Emma
El día libre de ayer se había pasado volando y me quedé con ganas de seguir disfrutándolo viendo alguna peli o simplemente pegada a la cama, durmiendo un par de horas más.
Me levanté de la cama maldiciendo entre dientes y me fui directa al baño a tomar una ducha. Me vestí con unos leggins de color negro y una camiseta algo desgastada que hace mucho no usaba. Tomé mis zapatillas y me las coloqué a los apurones cuando vi que se hacía tarde para ir al colegio y que apenas iba a tener tiempo para desayunar.
Como supuse, no pude comer ni tres tostadas porque mis padres ya me estaban apurando para que me subiera al auto. Subí las escaleras para cepillarme los dientes y me di cuenta de que casi me olvidaba de meter el teléfono en la cartera.
El viaje hasta la escuela se me hizo de lo más rápido, todo lo contrario a mis deseos; quería tardar todo lo posible así no pisaba tan pronto la cárcel. ¿Por qué cuando esperas que el tiempo pase rápido éste transcurre tan lento y por qué cuando quieres que se pase lento éste se pasa volando?
Rodé los ojos al pensarlo.
—¿Hoy verás a ese chico?
Miré a mi padre.
—¿A Aiden?
No me miró de frente pero sabía que lo estaba haciendo de reojo. Dobló en una esquina mientras asentía con lentitud y hasta creo que con algo de disgusto.
Papá ya se estaba haciendo la cabeza y no quería que después me saliera con sus cosas. De todas formas entre Aiden y yo no iba a pasar nada, así que él no tenía que preocuparse por que su hija anduviese de noviecita con algún muchacho del colegio. Podía estarse tranquilo, Aiden había dejado en claro con sus actitudes que gustaba de otra. Además... repito: no lo conocía de nada.
—No sé.
—¿No sabes?
—Quizá no venga al colegio.
—¿Hablas con él por mensaje?
Suspiré silenciosamente. Papá y sus celos.
—No.
Mi respuesta pareció agradarle, no sonrió ni nada, pero conocía a mi padre lo suficiente como para saber cuándo algo le disgustaba y cuando algo lo dejaba más relajado.
—Y eso, ¿por qué?
—Porque no somos cercanos, solo me pidió ayuda. Apenas he hablado con él, papá.
—¿Apenas has hablado con él y ya quieres invitarlo a la casa?
Negué con la cabeza. Detestaba cuando se ponía así.
—Si lo invito es para ayudarlo con matemáticas, no para otra cosa, ¿puedes creerme, papá? Además, tú vas a estar vigilándonos de cerca, no tienes por qué hacerte drama.
Bien, sabía que eso me iba a traer mucha incomodidad a la hora en que Aiden y yo estuviésemos en el comedor estudiando, ya me imaginaba a papá sentándose con nosotros para vernos sin vergüenza alguna o poniendo alguna excusa para quedarse cerca.
Los próximos dos minutos de viaje él se quedó en silencio y yo lo imité. Detuvo el auto frente al instituto y me acerqué para darle un beso en la mejilla.
—Emma —dijo cuando salí al exterior y bajó la ventanilla para que pudiera escucharlo con una mejor claridad.
—¿Qué pasa?
—¿Estamos bien? —preguntó con un atisbo de duda en sus ojos.
Fruncí las cejas un momento pero después comprendí a qué se refería. Ayer no habíamos estado conversadores entre nosotros —algo que no solía pasar muy a menudo— porque aún seguía con la molestia de lo que había visto sin querer en el televisor la otra noche. Cada que veía un beso pasadito de tono de mi padre con alguna otra mujer que no fuera mi madre me ponía furiosa, bueno, quizá no en todo el sentido de la palabra, pero sí me disgustaba bastante. Podían decirme infantil y todo lo que el mundo quisiera, pero yo sabía que mi madre, aunque lo aceptara porque a él le apasionaba actuar, se ponía muy triste cuando papá se tenía que ir y más aun sabiendo que tenía que compartir saliva con alguien más. Varias veces la había encontrado llorando por ello y cada que le preguntaba me decía que era porque él se iba, pero yo sabía que había algo más.
Por supuesto que mi molestia no solo se debía a que ella se sintiera mal, sino que también era porque a mí me daba asco ver eso. Ver y saber. O sea, él era mi papá. Lo admiraba y todo, pero ciertas cosas no aceptaba ni aunque fuera su pasión. ¿Era eso egoísta?
De todas maneras, el enfado había ido disminuyendo concorde iban corriendo las horas y se esfumó del todo después de anoche, cuando dormí plácidamente como un bebé.
—Estamos bien, pa.
Me observó atento, analizándome poco a poco, intentando averiguar si le mentía o no. La preocupación no abandonó su cara, es más, permanecía de la misma forma y lo entendí. A mí tampoco me gustaba cuando estábamos de aquella forma. Era incómodo.
—En serio —aseveré—. Ya se me pasó.
—No puedes vivir enojándote por esas cosas, Emma.
¿Ah, no? Mi semblante despreocupado cambió para transformarse en uno de confusión. ¿Había escuchado bien?
—Si puedo o no, eso no lo decides tú —solté con más disgusto del que quería palpar. Suspiré y me encogí de hombros.