Leniel y Dinariel no podían creer lo que ocurría con sus guardianes, por lo que, víctimas del sobrecogimiento, observaron cómo en cámara lenta y con oídos sordos, que los apresaban. Sin embargo, de pronto, una voz destapó los sentidos de ambos avatares, y la dueña de ésta, no era otra que Solventa.
—¡No pienso dejar que las circunstancias me abrumen, juez del alba plateada! ¡Así que, por favor, voy a pedirle encarecidamente que me permita tomar responsabilidad al menos del avatar de fuego! —indicó, fue así que Leniel se sintió iluminada, por lo que se levantó de nuevo agitando esas lágrimas que se esparcieron por el aire y, de esta manera, se limpiaron por su cuenta.
—¡Si va a ser de este modo, entonces yo también pido por mi protector señoría! —alegó con entusiasmo, sorprendiendo a los demás avatares como a los respectivos guardianes, pero no cautivó a la audiencia, pues éstos pensaban que su accionar era absurdamente imprudente. ¿Quién podría arriesgar la vida por un guardián que perfectamente podría ser remplazable? No obstante, Dinariel también se rescató de su silencio, e inspirada por su compañera, se lanzó a la batalla para proteger a su allegado, pues indudablemente sentía un vínculo por él pese a todos los problemas que éste le causó en el pasado.
—¡Yo también pido, oh noble juez, que se aliviane la pena para mi Jofiel! ¡Puedo asegurarle que puede ser todo, menos un vil traicionero! —advirtió el avatar de fuego. ¡Pero qué osadas habían sido esas mujeres al reprocharle sobre su decisión en el juicio!, no obstante, Manfiel, quien era reconocido por su imparcialidad, contaba igualmente con el sentimiento de la compasión, es por eso que éste cerró su único ojo que no era cubierto por ese parche de rosa negra, y entonces meditó la mejor resolución posible, estableciendo de esta manera, una marcada tensión en la sala; hasta la misma Taruis permanecía a la expectativa por su respuesta, mientras tanto, en lo que ese juez meditaba, se aprovecharon esos guardianes enjuiciados para opinar sobre la situación.
—No puedo creer que sean tan descabelladas… —susurró Jofiel a Kadmiel.
—Sin dudas es una locura, pero… —el serio rostro de Kadmiel se relajó un poco viéndose entristecido, pues entendía que era un acto noble, aun así, no esperó llegar a este punto con Leniel, lo cual le derribaba los ánimos.
—Nada de peros… su bienestar es más importante que el nuestro —dio a entender Jofiel, cosa que logró hacer sonreír a Kadmiel con los ojos ahora cerrados.
—Díselo a ellas —al abrirlos, miró la faz de las muchachas—. Se ven realmente determinadas —este ángel poseía toda la razón, no existía idea alguna que pudiera hacer ahora retroceder a ese trío, en especial al ángel con más experiencia que intentaba salvarle el pescuezo a al menos uno de ellos, pero al final, solo les había dado ideas para que el problema se repartiera en diferentes cantidades por cada recipiente a disposición; quizás la idea no era mala, aun así, seguía siendo estúpida.
—¿Se puede saber… qué clase de incoherencias están repitiendo ustedes tres? —las reprendió al fin Manfiel. Si bien, él estaba al tanto que la cantidad de fuerzas angelicales se encontraban comprometidas y no podían seguir perdiendo más soldados al respecto, un delito seguía siendo un delito, por lo que no tenía sentido sacrificarse en busca de disminuir la condena de otros, aun así, sentía cierta piedad por estas mujeres que rogaban una oportunidad de su parte, no obstante, necesitaba ser firme.
—Quizás usted no lo entiende, mi señoría, pero yo soy la culpable de todo este mal entendido. Fui yo la que ordenó investigar la composición de los relojes, y la que llevó a cabo esta acusación contra el heredero sobre su fidelidad y, en consecuencia, casi todos mis camaradas terminaron en un aprieto inesperado… —ella bajó la mirada un segundo totalmente afectada—. Jamás me imaginé que íbamos a pasar por estas circunstancias para llegar a la verdad —admitió, más luego levantó la vista decidida a seguir refutando—. Es por eso que es mi responsabilidad, ya que yo, al ser uno de los avatares más experimentados, guie a estas nobles almas a un camino incierto —dado que sus camaradas se tiraron al mate enseguida, no le quedó de otra que echarse toda la culpa de las circunstancias, irritando al heredero y a Hangra. No obstante, los otros dos avatares, que creían que su solución era más razonable que la de Solventa, insistieron:
—No es todo su culpa —quiso decir Leniel.
—Pero ¿qué está diciendo avatar de tierra…? —la intentó refutar también Dinariel, quienes enseguida fueron calladas por Solventa.
—¡Silencio! —Dinariel como Leniel enmudecieron por completo, y entonces, Solventa volvió a hablar; no les permitiría a sus camaradas seguir hundiéndose en el fango; se haría responsable—. Los resultados son obvios, es totalmente mi culpa —tuvo la iniciativa de bajarse del estrado para dirigirse a los pies de la mesa en donde se encontraba sentado Manfiel, y justo allí se arrodilló y bajó su cabeza, deshaciéndose así de todo rastro de dignidad—. ¡Por favor, gran juez, sea erguido y no mire hacia otra parte! ¡Confío en que su juicio será el más acertado! —Manfiel, al ver la escena, y que los cuchicheos empezaban a alzarse como las motas de polvo que navegaban secretamente en el aire, miró unos segundos a su alrededor apretando con indignación los labios, pues comprendía que no podía hacer frente a semejantes afirmaciones, en especial si ella había admitido que dirigió toda la orquesta, por lo tanto, no le quedaba de otra que aceptar su alegato, pero antes… le haría unas cuantas preguntas.
—Entiendo. ¿Entonces estás dispuesta a cargar con la condena de cada uno de tus pares?
—Sí, su excelencia —respondió con firmeza, haciendo que los otros tres avatares, y demás compañeros de ella, abrieran por demás los ojos, pues comprendían el significado de esto.
—¿Dices entonces que aceptarás el encierro voluntario, saldando así las cuentas de la reevaluación de la posición del avatar de fuego? —Manfiel miró fijamente a Solventa sin ni una pizca de empatía.