volved a vuestras tierras. Este no es lugar para vosotros. No sois bienvenidos aquí— le replicó la mitríade con tono hostil.

—No nos iremos hasta hablar con su líder— insistió Madeleine.

—Eso no sucederá. Tomad vuestras armas y marchaos— se mantuvo inamovible la mitríade.

—Si nos vamos, no podré darle información a su líder sobre el destino de su reina— dijo Madeleine.

Eso detuvo en seco a las mitríades, que cruzaron miradas inquietas. Enseguida, la líder del grupo conferenció en susurros con una de sus compañeras. Acto seguido, dos de las mitríades guardaron sus arcos y partieron, internándose en el bosque, mientras las otras tres seguían firmes en su posición, vigilando a los intrusos.

Madeleine y Cormac esperaron pacientemente de rodillas, comprendiendo que las mitríades habían decidido consultar con su líder la posibilidad de permitirles hablar con ella.

Cormac miró a Madeleine de soslayo, preguntándose qué información poseía ella sobre la reina Merianis y qué relación tenía eso con la masacre en las tierras de Merkor. Desde luego, sabía que estas no eran las circunstancias adecuadas para preguntárselo directamente a ella, así que guardó un prudente silencio, dejando que Madeleine manejara el asunto, del cual él no tenía ni la menor idea.

Las dos mitríades que se habían ido volvieron al cabo de unos quince minutos, seguidas de otro grupo de cinco mitríades, que traían en sus manos sogas de seda trenzada y fajas del mismo material. Con una simple inclinación de cabeza, una de las dos mitríades le hizo entender a la que estaba a cargo del primer grupo la respuesta de la consulta que habían hecho a su líder. La mitríade al mando asintió a su vez y se volvió a los dos extranjeros de rodillas ante ella:

—Nuestra líder ha decidido hablar con vosotros— les anunció—. Pero la entrevista se llevará a cabo en nuestros términos— agregó, haciendo una seña a las mitríades del segundo grupo, que se acercaron con las sogas—. No os haremos daño mientras vosotros cooperéis con nuestros requerimientos, pero debéis aceptar que tenemos que restringir vuestra libertad de movimiento en nuestra tierra.

—Lo aceptamos— asintió Madeleine.




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