La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE X: EL NIÑO HERIDO - CAPÍTULO 49

—Si ya no hay más nada que podamos hacer aquí, creo que deberíamos ir a ver a mis padres— dijo Augusto a Lyanna, mientras miraba con pesadumbre el seco bosque que se veía mustio y lúgubre con la última luz de la tarde—. Si saben algo de lo que pasó aquí, tal vez puedan aclararnos algunas dudas, y si no, creo que debemos darles la triste noticia de Walter nosotros.

—Estoy de acuerdo— extendió la mano Lyanna hacia su esposo—. ¿Estás listo?

—Sí, hagámoslo— cerró los ojos él, tomando la mano de ella.

En el espacio que va de un segundo al otro, Lyanna y Augusto aparecieron delante de la puerta de entrada de la casa de Juliana y Luigi. Augusto notó que su estómago no se quejaba tanto del abrupto traslado esta vez.

Después de varios intentos con el timbre y golpes en la puerta, Augusto resopló con rostro preocupado al no recibir respuesta:

—Esto no es normal. A esta hora, mamá siempre está de vuelta de la facultad— dijo.

—No es necesario pensar lo peor— trató de confortarlo Lyanna.

—Walter está muerto, Ly, ¿cómo quieres que no piense lo peor?

—¿Quieres revisar la casa por dentro?— le ofreció ella su mano.

—Sí, pero lo haremos a mi manera esta vez— anunció él.

Acercando su mano a unos centímetros de la cerradura, Augusto cerró los ojos para concentrarse mejor y visualizó los engranajes, moviéndolos a voluntad hasta que encajaron perfectamente, destrabando la puerta.

—Me impresionas— sonrió Lyanna.

—Oh, vamos, Ly, esto es pan comido para mí a estas alturas— respondió Augusto, pero en realidad, el cumplido de ella lo puso boyante.

Los dos entraron con cautela a la casa vacía. Augusto encendió las luces y desconectó la alarma, respirando con alivio al ver que todo parecía estar en su lugar:

—Revisaré la casa— propuso.

—No es necesario, no hay nadie— le aseguró ella.

—¿Percibes algún remanente de violencia?— quiso saber él.

—No, pero hay cierta tensión en el ambiente.

Augusto fue a la cocina. Todo estaba limpio y ordenado, y no había señales de que hubiesen salido huyendo apurados del lugar. Eso lo tranquilizó un poco. Abrió el refrigerador y notó que no había frutas. Su madre compraba frutas frescas todas las mañanas, lo que significaba que sus padres llevaban ausentes de la casa más de un día, como mínimo. Miró de reojo el teléfono fijo en la pared. La vieja máquina contestadora no indicaba que hubiera mensajes sin escuchar. Augusto suspiró, contrariado: hubiese sido fácil llamar a sus padres desde la casa, pero ninguno de los dos usaba  teléfonos móviles desde hacía un año, desde que habían sido fácilmente rastreados por la Hermandad del Sello a causa de ellos. Golpeó la mesada de la cocina con sus puños cerrados en frustración. ¡Si solo hubiesen aceptado quedarse en Baikal al menos por un tiempo! ¡Solo por un período suficiente para aprender a mantener un canal telepático!

—Los encontraremos— le dijo Lyanna suavemente, acariciando su hombro para calmarlo.

—Tal vez Allemandi sepa algo, o Polansky…— reflexionó él.

Ella le soltó el hombro y se quedó pensativa por un momento.

—¿En qué piensas?— le preguntó él.

—Tengo la sensación de que por algún motivo, ellos no quieren que intervengamos en esto— respondió ella.

—No sé tú, pero yo no pienso quedarme de brazos cruzados— le espetó el, enfurruñado—. No me importa lo que ellos quieren, no me dejarán afuera de esto.

—Tranquilo— le sonrió ella—. Estoy contigo en esto. Mi corazón me dice que si el universo no quisiera que participáramos de esto, no nos habría llevado hasta la tumba de Walter, y ya sabes que siempre sigo a mi corazón.

Él la besó tiernamente en los labios:

—Gracias por apoyarme, Ly. ¿Qué sugiere tu corazón que hagamos ahora?

—Creo que…— los labios de ella se quedaron paralizados en medio de la frase y Augusto vio que palidecía de repente.

—¿Ly? ¿Qué tienes?— la abrazó él con urgencia.

—Es… el canal… el niño…— articuló ella con dificultad.

Augusto corrió una silla y la guió para que se sentara.

—Debo responder— manifestó ella.

—Seguro, claro— asintió Augusto.

Lyanna apoyó las manos sobre su regazo y cerró los ojos, entrando inmediatamente en el trance del canal. El contacto fue breve, apenas unos minutos, pero cuando Lyanna abrió los ojos, Augusto pudo notar que no había salido del todo del trance:

—¿Ly? ¿Estás bien?— preguntó son suavidad, sentándose a su lado.

Ella contestó apenas moviendo los labios, tenía la mirada vidriosa:

—Está lastimado… está confundido… no puede decirme dónde está… está lastimado…— volvió a repetir con angustia en la voz—. Tengo que ayudarlo… tengo que ir…




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