Con el repaso ya hecho, el plan se ejecutó estando a la espera de que Delfos esta vez retribuyera todo lo que había hecho mal en su pasado para con ellos, y les sirviera de salvavidas para solventa, pero en el caso en que no pudieran dar con él, entonces deberían rastrear su paradero; esta vez no lo dejarían escaparse. En cuanto a Leniel, Kadmiel y Alaniel, ellos tres se dirigían al plano que le tocó abandonar a Kadmiel cuando se encontró con ese elemental tan sospechoso, así que, después de caminar un buen rato por el bosque, dieron al fin con el lugar.
—¿Es aquí Kadmiel? —preguntó Leniel; aún era de día, así que Alaniel echó un vistazo a las copas de los árboles que resplandecían en pequeños destellos de plata.
—Sí… Reconozco perfectamente esos dos árboles —indicó con la mirada, en donde se acercó para luego pasar la mano sobre uno, pues justo allí había dos marcas hechas con una espada—. Hice esto para no desorientarme en lo que buscaba al elemental, y viendo lo juntos que están estos dos… definitivamente este es el lugar —aseveró separándose del árbol y dejando ver a Leniel aquellas cicatrices imborrables.
—Entonces… ¿acaso aquí no debería haber algún cadáver? —preguntó algo cohibido Alaniel.
—No… —enseguida le contestó Leniel—. Los elementales se desmoronan en el ambiente una vez mueren, pero… —Leniel se quedó realmente enrarecida por esto, pues recordaba bien la versión de su guardián cuando estaban reunidos en la habitación que les prestó Manfiel.
—Sé lo que piensa, mi señorita, pero le aseguro que ese bribón estaba herido; la sangre de los elementales es perfectamente reconocible solo por poseer una brillantez más nítida que la de nosotros —aclaró.
—¿Pero no habías dicho que le diste una estocada cuando te atacó? ¿Acaso no pensaste que terminaste por rematarlo? —indagó Alaniel, a lo cual Kadmiel negó con la cabeza.
—No, es decir… al principio yo creí que estaba desmayado, pero cuando lo revisé, entendí que estaba muerto, pero no comprendí porqué no se desvaneció —aclaró, a lo cual Leniel empezó a hacer conjeturas mientras se llevaba una mano a la barbilla pensativa.
—¿Podría ser que haya algo que los haga fingir su propia muerte o…? —Leniel estaba tan centrada en lo que estaba diciendo, que no notó que de repente, faltaba uno de ellos.
—Un momento —dijo repentinamente Kadmiel, sacando de sus pensamientos a su compañera—. ¿Dónde… está Alaniel? —expresó con los ojos ampliamente abiertos.
—¿Eh? —olvidándose de lo que estaba a punto de decir, Leniel miró a sus alrededores y comprobó que efectivamente… él ya no estaba—. No puede ser… hace un segundo estaba hablando con nosotros.
—¡Ah! ¡Mire eso mi señorita! —señaló el suelo; no muy lejos de ellos, había una formación circular muy anómala, la cual se movía con tonos grises y violáceos como si se tratara de un pozo de fango… ¡Qué era esa cosa tan sobrenatural!, por suerte, Leniel tenía el conocimiento suficiente como para alarmarse.
—¡Maldición! —gimió con angustia Leniel y se inclinó sobre la sospechosa fosa—. ¡Es una formación umbrosa!
—¡Una formación umbrosa! ¿Está usted segura, mi señorita? —dijo igual de impactado Kadmiel—. Si es de este modo, entonces no perdamos tiempo —indicó, a lo cual Leniel terminó asintiendo, y entonces ambos en consecuencia, se adentraron dentro de ese túnel misterioso.
***
Sin saber que sus camaradas estaban internándose en el fango, Dinariel y Jofiel fueron directo a confrontar a Delfos, quienes en un parpadeo los perdieron de vista, pero contando con el título que tenían, no podrían hacer más que ir detrás de ellos con gran astucia, llegando entonces al comienzo del torrente de las estrellas, emblemático sitio que solo podían acceder un reducido grupo de ángeles de alto estatus, ya que Delfos, a pesar de ser un neutral, es decir… que no estaba de un lado ni del otro, era el único que podía lograr moverse a sus anchas, después de todo, se estaba hablando del hombre que escribió el primer libro que hablaba sobre la creación. Es así que, observando los alrededores decorados por el vacío, y el suelo repleto de un mar estelar, pisaron dicho sendero y caminaron con firmeza hacia la fortaleza estructurada, la cual no era otra que una nave, que por dentro era semejante a un castillo. A todo esto, no era la primera vez que Dinariel y Jofiel pisaban ese lugar, pero sí era la primera vez que insistían en encontrar tan vehementemente a Delfos, por consiguiente, justo cuando aquel trío estaba despidiéndose para dividir caminos nuevamente, Dinariel se apresuró para interrumpirlos.
—¡Un momento! —se dirigió casi con descortesía a Delfos, el cual la miró con desdén, e igualmente al compañero de ésta que llegó después—. ¡Quiero decir…!, espere un momento maestro de las manecillas; señor Delfos, hay algo que necesitamos tratar con urgencia con usted —se corrigió Dinariel, la cual a la par informó sobre su necesidad, mientras que Taruis… ella estaba a un lado de la pareja más importante ahí, y por la expresión que estaba poniendo, seguramente ya intuía lo que Delfos iba a opinar al respecto.
—Creo que ha llegado de la forma menos apropiada posible… —indicó mirándola de arriba abajo, y después de examinarla, Delfos añadió—, además, lamento decirle que voy de salida, así que cualquier urgencia que tenga, tendrá que esperar…
—No puede esperar —se apresuró a decir Jofiel—. ¡Necesitamos de su ayuda ahora mismo! —su señalamiento fue casi como una orden, y claro, esto no le gustó ni al discípulo, pero mucho menos al maestro.
—¡Qué falta de respeto! ¡Por favor! ¡Al menos debería de controlar mejor a ese perro guardián! ¿No es acaso usted el avatar de fuego? ¡Debería disciplinarlo! —Delfos regañó abiertamente a Dinariel, plantando la indignación tanto en ella como en su guardián, pero ese anciano no había acabado—. ¡Debía ser mujer! —se acomodó unos mechones de cabello que tenía sobre los hombros para luego echárselos hacia atrás—. En mis tiempos, solo los del género masculino eran los más prometedores; ahora cualquier arpía puede tomar un puesto… ¡qué decepcionante!