La tumba Añil

Capítulo 10: "Sin piedad"

Qué el heredero oscuro hubiese admitido que estaba realizando algo en contra de su unión, solo podía considerarse como un acto altamente repudiable. ¿Cómo podía pensar en atreverse a romper el pacto antes de siquiera comenzar? ¡Ese demonio hacía honor a su desagradable título!, y es más… solo demostraba que esta gente no era para nada confiable, pero… si esto no salía de los tribunales… ¿entonces habría esperanza, no es así?, o al menos eso pensaba Dinariel, pues aún no reconocía que los ángeles y demonios amaban el chisme como ella adoraba el vino hecho de las bocas de dragón, una planta que nacía en el mundo humano. Ajena a la posibilidad de que esto se distribuyera como el peor de los incendios, el alegato de este desgraciado siguió con una pregunta evidente por parte de Manfiel:

—¿Entonces admites que eres culpable de todos los cargos sobre los que se te acusan? —comentó, haciendo hincapié sobre su complot sumado a la abominable como indiscreta forma de usar a los ángeles.

—Me niego a aceptarlos, porque… como ya lo dije… yo no lo hice directamente; no les ordené a mis demonios que atacaran a esa aldea, y solo me aproveché al respecto. Sin embargo… —el heredero miró de reojo a Dinariel, quien captó la indirecta enseguida, poniéndose de este modo pálida. ¿Qué era este escalofrío que ahora le recorría la espalda después de notar esa afilada mirada?—, yo también quiero aclarar que, a pesar de que no lo hice, esa avatar de fuego y mi hermano, sí que fueron capaces de ir a mis dominios y atacar a mis camaradas —enseguida se les heló la sangre a todos, en especial a Dinariel, mientras que Jofiel no podía creer que su hermano estuviera usándolo como chivo expiatorio cuando siempre lo había apoyado incondicionalmente.

—¡Qué estás diciendo Belial! —Jofiel se adelantó de forma abrupta con la intención de ir a donde estaba su hermano, pero Dinariel, quien estaba si bien asustada por la vuelta de tuerca de los acontecimientos, tuvo el valor suficiente como para sujetar a Jofiel del brazo e impedirle que hiciera alguna cosa de la que podría arrepentirse—. ¡Siempre te he apoyado, pero sabes bien el por qué fuimos a buscar a tus camaradas!

—¡Jofiel! —lo llamó a la calma Dinariel. Y en medio de esta situación, Belial miró con desdén a su hermano, y le respondió:

—¿Crees acaso que necesito de alguien que tiene doble moral como… ? —recalcó con evidente asco, aplastando de esta manera con desprecio la simpatía que sostenía Jofiel por su misma sangre, viéndose entonces el implicado bastante derrotado, y… como si esos golpes no bastaran, Manfiel se aprovechó de esta declaración para enjuiciar a Jofiel:

—Al fin muestras tus verdaderos colores… guardián del avatar de fuego —indicó el peliblanco, y ahora, llenos de pánico aquellos ángeles que intentaron prepararse lo más posible, empezaron a hablar entre ellos con reproches por lo bajo, ignorando por ahora las acusaciones que pronto vendrían de Manfiel.

—¡Cómo es que no nos dijiste antes sobre tu encuentro con los demonios Dinariel! —la reprendió Solventa, y ahí el avatar de fuego se mostró compungida al cerrar los ojos.

—Mis más sinceras disculpas… pero… —entre abrió sus orbes aún con angustia—, si decíamos algo tendríamos que contarle todos los detalles de la historia y eso comprometía el tratado de paz…

—¿El tratado…? —dijo rápidamente sin aliento—. ¡Qué fue lo que…! —pero antes de poder entrar en más detalles, Manfiel no las dejó hablar más de ello.

—Las declaraciones del heredero oscuro, más las reacciones del guardián del avatar de fuego, dejan en evidencia que él no está mintiendo —obvió Manfiel.

—¡Espere un momento! —saltó Solventa—. ¿Acaso no va a someter a prueba a Jofiel como lo hizo con Alaniel? ¡No es justo! —de este modo, Manfiel la miró con una inusual calma y entonces, alegó:

—No hace mucho la diferencia cuando todos sabemos la respuesta aquí —dio a entender Manfiel, quien luego indicó con un movimiento de cabeza a los camaradas de Solventa y Solvintu—. En las miradas de tus amigos se nota que saben a simple vista los resultados de la prueba que nos exiges… —Solventa y su hermana miraron a Dinariel y a Jofiel, notando así lo resignados que estaban.

—Ustedes dos… —susurró Solventa entre dientes casi derrotada por este resultado, pero ella sabía a lo que se estaba enfrentando, aun así, tomó una mala decisión al mandar a Dinariel a cazar demonios para obtener el aparato; había subestimado la ley de su plano del “ojo por ojo”, porque si bien, tenían el ataque contra la aldea mixta a su favor y les correspondía contemplar represalias, no se dio cuenta de que la situación era tan delicada, hasta que chocó con el tratado de paz que quedaba en el medio… entonces… ¿hubiese sido mejor dejar pasar el hecho?, pues… en el fondo, Solventa pensaba que sí, pero su rama celestial le obligaba a actuar con su propia justicia. ¡Maldición! ¿Había algo que ella pudiera hacer para evitar que enjuiciaran a Dinariel y Jofiel por su falta?, de hecho… sí que lo había, pero apenas abrió los labios para defenderlos, se sintió un fuerte temblor en los tribunales, asustando a todos los presentes y, descartando una vez más, a ese par de demonios que no parecía inquietarles nada.

—Pero ¿qué ha pasado? —exclamó Manfiel enrarecido por la situación, y unos momentos después, apareció para él una de sus doncellas, quien se mostraba no solo alarmada, sino que también poco presentable por su apurado proceder.

—¡Oh honorable juez del alba plateada! —le llamó la atención a este hombre, quien se puso de pie después de ver cómo esa mujer se hincaba para reverenciarlo—. ¡Tengo graves noticias para usted!

—¡Procede! —le ordenó él.

—¡Ha explotado… —como si los ángeles en el estrado presintieran lo que se venía, observaron con gran horror cómo les sobrevino el final del juicio— el reloj que trajeron los avatares elementales, ha explotado y matado a más de dos investigadores que lo analizaban! —de inmediato, Manfiel chasqueó la lengua y arrugó ese bello rostro que portaba.




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