La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE IX: IDENTIDADES OCULTAS - CAPÍTULO 46

—Merezco una oportunidad— dijo Madeleine de pronto, interrumpiendo la conversación entre Anhidra y Cormac.

Anhidra se volvió hacia ella con los ojos entrecerrados con desconfianza.

—¿Oportunidad?— repitió la mitríade.

—Sí— confirmó Madeleine—. Hablan de mí como si fuera alguna especie de monstruo que debe ser mantenido bajo control por todos los medios posibles, pero no he hecho nada que merezca esa apreciación de mi persona, por lo que deduzco que existen acciones detestables que he perpetrado en el pasado, acciones que escapan a mi memoria.

—Mady…— meneó la cabeza Cormac, tratando de contener su razonamiento.

—No— le advirtió Anhidra a Cormac—, dejadla hablar. Dejad que revele lo que sabe, lo que sospecha.

—No sé qué cosas tan terribles hice en el pasado— continuó Madeleine—, pero Cormac es testigo de que desde que regresé al castillo de mi padre, he cambiado, y he venido aquí hoy a probarlo. ¿Pueden darme esa oportunidad?

Anhidra se paró frente a Madeleine, mirándola fijamente a los ojos, escrutándola con intensidad:

—Adelante— le dijo—, tomad vuestra oportunidad, y tened el buen tino de no desperdiciarla— le advirtió.

—Gracias— dijo Madeleine con sincera gratitud.

—Decid lo que habéis venido a decir— le ordenó Anhidra, sin quitar su mirada de la de Madeleine ni por un segundo.

—Merianis está viva— anunció Madeleine.

La declaración provocó un gran suspiro de alivio en todos los presentes.

—Pero se encuentra cautiva y su salud se deteriora rápidamente— siguió la profetisa.

—¿Dónde?— preguntó Anhidra con urgencia.

—La vi en una celda de cristal que no es de este mundo— respondió Madeleine—. El acceso al lugar es difícil, pero no imposible. Hay una forma de llegar, una forma de salvarla.

—¿Cuál?

—El Ojo Verde.

Ante la respuesta de Madeleine, Anhidra dio dos pasos hacia atrás como si la hubieran empujado bruscamente:

—¡Todo el mundo afuera!— ordenó con perentoriedad—. Llevaos a Cormac. Dejadme sola con la profetisa.

—¿Qué?— forcejeó Cormac ante las dos mitríades que lo tomaron de los brazos para arrastrarlo fuera del salón—. ¿Qué está pasando? ¿Qué es el Ojo Verde?

Nadie le respondió. Las mitríades desalojaron el lugar sin protestar. Cormac siguió resistiéndose a obedecer y salir del salón, por lo que las mitríades tuvieron que atarle los tobillos y las rodillas entre sí, levantándolo luego en andas entre cuatro para llevarlo volando hacia afuera. Cormac se sorprendió de que criaturas tan aparentemente frágiles pudieran dominarlo físicamente con tanta facilidad. Lobela fue la última en salir, cerrando las enormes puertas tras de sí, dejando a Madeleine y Anhidra solas, frente a frente, con la mirada clavada una en la otra.

—Es un juego peligroso el que jugáis— dijo Anhidra despacio.

—No estoy mintiendo— aseguró Madeleine.

—Eso ya lo sé— suspiró Anhidra—. Lo que no sé es si esta situación justifica el daros acceso al Ojo Verde.

—¿Qué es exactamente el Ojo Verde?— preguntó Madeleine.

—¿No lo sabéis?— se sorprendió Anhidra.

—No— confesó Madeleine—. Solo tuve una visión en la que me veo a mí misma entrando en él, y sé que esa es la única manera de acomodar los eventos para que lleven a una línea temporal donde la reina pueda ser restaurada.

—No tiene sentido— murmuró Anhidra.

—¿Por qué?

—El Ojo Verde es uno de los secretos más profundos de las de mi raza, y solo algunas de nosotras conocemos su uso y sus peligros— comenzó Anhidra—. Es impensable que un humano penetre su misterio. El acceso al Ojo Verde está restringido solo a la próxima reina de las mitríades.

—¿Próxima reina?

Anhidra suspiró, indecisa con respecto a dar más información de la que ya había dado:

—Miradme a los ojos y contestadme— le pidió la mitríade—. ¿Realmente habéis venido aquí a ayudarnos? ¿Es rescatar a Merianis vuestra intención verdadera?

—Sí— afirmó Madeleine sin dudar.

Anhidra asintió, percibiendo que decía la verdad:

—Entonces, supongo que debo correr el riesgo— murmuró más para sí que para Madeleine.

La mitríade tomó las manos de Madeleine y desanudó la soga de seda con destreza:

—Venid— la invitó luego con un gesto de la mano—, hablemos en un lugar más confortable.

Anhidra guió a Madeleine a través de una puerta disimulada en uno de los arcos del gran salón del trono, hacia una habitación más pequeña y acogedora, con mullidos sillones forrados en pana y una enorme chimenea. Después que las dos se sentaron enfrentadas, Anhidra comenzó con un relato secreto, destinado solo a las más encumbradas mitríades. Era una historia que ningún humano había tenido el privilegio de conocer jamás antes.




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