La Tristeza De Sus Ojos

Capítulo 2

Emma

Me acerqué hasta el auto y Kendall se bajó para ayudarme con las bolsas. Abrí la puerta del copiloto y me metí dentro al mismo tiempo que mi prima subía del lado del conductor.

—No sabes a quién vi.

—¿A quién viste? —preguntó después de poner el coche en marcha. Yo bajé la ventanilla de auto.

Por poco se me olvidaba hacerlo. Siempre que me subía a un auto me descomponía. Bueno, me empezaba a marear. A eso lo había sacado de mi mamá. Según me contó, el problema comenzó durante el embarazo y se mantenía hasta ahora. Cuando íbamos en el auto siempre teníamos que dejar que el aire natural se adentrara en el ambiente cerrado, o si no, nos hacía mal y teníamos que pedirle a mi padre que se detuviera porque creíamos que íbamos a vomitar.

—Al chico nuevo, el que repitió de curso.

—¿Estaba comprando? ¿Te saludó?

—No, él trabaja ahí, pero sí, hablamos un poquito. ¿Qué sabes de él? —inquirí, con ganas de saber. Kendall se caracterizaba mucho por su capacidad de saber ciertas noticias primero que todos. Era muy popular en la escuela, y siempre terminaba por enterarse de primicias muy interesantes, y yo tenía la suerte de que las compartiera conmigo.

—Muy poco.

—Dime lo que sepas.

—No lo quieren mucho en el colegio, es porque es pobre.

—¿Qué? —Eso no tenía sentido. Sabía que se burlaban de Aiden pero no pensaba que era por eso.

Estúpidos adolescentes sin corazón.

—Como escuchas, la gente es así de cruel. Vivimos en un mundo muy malo porque la gente es una completa mierda. —Dobló por una esquina.

—El mundo no es malo, la gente es mala —concordé.

Me abroché el cinturón al darme cuenta de que no lo había hecho. Si mamá estuviese conmigo ya me habría regañado. Es un por un accidente que tuvo hace muchos años, uno en el que casi muere. No sé demasiado al respecto porque nunca quiso contarme con lujos de detalles, siempre parecía incómoda cuando tocábamos el tema, y papá, para sacarla de la tensión en la que parecía sumergirse, me empezaba a hablar de algún otro tema.

—¿No lo quieren por ser pobre? —pregunté más para mí que para ella.

—Ajá —se llevó una galleta a la boca. ¿En qué momento abrió el paquete?

—Por casualidad, ¿ese paquete de galletas que está sobre tu regazo es el que mamá me pidió que comprara?

Me miró por un segundo y luego asintió.

—Tengo hambre.

—¿En qué momento sacaste eso de la bosa?

—Cuando no mirabas.

Rodé los ojos.

—¿Qué me decías sobre Aiden? —retomé el tema.

—Ah, ya sabes su nombre... ¿Es porque prestaste atención en clase cuando tomaban asistencia o porque él te lo dijo?

—Fue él.

—¡Qué bien! —exclamó y yo la miré sin entender por qué tanta emoción—. ¿Le dijiste tu nombre?

—Sí.

—¿Él primero o tu primera?

—Yo.

—¡Ya andas coqueteando! Dieciséis años tarde, pero es mejor que nunca.

—No estoy coqueteando —repliqué—. Solo intentaba ser amable.

—Ya, claro —No me creyó—. Estoy enterada de que una vez se metió en una fuerte pelea con un chico que ahora va en el último año. Fue cuando él iba a tercero, eran compañeros de clase y, por algún comentario inapropiado que hicieron, Aiden se molestó mucho y empezaron a repartirse golpes. Aunque no le fue bien.

—¿A Aiden?

—Sí, tú no te enteraste porque aun seguías en la otra escuela —respondió y los malos recuerdos me inundaron la mente por un momento.

Cuando iba en la primaria todo estaba bien, pero cuando empecé la secundaria no tuve la misma suerte de ser bien bienvenida. Mi falta de habla parecía molestarles mucho a las otras chicas y, al ser más bajita y más delgada pensaban que podían meterse conmigo y hacerme lo que se les diera la gana. La pasé muy mal. Demasiado. Recuerdo que mamá o papá me levantaban a las seis para prepararme para la jornada semanal y yo ponía cualquier excusa con tal de no ir.

Varias veces me encerraban en los baños, en el cuarto del conserje, y una que otra vez he tenido la muy mala suerte de sentir una bofetada o un empujón por parte de mis compañeras. Me amenazaban con que, si le decía a mis padres, ellas me harían la vida aún más imposible. Pero un día me dejaron el ojo tan morado que fue muy complicado ocultarles a mis papás lo que pasaba. Me había metido al auto de papá cuando me recogió a la salida, y sus ojos se agrandaron al verme tan mal. Y cuando me preguntó qué había pasado no pude guardarme las lágrimas y empecé a llorar mientras lo abrazaba. Llegamos a la casa y cuando mamá volvió de trabajar les conté todo a ambos. Anteriormente a eso ellos notaban que estaba muy cambiada y me preguntaban la razón, pero yo les decía que no era nada, que estaba bien. Muchas mentiras y un error grande: el no decir nada. Tuve que soportar un año y medio, siempre estaba con miedo de entrar al colegio porque deseaba que no me pasara nada. Cuando todo salió a la luz nos reunimos con la directora y le conté lo que estaba pasando, pero no suspendieron a las chicas porque si no la mitad del curso estaría sin asistir al colegio y no era una idea que le agradara a la mujer que estaba a cargo de cuidarnos a todos. Pero lo bueno es que las dejaron castigadas durante todo un mes. Se había planteado la justicia, por suerte. No era un supercastigo, pero tampoco podía pretender que las metieran en la cárcel o algo por el estilo. Mis padres no se sintieron cómodos con que siguiera estudiando ahí, y entonces tomaron la decisión de cambiarme. Me inscribieron en el mismo colegio al que va mi prima Kendall. Fue una muy buena idea el cambio de ámbito, al menos tenía a una amiga para acompañarme en todo y no tenía que comer sola en la cafetería.

—¿Tú viste cómo quedó después de la pelea?

—Un poco. La verdad casi nada. Lo suspendieron por una semana, y cuando regresó no estaba tan mal.




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