La tumba Añil

Capítulo 15: "Triunvirato"

Tal vez lo que se narrará a continuación no tenga pies ni cabeza, pero es una realidad que se puede constatar tomando de ejemplo el periférico del albor, pues en éste, la lluvia adquiría la forma de hojas resecas, mientras que en otras dimensiones que compartían encadenadas a ésta, tenían su propia manifestación de tristeza, pues intuían que algo que viajaba denso por el aire, susurraba maliciosamente, tiernos presagios de muerte. Estos relatos mal intencionados, no eran otros que los rumores que habían nacido dentro de la comunidad angelical, la cual apenas fue testigo del juicio entre los avatares elementales y el heredero oscuro, e inmediatamente sembró lo que se sabía sobre el agravio que manifestó Belial contra la heredera: Seitán. Estos susurros pecaminosos, no beneficiaban al trato que habían hecho entre las dos partes, pero quizás lo único para lo que servía, era para contentar el desagradable sentimiento de satisfacción que producía llevar a cabo un acto tan canalla, después de todo, si en algo se caracterizaban los planos, era en su retorcida y desagradable forma de esparcir rumores; era una de sus singularidades más arraigadas. Para colmo, esa inescrupulosa costumbre, no podía frenarse aun dentro del valle de la floración, sitio en el que se llevaría a cabo la asunción de Seitán. Es así que nos trasladamos a la zona, en donde nuestros protagonistas se internaron entre una muchedumbre bien ordenada de gente que cumplían diferentes estatus, y justo ahí, entre tantos, podía divisarse a Mercuri, la reina araña. Esta mujer se veía tan sensual e impecable como siempre; con su curvilínea figura, lucía un conjunto que no se distinguía si era ropa interior o algún tipo de vestimenta novedosa, porque era tan reveladora, que no podría evitar más de uno poner sus ojos en ella, pero que cuyo atrevimiento, podría traer consigo terribles consecuencias para el que se atreviese a mirarla de forma atrevida.

—Desde aquí puedo ver a la reina Mercuri… —susurró Kadmiel entre cerrando un poco los ojos; era evidente su preocupación, y no fue el único al que se le reflejaba semejante lienzo, pues Abeliel se sentía igual.

—¿Quién es? ¿De quién hablan? —indagó Alaniel, el cual tenía una curiosidad tan poderosa, que no pudo esperar por la respuesta, así que insistentemente miró hacia todas partes para ver si encontraba a la susodicha, y… oh sorpresa, dio con semejante belleza—. ¿Es la chica que está… en por menores? —aquello último, lo soltó suavemente, casi en un hilo de voz, pues le había causado vergüenza ajena su despreocupada apariencia, la cual si bien se re afirmaba por esos largos cabellos negros que le llegaban a los talones, sumados a esos carmines fogosos que potenciaban su impecable atractivo, no dejaba de producirle un pudor aterrador a los ángeles que no aprobaban sus gustos.

—Ni se te ocurra volver a repetirlo —advirtió Leniel con una faz seria—. Esa mujer es despiadada, y si te escucha, es capaz de sacarte los ojos; si bien su carácter es como su vestimenta, a menos que ella no lo apruebe, te cortará la lengua —aclaró, cuestión que desató un escalofrío en la espina vertebral del muchacho—. Por otro lado, hay cuestiones más importantes de las cuales preocuparnos, mientras nos mantengamos alejados de ella, no pasará a mayores.

—¿A qué se refiere exactamente señorita? —habló Alaniel.

—¿No te has dado cuenta aún? —esta vez se inmiscuyó en la conversación Abeliel, quien fue mirado por su nuevo compañero con poco entendimiento—. Si prestas atención… —hizo un movimiento de cabeza para que observara a la multitud—, esa gente no deja de hablar sobre la heredera de luz y lo que dijo Belial respecto a ella en el juicio… —lo que acababa de señalar Abeliel era una realidad, y no le costó nada comprobar lo que decía.

—Es increíble la desvergüenza que tiene ese hombre de presentarse sobre la escena del valle… —indicó un ángel que no estaba muy lejos de ellos y que hablaba casi sin pudor.

—Por lo general lo que siempre está danzando sobre el viento es cierto —dijo otro que estaba inclinándose un poco sobre él, queriendo de esta manera disimular un poco más su exabrupto—. ¡Él no quiere casarse con la heredera de luz!

—Si es así, estamos perdidos… esta unión no tiene el más mínimo sentido, en especial cuando él mismo intentó romperla —expresó el otro, cuestión que hizo apretar los puños a Alaniel, quien no sabía cómo actuar debido a que poseían, de algún modo… la triste razón… ¿Acaso Seitán podría establecer unos buenos cimientos para esta relación que debería empezar con él?

—Ojalá ese tipo cambie de opinión apenas vea a Seitán —deseó en voz alta Leniel.

—Yo también espero lo mismo, señorita Leniel —compartió Abeliel.

—Creo que todos esperamos eso —expresó Kadmiel, quien de repente, sintió una palmada en la espalda a la vez que lo hizo el avatar de viento, así que ambos saltaron en sus lugares suavemente.

—¡Hola, tanto tiempo! —saludó una chica castaña con dos trenzas bien hechas, quien luego tomó distancias para hacer su reverencia—. Mis respetos a mis compañeros de batalla.

—Saludos a la excelencia de las estrellas —expresó Leniel volteando hacia ella, acción que copiaron sus compañeros, aunque Alaniel actúo a lo último con un poco de torpeza al ser nuevo en la materia—. Es un gusto encontrárnosla de nuevo; ha sido de gran ayuda en el juicio contra Belial…

—Oh, por favor, ni lo diga así —negó con ambas manos para detenerla—. Lo cierto es que las cosas no salieron como esperábamos a pesar de que tomaron todas las medidas posibles; me temo… que al final mi lectura no sirvió de mucho y terminaron por encarcelar en la torre del silencio a uno de nuestros más fieles camaradas sin miramientos… —en la cara de Taruis podía notarse claramente su decepción—. Ella ha sufrido bastante como para terminar en semejante aprieto…

—Lo sabemos bien excelencia, por eso estamos centrándonos en resolver este asunto —indicó Leniel.




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