Emma
La boca de Aiden se acoplaba perfectamente a la mía. No iba a decir que era como si nuestros labios fueron hechos para tal, porque me parecía algo demasiado usado y poco original. En sus labios no había picardía, no existía la agresividad y, definitivamente, no estaba la brusquedad. Eran roces y contactos firmes. Eran suaves, dulces, y con un toque de ese sentimiento que jamás pensé que iría a sentir. Esto no era como mi primer beso, ese que él también me dio. Este contacto era diferente porque ahora dejábamos a la vista que algo pasaba. O, tal vez, no a la vista, pero sí le permitíamos al tacto entender los sentimientos.
Tomó mi mano y la presionó levemente para atraerme hacia su cuerpo, y luego rodeó mi cintura con ambas. Ese sabor que me inundaba amenazaba con volverme loca, porque cada segundo que pasaba, era peor. Estaba cayendo por Aiden. Él ya me tenía rendida a sus pies. Su lengua pidió permiso para meterse en mi boca, y le di acceso un poco tímida, pero con el correr del tiempo me sentí más relajada. Por mi cuerpo viajaba un cosquilleo, un calor grande y esas ganas de llevar las cosas a otro nivel. Pero eso no podía pasar. No iba a acostarme con él a pesar de tener ganas.
—Esto da mucho miedo —le confesé y me arrepentí de haberme separado un poco de sus labios para formular aquellas palabras. No quería arruinar el momento.
Acunó mis mejillas con sus manos y me dio un corto beso.
—Lo sé. Asusta.
—Sí —respondí con los ojos cerrados y lo besé.
—Es la segunda vez que caemos en esto —dijo en un tono suave.
—Tendremos que hablar de esto luego, ¿no te parece? Para aclarar las cosas.
Si hay algo que no quería era que, después del beso, todo quedara como la otra vez. Después del primer beso no tuvimos una charla sobre eso, y él terminó diciéndome que me quedara tranquila, que no volvería pasar. No deseaba que esas palabras volvieran a formularse por él. Quería que él fuese sincero conmigo, que me dijera qué sentía. Porque yo me ilusionaba fácil. Y él con ese beso llegó a hacerme esperar cosas. Tenía que asegurarme de que no sería como en la mañana, tenía que asegurarme de que no me diría que un beso entre nosotros no volvería a pasar.
Era mejor que aclaráramos las cosas antes de hacernos daño.
—Creo que sí —respondió. Y qué bueno que dijera eso. Sentí aparecer el alivio—. ¿Vamos a tu cuarto? —preguntó, y me separé de él para verlo.
—¿A mi cuarto? —lo miré.
Asintió.
—Dentro de un momento serán las seis, y será muy incómodo si tu mamá llega y nos ve en esta situación.
—Ah... —solté. Pensé en la idea por un momento; si íbamos a mi cuarto esto podía terminar en otra cosa y, como dije antes, aunque tenía ganas, este no parecía el momento correcto para perder mi virginidad.
—No te voy a tocar, Emma —me aclaró cuando vio que no dije nada más.
—No pensaba que lo harías —dije con las mejillas ruborizadas.
Se limitó a sonreír y me dio un corto beso.
—Está bien, vamos... —lo tomé de la mano y caminé hasta las escaleras con él. Subimos a mi cuarto pasando la habitación de mi hermana. La puerta estaba abierta, así que logramos ver que los niños jugaban con Kat.
Abrí la puerta de mi cuarto y me metí primero. Le hice una seña a Aiden para que cerrara la puerta, porque de lo contrario, podía pasar lo de la otra vez con Nick. Nos enganchó en un momento incómodo.
Mi mirada se encontró con la de Aiden y vi otra vez el deseo en ellos. Se me acercó y alcé la mirada para seguir viendo sus ojos a medida que se acercaba. No dijo nada. Me tomó de la cintura, cerró los ojos, y se inclinó hacia mí para volver a besarme. Yo no me quejé; me gustaba este mundo de los besos. Antes, de pequeña, cuando veía a mi madre y mi padre besarse me daba asco, pero ahora sé con qué sentimientos ellos lo hacían. Se querían y se gustaban. Y yo quería a Aiden y él me gustaba más de lo que quería admitir.
Esta vez, dejándome llevar, fui yo quien pidió permiso para meter mi lengua en su boca. Me agradaba la sensación en los labios, en la lengua, y ese cosquilleo en todo el cuerpo era especial. Aiden me tocaba y hacía que yo lanzara chispas. Disfrutaba de su tacto en mi cintura, ese calor que sentía en este momento a causa de sus manos.
Nuestras respiraciones se oían agitadas, pero era una agitación tranquila, no desesperada. Me aferré a su cuerpo con una mano y con la otra toqué su mejilla con firmeza. Fue ahí cuando él hizo una mueca.
Y fue ahí cuando yo recordé lo de sus golpes.
Me separé para verlo.
—Lo siento —dije apenada, y lo vi tocarse la mejilla.
Sonrió débilmente.
—No es nada, no tienes la culpa —se sentó en la cama.
—Te hice mal.
Volvió a sonreír y tomó mi mano para que me sentara a su lado. La cercanía de nuestros cuerpos amenazaba con hacerme perder el control y lanzarme a su cuerpo para besarlo con muchas más ganas que antes. Aiden era muy sexy.
—No es para tanto.
Me quedé en silencio, pensando en qué decir.