La tormenta de la vez pasada que había arribado en la mañana cuando aún estaban en la aldea neutral, había dejado sus huellas en el grisáceo césped, así que el hermoso rocío adquirió un extraño brillo hasta sobre las hojas de los árboles de plata, y le robó por un momento (desde la perspectiva de Abeliel) ese característico color verde. ¿Por qué… de repente sus hombros y cuerpo se sentían más ligeros? ¿Por qué su corazón empezaba a galopar fuerte como los preciosos potros en los campos? No es que no supiera el origen de esta sensación tan abrumadora, más bien… tenía al culpable delante de él; Zelgadis estaba acariciando el interior de su boca como si estuviera explorando un matorral de lo más apretado, pero al cual no quería romperle sus ramas, así que procedía con cautela. Por lo mismo, este gesto tan suave, conmovió el corazón de este ángel, quien bajó la guardia un segundo, sin darse cuenta… de que comenzó a corresponder el beso, cosa que sorprendió a Zelgadis, quien al abrir los ojos un momento, chocó con el de Abeliel, y de este encuentro, se sintió aún más atraído, así que… tironeó de la muñeca del otro, atrayéndolo hacia él, lo tomó de la cintura, y aprovechó para profundizar más el beso. Este acontecimiento tan codiciado por una audiencia ausente a sus alrededores, no estimó que pronto acompañaría a la escena una ligera llovizna; era una minúscula parte de lo que se había quedado atrás la noche anterior, y que solo quería participar un poco de ese encuentro. Es así cómo el cuerpo de los dos se empezó a mojar, en lo que Abeliel también se dejó llevar, hasta que el ruido de una rama rompiéndose, lo regresó a su realidad; de modo que, agitado, se apartó rápidamente de Zelgadis, quien quedó parpadeando y claro… con ganas de más…
―¡Un segundo…! ―pidió el rubio a la desesperada, dándole entonces la espalda mientras se llevaba a los labios una mano; su cara estaba tan roja, que este color le llegaba a cubrir no solo las orejas, sino que también el cuello, y en lo que trataba de racionar lo sucedido, Zelgadis sacó sus propias conclusiones, creyendo que Abeliel se había separado de él porque aún le dolía su herida.
―¿Qué ocurre? ¿He sido muy bruto? ―preguntó preocupado este demonio, quien se acercó por detrás de Abeliel intentando que lo mirase, pero aquel solo se alejó, desconcertando al peliblanco más intensamente.
―¡N-no es eso! ―indicó el ángel, quien ahora se agachó para exhalar e inhalar unas cuantas veces con la intensión de calmar su pecho; lo hacía de una forma exagerada, por lo que enseguida le dibujó una sonrisa en la cara a Zelgadis; ahí éste entendió que no se trataba sobre su herida, sino que le había producido una vergüenza inconmensurable, lo que lo volvía… encantador a sus ojos.
―No puedo dejar de pensar que eres realmente muy lindo… ―se inclinó sobre su hombro para espiarlo―. ¿Te puedo seguir besando ahora…? Quiero seguir estrujándote entre mis bra- ¡UGH! ―pero no llegó a completar la frase porque Abeliel le había agarrado del rostro en forma de reproche, y se tapaba la mitad de la cara con el antebrazo mirándolo con enojo; esa cara que el rubio ponía… significaba vergüenza más que descontento.
―¡Puedes parar un minuto…! ¡Qué acaso no tienen un límite tus bromas…! ―los ojos de Abeliel se llenaron de lágrimas, y eso hizo que los azulinos de Zelgadis, se abrieran bien grandes de la impresión […] ¿Por qué de repente Abeliel estaba llorando si hasta hace un minuto, creyó que él también lo estaba disfrutando?, por lo mismo agarró y se quitó la mano de Abeliel de la cara sin implementar mucha fuerza para no lastimarlo; no quería hacerlo.
―No estoy bromean- ―Zelgadis no llegó a explicarse, ya que Abeliel lo mandó a callar.
