La mañana se mostraba demasiado tranquila ese día, sin embargo, dentro de los corazones ajenos, había una inquietud que envenenaba el alma, y era por el motivo de que el tiempo se les acababa, lo que les hacía ver las ideas malas como no tan malas…
—¿De quién se trata? —preguntó Leniel sin dudarlo, pues necesitaba estar al tanto de la persona que se haría cargo de proteger a su guardián; no podía darse el lujo de perder a más compañeros en este sinuoso camino. Por otro lado, esto acomplejaba a Abeliel, pues necesitaba buscar una excusa sobre este nuevo individuo del cual hablaba, así que… utilizando la idea de la noche anterior, empezó a dar sus explicaciones:
—Su nombre es Hidroxi, y es un personaje muy digno de confianza, por lo que no deberá preocuparse al respecto —indicó sin dar mayores detalles, pero sus compañeros, quienes estaban intrigados con aquel sobrenombre novedoso, enseguida dejaron salir sus comentarios:
—¿Hidroxi? —enarcó una ceja Leniel mientras rebuscaba en su memoria dicho nombre; estaba segura que no lo ubicaba en ninguna de sus formas.
—¿Quién es este al que nombras? No recuerdo haberlo escuchado antes —mencionó Kadmiel moviendo una mano en el aire para acompañar su diálogo; su expresión era de calma total, mientras que Alaniel los observaba interactuar silenciosamente como siempre; la duda que tenía, la dejaría ser aplacada por los demás que también estaban curiosos al respecto.
—Es alguien que llegué a conocer en una aldea neutral en uno de nuestros numerosos viajes, pero no he tenido el placer de regresarle un favor que me hizo en tal ocasión —mencionó Abeliel llevándose una mano al pecho; ahora… si se ponía esto en perspectiva, el nombre de “Hidroxi” había nacido en la aldea neutral a la que visitaron él y Zelgadis, pero al mismo tiempo, era un apodo que el mismo peliblanco había transformado como suyo, y ese a quién se refería como “Hidroxi”, era quien lo había ayudado, en conclusión… sí que le debía un favor al mismísimo Zelgadis, denominado ahora como “Hidroxi”, por lo que podía considerarse una media verdad. A todo esto, Leniel creyó su historia, en especial porque no era la primera vez que Abeliel hablaba con los neutrales para ir a pedir algún favor y, teniendo la personalidad tan amable que cargaba, no sería de extrañar que hiciera una o dos amistades más en planos lejanos.
—Comprendo, ¿y este amigo tuyo vive muy lejos? —indagó más Leniel, a lo cual Abeliel negó con la cabeza suavemente.
—No, puedo contactar con él de inmediato, así que no se preocupe por el tiempo que vaya a tomarme al respecto —explicó.
—Bien, entonces dejaré que sea él quien te cuide —atinó a hacer Leniel, a lo cual ella luego se acercó, tomó las manos de Abeliel entre las suyas, y le dijo—. Por favor, ten mucho cuidado, y recuerda que también eres parte de mi familia —le mencionó con el corazón en la mano, e incluso, con una mirada suave que desbordaba preocupación, cosa que Abeliel recibió en buen ver, y conmovido, sonrió dulcemente.
—No se preocupe, honorable avatar de viento, seré responsable —indicó, y entonces fueron interrumpidos por Kadmiel, quien tosió llamándoles de este modo la atención.
—¿Ya podemos retirarnos, maestra del viento? —a lo cual los dos compañeros sonrieron, para colmo, el mudo que los acompañaba, demostraba una gran expresión de alegría que describía su silenciosa risa.
—Claro, será mejor que marchemos —es así que ella soltó las manos de Abeliel, y se acercó a Kadmiel, para entonces al detenerse un momento, mirar por encima de su hombro a Abeliel, y entonces soltó—. Nos veremos antes de que finalice el día; por favor, asegúrate de deshacerte de este problema antes de que nos encontremos de nuevo —es así que Abeliel asintió ante su pedido.
—No se preocupe honorable avatar de viento, seré eficaz —y de este modo Leniel asintió más tranquila, y les ordenó a sus compañeros como al mismo mensajero, que los guiara hacia el reino del Diente de León, dejando así solo a Abeliel, aunque no tan solo, porque antes de ponerse en marcha, Abeliel esperó unos minutos hasta que Zelgadis decidió salir de su sombra.
—Así que por fin estamos solos, ¿eh? —alargó esa última expresión con un aire feliz, a lo que ese rubio lo miró con calma y le reveló:
—Es hora de ponernos responsables; no podemos decepcionar a la señorita —le indicó él tomando a Zelgadis de la mano, lo que desconcentró a ese demonio atrevido por esta inesperada acción.
—¿Eh? ¡Espera… vamos demasiado depri-! ¡Wa! —y de inmediato Abeliel empezó a correr para trasladarse a la zona que les incumbía.
***
El ambiente se estaba llenando poco a poco de tensión por el lado de Leniel, pues a mitad de camino, los aretes del mensajero brillaron, y se vio detenido en medio de su misión.
—¿Qué sucede? —preguntó el avatar de viento, la cual se frenó junto al resto.
—Me temo que no podré seguirle el paso, aventurera del viento —indicó él haciendo luego una reverencia—, pero por favor, siga adelante, más allá encontrará el reinado; sin lugar a dudas podrá ubicarlo enseguida por sus obvias características, así que… yo he de marchar; tengo otros asuntos de los cuales debo ocuparme por parte de la heredera —e hizo otra reverencia más, y es así que Leniel asintió, despidiendo a este mensajero, quien en un parpadeo abrió un portal para trasladarse a otro sitio.
—Parece que los problemas no dejan de multiplicarse en los planos desde que Solventa está encerrada… —comentó Kadmiel dirigiéndose a Leniel.
—Es normal… imagínate que de los 4 avatares tres de ellos estén desaparecidos, lo cual significa que recaerán más responsabilidades en la heredera de luz —le aclaró, a lo que Kadmiel bajó la vista preocupado—, pero no hay que darle importancia a esto, debemos seguir con nuestras responsabilidades y resolver todo lo más pronto posible; Solventa sigue esperándonos, y probablemente Solvintu está en nuestras manos ahora también —es así que sus guardianes asintieron, e inmediatamente después, ellos dieron con el paisaje indicado; como si lo que tuvieran en frente fuera una caja musical de lo más fina, que al mismo tiempo era abrazada por una calma melancólica y que se ataviaba de una escala de grises ligeros; tan ligeros que te cosquilleaban la punta de los dedos despertándote las ganas de sentir la textura de dicha pintura, es así como podía describirse aquel castillo rodeado de apagados dientes de león.