La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE X: EL NIÑO HERIDO - CAPÍTULO 47

Augusto se apoyó en un tronco seco, con la mano izquierda descansando sobre su estómago para estabilizarlo, mientras Lyanna examinaba el portal en el bosque de Walter.

—No puedo hacer nada desde aquí— anunció ella, volviendo al lado de su esposo—. Lo bloqueó del lado del Círculo.

—¿Alguna idea de por qué?— inquirió él.

—No, pero es obvio que el estado del bosque está conectado— respondió ella, paseando una mirada preocupada por los árboles muertos.

—Walter debe saber lo que pasó aquí— opinó Augusto.

—Sin duda— confirmó ella—. ¿Vamos?— lo invitó a tomarle la mano para teletransportarse hasta a cabaña de Walter.

—Dame un momento— pidió él.

—Ya deberías estar acostumbrado a la teletransportación— frunció el ceño ella.

—Solo estoy fuera de práctica, es todo.

—Tal vez sea mejor que caminemos— propuso ella—. La cabaña no está tan lejos.

—Sí, buena idea, no me viene mal un poco de ejercicio— aceptó Augusto.

Los dos se adentraron más profundamente en el seco bosque. A medida que avanzaban, pisando la descolorida hojarasca que cubría el suelo como un crujiente colchón, Augusto comenzó a recuperarse rápidamente de su malestar estomacal.

—¿Qué crees que le pasó al bosque?— preguntó Augusto.

—Lo sabremos cuando encontremos a Walter— evadió ella la pregunta.

Lyanna sospechaba que la muerte del bosque presagiaba la desaparición física de Walter, pero no quería abrumar a Augusto con suposiciones hasta estar segura.

Después de unos quince minutos de caminata, llegaron a la camuflada cabaña, que ahora emergía de forma conspicua en el grisáceo bosque, desprotegida y desnuda de su ropaje de enredaderas. Augusto apuró el paso y llegó primero hasta la puerta de la pequeña casita. Golpeó, llamando a Walter por su nombre. Al no recibir respuesta, empujó con cautela la puerta y asomó la cabeza. Enseguida se dio cuenta de que la cabaña estaba vacía. Entró con paso incierto y no tardó en descubrir la enorme mancha de sangre oscura y seca impregnada en el piso de madera.

—Ly…— se volvió Augusto hacia la puerta para llamar la atención de su esposa sobre la mancha.

Pero Lyanna no había entrado a la cabaña detrás de él. Augusto salió de la cabaña para ir en su búsqueda.

—¿Ly?— la llamó.

—Aquí atrás— le respondió ella.

Augusto rodeó la cabaña y descubrió a Lyanna de cuclillas en el suelo, con la mano apoyada sobre un área de tierra recientemente removida.

—¿Es eso lo que creo que es?— inquirió Augusto con un nudo en la garganta.

—Sí— le confirmó Lyanna—, es una tumba.

—¿Walter?— dedujo Augusto con lágrimas en los ojos.

Ella asintió con la cabeza.

—Su muerte no fue natural— dijo Augusto con la voz ronca—. Hay sangre en la cabaña. Mucha sangre.

—Lo sé— dijo ella—. Todo el bosque está saturado de frecuencias de violencia y tristeza. Esto es lo que llevó a mi padre a huir y aislarse.

—No— negó Augusto con la cabeza—. Lug no es un cobarde, no huiría así, dejando impune la muerte de su mejor amigo.

—No fue un acto de cobardía, fue un acto de desesperación— aclaró ella, poniéndose de pie.

—¿Quién pudo hacer esto? ¿Y por qué?— inquirió él.

—Tal vez los árboles puedan decirme lo que pasó aquí— musitó ella, mirando en derredor.

—¿Cómo? ¡Todos están muertos!

—No, no todos— lo corrigió ella.

Lyanna caminó entre los árboles con los brazos extendidos y las palmas abiertas, buscando, buscando… Después de unos momentos, su mirada se vio atraída por un árbol en particular, un enorme eucalipto que se alzaba majestuoso a pesar de la desnudez de sus ramas.

—Algunos todavía conservan vida escondida en su interior, apenas latente— le dijo Lyanna a Augusto, acercándose al gigante eucalipto.

Lyanna abrazó el tronco del árbol con ternura y apoyó su mejilla derecha sobre la suave corteza, cerrando los ojos. Augusto se mantuvo a cierta distancia, permitiendo que ella entrara en comunión con el eucalipto moribundo. Después de un largo rato, Lyanna despegó su rostro del tronco, y con lágrimas en los ojos, se deslizó suavemente hacia abajo, hasta quedar sentada en el suelo, junto al árbol.

—¿Estás bien?— corrió hacia ella Augusto, acuclillándose a su lado y abrazándola.

—Bien— asintió ella con un hilo de voz, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Augusto esperó pacientemente a que ella se repusiera. Lyanna recuperó el control de sus emociones con varias respiraciones profundas y comunicó a Augusto lo que había averiguado:




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