La Tristeza De Sus Ojos

Capítulo 11

Emma

Busqué el facebook de Aiden durante media hora, estaba decidida a encontrarlo, decidida a enviarle una solicitud de amistad, pero terminé por resignarme cuando no encontré el usuario que yo quería. 

Me mordí el labio, pensativa. Quizá no tenía facebook. Esa red ya estaba bastante pasada de moda, casi nadie la usaba hoy en día, y quizá él no era la excepción. 

—Quiero ver algo —insistió Katherine otra vez. La niña se había pasado casi todo el rato pidiéndome que dejara de usar mi ordenador así ella podía buscar alguna película que le llamara la atención. Yo le decía que en un momento terminaba, pero no se quedaba conforme con la respuesta y seguía inquiriendo cuánto me faltaba para terminar. 

—Lo sé, Katherine —soplé un mechón de cabello que caía sobre mi ojo—. ¿Qué vamos a ver?

—No sé, ¿qué me recomiendas?

Pensé. 

—Podemos ver una peli animada en vez de una de miedo, no quiero que mamá me rete, ya te dije. 

—¡Yo quiero ver una de terror, Emma! Te dije que esta vez no tendré miedo. 

—Está mal que yo te permita ver estas cosas. 

—¿Cuántas veces te tengo que decir que no me voy a asustar? —levantó las cejas. Para su corta edad ya tenía un gran carácter. 

La miré un momento y supe que me iba a arrepentir. 

—A la noche seguramente vas a querer dormir conmigo, Kat, y por si no te has dado cuenta, no me gusta que te acuestes en mi cama porque siempre termino en el suelo.

—No, voy a dormir en mi cama, ya vas a ver —me sacó la lengua y fingí estar indignada. Fruncí las cejas y me quedé en silencio, esperando a que ella dijera alguna cosa. Muchas veces solía hacer eso cuando Katherine me hablaba mal. 

Para mi extrañeza no me dijo nada, se quedó callada mirando la pantalla. 

—Estoy enojada contigo, por si no te diste cuenta. 

Giró su cabeza lentamente y puso esos ojos de cachorrito regañado.

—¿Estás enojada conmigo? No, Emma, no te enojes —dejó la computadora a un costado y se tiró encima de mí para abrazarme fuerte. Correspondí a su gesto y me reí levemente—. No me gusta cuando te enojas conmigo. 

—A mí no me gusta cuando me hablas mal o me sacas la lengua. 

—A veces no puedo evitarlo. 

La aparto de mí. 

—Empieza a intentarlo. 

—¿Por cuánto tiempo estarás enojada?

—Ve a pedirle a papá que vaya a la tienda a comprarnos paletas heladas de naranja y dejaré de estarlo. ¿Qué te parece? 

—¡Sí! ¡Paletas heladas! —se levantó de la cama y corrió fuera de la habitación. 

—¡Cuidado con las escaleras! —le grité y supuse que por más que me escuchara no me iba a prestar ni la más mínima atención—. ¡Y avísame qué te dice papá! 

—¡Bueno! —me gritó con esa vocecita dulce y finita de una nena de siete años. 

Mis intenciones no eran chantajear a mi hermana. Si ella me decía que no quería ir a pedirle a papá que nos comprara helados de agua iba a ir yo, solo era una excusa para no tener que levantarme de la cama, me encontraba cómoda donde estaba y no tenía planes de levantarme hasta que el largometraje finalizara. Ver pelis y comer algo rico es un lindo placer... más si se trata del helado de agua.

En ello salí a mamá y nada que ver a papá: él adoraba los helados de crema, en especial el de chocolate, y yo a ese sabor lo detestaba. No me gustaba para nada, si fuese por mí, cada vez que ordenábamos helados, pediría dos potes solo de agua. Descubrí aquel gusto hace varios años cuando mamá insistió en comprarme una paleta helada de naranja, a lo cual yo desistí porque quería otro sabor, uno de crema, pero ella terminó comprándomelo igual, aunque no me gustara la idea. Estaba con mis berrinches por no tener el helado que yo quería hasta que probé la paleta y el malhumor se me pasó. Desde los siete años ese sabor es de mis preferidos, al igual que el de mi hermanita pequeña. Con Jackson no tenía eso en común, él tiraba más al bando de papá.

Cerré la pestaña de facebook y me centré en la de películas. Estaba pensando demasiado en Aiden y ya parecía obsesionada. Esperaría verlo pasado mañana en el colegio y no volvería a intentar dar con él en las redes sociales. 

¿Qué película de terror que no fuese tan aterradora podía poner para que a Katherine no se le dificultara tanto dormir a la noche? De todas formas, la iba a tener durmiendo en mi cama. Ella decía que no, pero a esta respuesta la había escuchado tantas veces que ya no le creía cuando me la decía. ¿Es de mala hermana dejarla ver ese tipo de cosas? Yo no lo hacía con malas intenciones, ella era quien me insistía, pero sí le estaba haciendo un pequeño daño psicológico. Creo. 

Las pisadas en las escaleras empezaron a oírse. 

—¡Kat, no corras en las escaleras! —le dijo papá en la planta de abajo. La madera crujía conforme mi hermana se acercaba. 

—¡Papá dijo que sí, Emma! ¡Nos va a comprar helados! —dio un par de saltitos. 

Me contagió la sonrisa y se acercó a abrazarme toda emocionada. No contuve la risita, le correspondí y luego la alejé con cuidado para hacerle una señal de que se sentara a mi lado. 




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