Aiden
Las mañanas empezaban a pesarme. Levantarme comenzaba a angustiarme. Ir a la escuela me resultaba asfixiante.
En las últimas dos semanas todo fue una completa basura. Mis días pasaban de ser grises a ser negros y mi estado emocional decaía poco a poco, como si estuviera cayendo en un pozo negro que no tenía salida. Me sentía solo, no tenía a nadie con quien hablar de mis problemas y a nadie que se preocupara por mí.
El día martes de la semana pasada tuve una evaluación de matemática y aunque no tenía el resultado frente a mis ojos tenía la seguridad de que me fue bien y eso hizo que no empezara el día con el pie izquierdo, pero todo se torció cuando escuché un par de susurros y risas cuando pasaba por los pasillos del instituto. Al principio no quise darle tanta importancia, pero después, la humillación empezó a ser más pública y, por más que quisiera decir que me daba igual lo que dijeran sobre mí, no era así. Me dolía y sabía que no tenía que avergonzarme por ser pobre, pero ellos se encargaban de hacerme pasar tantos malos ratos y no sabía qué hacer porque intentaba no ponerme a su altura, pero era algo complicado. Lo único bueno de ese día fue que besé a Madison, así que supongo que no todo fue una basura pero sí la mayor parte.
El miércoles llegué a la escuela bastante atrasado porque me quedé dormido y tuve que llevar a los chicos a la escuela. Cuando estaba por entrar vi que Logan, un idiota que tuve como compañero el año pasado, me miraba atento y con una sonrisa burlona. Quise ignorarlo, pero pasó por mi lado y chocó su hombro contra el mío para provocarme. Y lo peor que pude haber hecho es dejar que la ira se apoderara de mi cuerpo.
Uno de los problemas grandes que yo tenía era que, a veces, no lo aguantaba y, cuando me querían golpear, aprovechaba la situación y repartía golpes para poder desquitarme de esa presión que estaba instalada en mi pecho desde hace muchos años. Ese día fue un error querer desquitarme, dejé que mi malhumor me llevara a tirar mi mochila y a abalanzarme sobre él para golpear su cara y su cuerpo. Pude desquitar un poco de mi enojo, pero un profesor que no conozco nos vio y nos detuvo antes de que las cosas se pusieran más feas. Nos obligó a ir a la dirección y le contó lo que vio; nos suspendieron por dos días. La madre de Logan fue a retirarlo y, a pesar de ser mayor de edad, llamaron a la mía para que me fuera a buscar. Pensé que no iba a ir, que le daría igual como siempre, pero me llevé una sorpresa grande cuando la vi caminar hacia la oficina del director.
Su mirada era penetrante, despreciable y supe que intentaba intimidarme con ella. No era necesario ser un adivino para decir que cuando llegásemos a casa me pegaría con la excusa de que tengo que aprender a comportarme.
—Es una vergüenza tener que venir a buscarte al colegio por empezar una pelea con otro chico. Tienes dieciocho años, Aiden, me parece que estás muy grande para estas estupideces.
Rodé los ojos.
Si algo detestaba de ella era que fingiera interés cuando no lo tenía. Me resultaba algo hipócrita que me dijera que yo ya estaba grande para cosas como estas cuando ella ya estaba demasiado mayor como para hacer las cosas que hacía.
—No sé para qué te molestaste en venir. ¿Qué ha cambiado hoy para que dejaras la cama y vinieras a verme?
—Eres mi hijo —respondió.
Solté una risa amarga.
¿Ahora era su hijo y no el pedazo de mierda que siempre me recordaba que era?
—No finjas que me quieres cuando no es así.
Mi madre no respondió y algo en mí se removió. Que no me contradijera me dolía y era estúpido ponerme así cuando ya la conocía perfectamente. Mis esperanzas con ella tenían que haberse ido al carajo desde hace mucho tiempo pero por alguna razón aún guardaba un poco de fe en mi interior.
Doblamos por uno de los pasillos y nos dirigimos en silencio hasta la salida. Cuando la luz del día me golpeó, mi creencia de que iríamos caminando hasta la casa solos y en silencio se desvaneció al reconocer el auto estacionado a unos cuantos metros de mí. Era un auto viejo, de color negro y con algo de tierra. Sabía que era de Peter, el novio de mamá.
—¿Qué hace él aquí? —pregunté con molestia y detuve mi paso. Si ella pensaba que me metería en ese coche estaba mal de la cabeza—. ¿Qué es esto? ¿Acaso estamos a jugando a que eres una madre responsable y a que él es mi papá?
Mamá me apuntó.
—No te pases de listo conmigo porque, responsable o no, yo soy tu madre y a mí me tienes que respetar.
—Responsable o no, yo soy tu hijo y a mí me tienes que cuidar —ataqué. Escuché una puerta ser cerrada y giré mi cabeza hacia el auto. Peter se acercaba a nosotros; a mí me miraba con desprecio, con ese disgusto que jamás se molestó en esconder desde que me conoció cuando tenía diez años.
Volví mi vista a mi madre para ignorarlo y negué con la cabeza al ver que ella apartaba los ojos de mí. Negaba porque ahora ese tipo iría a querer meterse en el tema solo como una excusa para decirme alguna cosa hiriente. Pero, la verdad, yo no estaba para escuchar sus estupideces. Él no era nada mío como para tener el derecho de reprenderme por la pelea.
—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué se tardan tanto? —Peter se paró al lado de mamá y la rodeó con su brazo y depositó un beso en la coronilla de su cabeza. Qué asco me daba la pareja que hacían. Esto no se trataba de si mi madre era feliz o no, no estábamos en ese tipo de casos, había cosas más importantes. No es que quisiera decir que la felicidad de ella no fuera algo que importara, me refería a que era asqueroso lo que ambos hacían. Su relación se basaba en puro alcohol, drogas, sexo, cigarros y nada más. No se querían, no sé qué intentaban hacer juntos.