La Tristeza De Sus Ojos

Capítulo 19

Emma

La mañana siguiente me levanté pareciendo un zombi. Los mocos se me caían y parecía que mi garganta había sido rasgada con el rallador de queso. No me tomé la temperatura, pero al poner mi mano sobre mi frente supe que tenía fiebre. Mi cuerpo me dolía y no tenía ganas de levantarme de la cama, pero si no lo hacía mi vejiga iba a explotar. Me levanté a regañadientes y con mala cara y fui hasta el baño arrastrando mis pantuflas de Sullivan. Adoraba ese regalo de papá porque eran cómodas y los fines de semana, cuando me quedaba en casa todo el día, las usaba para no tener que andar con las zapatillas. Me gustaba estar suelta, relajada, pero lástima que hoy me sentía para el traste.

Cuando toqué el agua me dio la sensación de que estaba helada, y eso que no hacía tanto frío. En realidad, estábamos a diecisiete grados, pero como estaba enferma todo me parecía al revés. Aproveché para ir a la planta baja para buscar un medicamento, lo que fuera que me hiciera sentir mejor. Mamá olvidó dejarme una píldora en mi mesita de luz, pero no la culpaba, estuvo un poco atareada con algo del trabajo y tuvo que irse a la casa de mis abuelos a hablar sobre algo de la empresa, cosas que yo no entendía ni nunca iba a comprender. Era algo superaburrido para mí, pero a mami parecía entretenerle tener cientos de papeles sobre su oficina de lunes a viernes.

Busqué una pastilla en el cajón, pero nada era lo que necesitaba para que se me pasase la gripe. En realidad, no hay un remedio que te cure la gripe, solo los días son lo que te hacen mejorar porque la peste va desalojando tu cuerpo. Los medicamentos solo ayudan a hacerte sentir mejor por un rato, pero no te sanan. Para mi mala suerte, ni siquiera tenía un ibuprofeno, los que me quedaban los habré usado ayer y el último en la madrugada, cuando no daba más del dolor de garganta y no podía dormir. Necesitaba sí o sí que alguien me trajera algo para tomar, pero papá y mis hermanos también se habían ido a casa de mis abuelos.

Solté una maldición. Mis ganas estaban por los suelos.

Subí a mi cuarto con los perros siguiéndome y me senté en la cama para llamar a quien podía llegar a ayudarme.

—Hola —respondió con la boca llena.

—No hables con la boca llena —le pedí a Kendall mientras me acostaba de nuevo y me tapaba entera con las sábanas.

—Si esperaba a terminar de masticar para atenderte ya me habrías cortado.

—Necesito tu ayuda, por favor.

—¿En qué puedo ayudarte, mi amor? —preguntó, masticando algo crujiente.

—¿Qué estás comiendo? —quise saber. Me daba curiosidad.

—Frituras. Papá me compró una bolsa grande.

Qué delicia. Hoy en la mañana no quise desayunar porque mi estómago estaba muy cerrado, y a decir verdad, no quería comer la comida del almuerzo, pero las frituras sí que se me antojaban.

—¿Puedes traerme un ibuprofeno de tu casa? No tengo más y es algo urgente. No te imaginas cómo me duele la garganta.

—Puedo imaginarlo por cómo se oye tu voz, Emma.

Tosí.

—Te oyes pésimo. Quisiera ayudarte, pero no estoy en mi casa.

Revoleé los ojos. Lo que me faltaba.

—¿En dónde estás?

—Salimos al cine. Te habría invitado pero no te sentías bien.

—¿Tus papás también?

—Exacto —respondió. Hice una mueca de disgusto. ¿Por qué justo cuando los necesitaba no tenía a nadie que fuera a comprarme medicamentos?

Qué mala suerte.

—¿Dónde están tus papás? Diles que vayan a comprarte.

—Están en casa de los abuelos.

—O sea, ¿estás sola?

—Así es.

Le pregunté cómo estaba ella y luego corté la llamada. Si no había nadie en casa, entonces tendría que ir a comprarme el ibuprofeno yo sola. Aprovecharía para ir a comprarme unas papitas al supermercado, pero para eso tenía que ponerme bonita porque, si tenía suerte, vería a Aiden. Desde sus últimas palabras en la noche de ayer, no pude evitar acostarme en la cama y quedarme pensando en él por un buen rato. Que me dijera que no era como los demás me hizo sentir especial en todos los sentidos. No sé bien en qué sentido se refería él, pero... Ay, Aiden me generaba tantas cosas y me daba tanto miedo. ¿Por qué me estaba pasando esto? Nunca lo había sentido y ahora tenía tantas mariposas revoloteando en mi panza.

Me puse una calza parecida a la de ayer, solo que un tono más claro. Para arriba escogí una blusa rosa y mis zapatillas de siempre. Tenía otras guardadas y que prácticamente no había usado, pero no me importaba que mis zapatillas estuvieran desgastadas y algo sucias. Quería verme linda para Aiden, pero también quería estar cómoda. Recordemos que me sentía enferma, mis ánimos para estar coqueta no estaban completos.

Les di a mis perros de comer y salí de casa a los estornudos. Llevaba colgado en mi hombro mi bolso en el que guardaba mis pañuelos. Rogaba por no andar estornudando frente a Aiden, no quería ni que me escuchara ni que me viera, porque eran muy fuertes y ponía cara fea al hacerlo. Además, ¿qué tal si se me salía un moco?




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