―¡Cállate! ¡Sí que lo haces! ¡Lo haces todo el tiempo! ¡Utilizas tus coqueteos todo el rato, en especial en conversaciones tan importantes como esta, y sé que solo lo haces para evitar responder a cosas que no te gustan! ¡Estoy harto de eso! ―escupió aquello mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos desesperadamente con las manos, además, el dolor de plasmar lo que sentía en palabras, lo impulsaron a querer escapar, por lo mismo, no lo dudó y se dio la media vuelta para adelantarse a Zelgadis; si bien Abeliel sabía que él lo había ayudado en diferentes circunstancias, encontraba demasiado irritante esas actitudes suyas; quizás sus acciones demostraban una cosa, pero su boca le terminaba decepcionando una y otra vez, por lo que no podía evitar pensar que ese demonio solo estaba manipulándolo. ¿Cómo es posible que sus acciones no concordaran con lo que decía? ¡Le daba… muchísima rabia!; ¡era una rabia realmente antinatural lo que le causaba!, y eso lo frustraba, encima, como su cabeza iba a mil, no se percató que Zelgadis hizo un rápido movimiento para atraparlo de los brazos cuando se posicionó delante suyo impidiéndole el paso, y así lo detuvo en su huida―. ¡Qué estás haci-…! ―sin embargo, cuando estaba en medio de su reclamo, volvió a sentir esa sensación cálida sobre él, e instintivamente, lo sujetó también de los brazos, pero con la intensión de quitárselo de encima, no obstante, Zelgadis era más fuerte que él… así que cualquier esfuerzo fue inútil, de modo que su cuerpo lo único que hizo fue recibirlo; temblar debajo de él, hasta que de alguna forma, se acostumbró a la tierna sensación, donde cuyo férreo ataque, se había vuelto más amigable, hasta que por fin Zelgadis decidió por su cuenta terminar con el segundo beso, pero… no se alejó mucho de Abeliel; ni siquiera lo soltó.
―¿Ya te calmaste? ―le preguntó mirándolo con mucha fijación; el rostro de Zelgadis era calmo; era el rostro de alguien que comprendía la situación y que intentaba estabilizar las aguas, es por ello que Abeliel bajó la mirada con el rostro aún empapado, más no respondió, no obstante, refunfuñó por lo bajo―. Lo siento… creo que me he equivocado. No fue mi intensión hacerte sentir mal ―inesperadamente, Zelgadis se estaba disculpando, lo que le llamó la atención a Abeliel, quien volvió a levantar el rostro un poco… tímido, pues era consciente de que no se veía de la forma más digna en ese momento―. Eres mi primera vez, y la verdad es que no estoy muy al tanto de las relaciones, pero… sí hablo enserio cuando digo que quiero ser más que tu compañero, así que todo lo que te he contado, no ha sido una broma; no hubo una sola vez en que te haya mentido, ¿o sí? ―Abeliel miró con sus ojos a un lado un tanto acomplejado, y solo le bastó pensarlo un segundo… Era verdad… de lo que llevaban juntos, no había escuchado una sola mentira de su parte, sí evasivas o sinceras respuestas de “un no puedo”, por lo tanto, este descubrimiento, llevó a Abeliel a tener una mirada más autocritica de su propio comportamiento inmaduro; en lugar de esperar… dejó que su desconfianza y ansiedad lo dominaran, aunque… Abeliel sabía bien porqué; se debía a que ambos con cada situación que pasaban juntos, se acercaban más… lo que no lo dejaba vivir con la idea de que Zelgadis siguiera ocultándole cosas, y… sentía… la imperiosa necesidad de terminar de establecer un vínculo de compañerismo entre los dos sin secretos de por medio. Después de descubrir esto dentro de un silencio que no duró más de un minuto, Abeliel cerró los ojos, se limpió las lágrimas con una mano, y la otra la deslizó por ese brazo musculoso que lo sujetaba, para así pellizcar suavemente con dos dedos la camiseta de Zelgadis, acción que le trajo curiosidad a ese peliblanco.