Emma
El lunes por la mañana me levanté apurada. Estaba mejor, lo que significaba que iría a la escuela y vería a Aiden para entregarle lo que le prometí, pero no era seguro si llegaría a la primera clase. En realidad, yo sabía que no por lo tarde que era. No faltaban más de diez de minutos para que la clase comenzara y recién estaba desayunando porque mamá se quedó dormida y yo olvidé poner la alarma.
Bebí un poco de jugo y dejé el vaso en la mesa de luz. Metí en una bolsa el celular y el cargador y metí todo en mi bolso. Terminé de desayunar, me lavé los dientes y le pedí a mi padre que ya me llevara.
El viaje fue silencioso, y eso que mi padre es de los que hablan mucho en este tipo de momentos, pero hoy se encontraba raro y temí que hubiera discutido con mi madre, porque ahora que lo mencionaba, mamá también estaba algo rara. Fuera lo que fuera, deseaba que no fuera para tanto. A veces, cuando peleaban, no se dirigían la palabra por un rato, pero lo bueno es que después se arreglaban y hacían como si nada.
—¿Estás bien, papá? —le pregunté mirándolo fijamente.
Me sonrió e inmediatamente lo miré con recelo.
—¿Por qué no lo estaría? —contestó.
Me encogí de hombros.
—No luces bien, ni tú ni mamá. Bueno, no es que luzcan mal, pero están raros. ¿Qué pasa?
Negó con la cabeza.
—No es nada de lo que te tengas que preocupar ahora, hablaremos cuando lleguemos a casa.
Elevé las cejas. Ahora sí estaba preocupada.
Si me decía que no era nada de lo que en este momento me tenía que preocupar, claramente el bichito de la preocupación se iba a quedar en mi mente hasta que revelaran qué era de lo que teníamos que hablar. Si me quería dejar tranquila, para empezar, tendría que haber fingido mejor en la primera pregunta que le hice y no haber dicho que luego conversaríamos.
—Bueno —dije simplemente. Quería insistirle, pero no iba a ceder y terminaría perdiéndome, literalmente, toda la clase. Y si eso pasaba luego tendría que pedir la tarea y mis ganas estaban en cero.
Me despedí con un ademán y un beso en la mejilla y salí del auto. Troté hasta la entrada y corrí cuando estuve en los pasillos. Ojalá la profesora me dejara entrar y que no me diera ningún sermón. Golpeé la puerta: por el vidrio cuadrado se podía ver que en el pizarrón había cosas escritas y que la profesora estaba explicando algo.
—Me parece que es medio tarde —me dijo, mirándome desde su alta estatura. Porque sí, esa profesora era demasiado alta y tenía cara de pocos amigos, lo que te generaba mucha desconfianza y pocas ganas de hacerla enojar.
Me puse nerviosa.
—Lo sé, y lo siento, pero mi madre se quedó dormida y yo olvidé poner la alarma.
—Qué justo —contestó. Quise rodar los ojos, pero era mejor que no si no quería ganarme una visita a la dirección, un sermón más y un castigo.
—Disculpe.
Por cómo me miró pensé que me dejaría fuera del salón, pero terminó por asentir y me dejó un espacio para que pasara.
Cuando entré sentí algo de vergüenza por cómo me miraban, pero me distraje al ver a Aiden, quien me sonrió amablemente; tenía la lapicera en la mano y su cuaderno estaba abierto, lo cual me permitió ver su letra. Era desprolija, pero por alguna razón eso me daba ternura. Le devolví la sonrisa y pasé por su lado, sabiendo que sentiría los dos litros de perfume que me eché encima. En mi defensa podía decir que me gustaba oler bien y que cuando me agradaba mucho un perfume me obsesionaba y apretaba repetidas veces el botón.
—¿Qué te pasó?
—Mamá se durmió y olvidé poner la alarma —respondí cuando llegué junto a Kendall.
Un detalle interesante que noté es que Aiden no estaba sentado al frente como siempre. Esta vez se encontraba a dos bancos delante de mí, lo que me dejaba la oportunidad perfecta para acosar a su espalda desde mi asiento.
Abrí mi cuaderno y se me escapó una sonrisa cuando me acordé de que había dicho que me veía linda en la foto de mis quince años.
—¿Por qué sonríes, acosadora de espaldas? —susurró Kendall, escribiendo algo en un par de hojas.
—Por nada —mentí. Kend me observó recelosa—. Y no acoso a nadie.
—Por favor, a ese chico le empezará a picar la nuca de tanto que lo miras. Encima eres tan poco disimulada cuando te agrada algo.
—No me gusta Aiden.
—Pero vas en el camino perfecto.
La profesora empezó a darnos ejercicios para repasar para la evaluación de matemática. Cuando hacía las cosas bien ella me felicitaba, pero la señora parecía estar media loca. Prefería volver a tener al profesor con el que empezamos las clases, pero al parecer eso iba a ser imposible porque se mudó de ciudad por una propuesta tentadora.
Entregué mi trabajo primero que todos como la profesora requirió. Cuando me di la vuelta para volver a mi lugar vi que Aiden se levantaba justo y me sonreía; fue una sonrisa que me avisaba que no le resultó tan difícil los ejercicios. Me alegré por él, eso quería decir que estaría más relajado para mañana. Nuestros brazos se rozaron y el choque eléctrico se sintió. Por cómo me miró, creo que a Aiden le pasó lo mismo que a mí.