La llovizna había parado, pero ahora mismo comenzó una de otro tipo, y ésta congeniaba con la situación que padecía Seitán junto a Abeliel, en donde éste último, era pasado por alto por esos seres gracias a que ocultaba su presencia como se lo había aconsejado Zelgadis, de modo que lo siguiente que ese ángel vislumbró, fue el comienzo de una batalla sin cuartel cuando las primeras criaturas abandonaron el mundo onírico por completo como para hacerse con la vida de la heredera de luz. Es así cómo de inmediato tres de ellos la rodearon desde varios francos, más otros con la misma inhumana velocidad se le sumaban, y la secuencia volvía a repetirse infinitamente, comenzando a volverse la líder de la luz, en un tumulto de seres oscuros que se retorcían sobre ella de forma infame, provocando que el corazón de Abeliel se apretujara de preocupación, pero cuando estuvo a punto de levantarse, las circunstancias dieron un giro inesperado; de pronto, todo comenzó con un haz de luz de tono azulado que se manifestó entre los recovecos que no habían sido cubiertos por estos seres infernales, y así, como apareció el primero, lo hicieron otros a una velocidad alarmante, hasta que de pronto, la montaña de cuerpos latió, e inesperadamente, explotó, lo que hizo que Abeliel se ocultara detrás del árbol para evitar ser salpicado de manera significativa, aunque… no sirvió tampoco de mucho; su traje blanco fue manchado de todas formas.
―Pero qué… ―susurró impresionado Abeliel al volver a mirar; ahí vio a la heredera de luz cubierta de sangre de pies a cabeza y decorada con algunos trozos de carne de aquí y allá; no se veía ahora para nada santificable…
―Impresionante… ―resonó la voz de Zelgadis desde la sombra de Abeliel, aunque era solamente él quien podría escucharlo decir semejante frase, y un segundo después, la heredera gritó desde el fondo de su corazón con determinación; era un grito de guerra al cual le vendrían una seguidilla de secuencias que le daban respuesta a esos infernales, sin embargo, esta acción no cohibió a aquellos depredadores, por lo que cuando se les vino al humo, ella misma utilizó una velocidad igual de ridícula para desafiarlos, así que en un instante, con su espada celestial cortó una manada de ellos a la mitad, mientras que a sus espaldas, quemó con las llamas azules que antes había invocado a los otros que igualmente querían importunarla, volviendo de esta manera cenizas a los que la azotaron. Es así que, de un minuto a otro, Seitán tuvo a sus pies una montaña de cadáveres que… no iban a dejar de reproducirse gracias a su habilidad con la espada y los elementos extraterrenales. Por consiguiente, en uno de tantos movimientos que llevaba a cabo Seitán, Abeliel tuvo que alejarse, pues no solo peligraría, sino que también corría el riesgo de ser descubierto, sin embargo… no logró tampoco apartarse demasiado, porque de repente, Seitán comenzó a verse pálida, lo cual le extrañó a Abeliel e igualmente a Zelgadis―. Algo extraño le está pasando a tu líder ―señaló este demonio con buen ojo, y entonces se vio a Seitán de repente inclinarse sobre sí, es aquí en donde esos depredadores se rieron de ella, como si supieran el origen de su malestar; esa situación hizo que Abeliel llegara al límite de su tolerancia, y entonces, se tiró al mate. Es de este modo que Abeliel se puso en medio de Seitán, la cual estaba usando de apoyo su espada para poder mantenerse en pie, e inmediatamente ésta lo miró con confusión.
―¿Abeliel…? ―preguntó sin creerlo, y vislumbró entonces cómo una barrera se levantaba deteniendo tan solo un segundo a los demonios de nivel tres, pero… como se dijo, no duró tanto, porque esa protección de inmediato fue rota, de modo que aquellos seres despreciables estuvieron a nada de tocar los cabellos de Abeliel para hacerse con su vida, de no ser porque Zelgadis, una vez más, fue a cumplir con su palabra. Es así que este personaje de carácter especial, salió de la sombra de Abeliel, y se cargó a los tres enemigos como si fueran nada, impactando así también a la heredera de luz, quien de un momento a otro empezó a perder la visión, lo que no la dejó distinguir lo suficiente al nuevo personaje que acompañaba a este ángel; algo andaba mal con ella sin dudas… pero no podía entender el qué.
―¡Seitán! ―gritó Abeliel al ver que ésta empezaba a desvanecerse por el repentino cansancio, no obstante, y pese a que buscaba con la mirada con desesperación el origen del sufrimiento de su alteza, no podía dar con el mal que la acogía.
―¡Mira bien! ¡Sé que lo distinguirás! ―decía Zelgadis, quien se estaba ocupando de exterminar a los demonios que quedaban con las manos desnudas; reventándoles las cabezas a cada uno de ellos, y dejando un impresionante regadero de sangre y sesos por doquier. Por otro lado, cuando Abeliel recibió aquella muestra de ánimo, no dudó en analizar a más profundidad a la heredera, y efectivamente, había algo que no congeniaba y a lo que le había restado importancia al principio por el apuro, y eso era… ¡el broche!; esta baratija estaba absorbiendo la energía de la heredera de luz, e instintivamente, como era de esperarse, Abeliel fue a tomarlo para quitárselo, pero en cuanto se aferró a él, la heredera de luz sujetó la mano de Abeliel con debilidad impidiéndole retirarlo, es entonces que un triste ruego con pocas fuerzas provino de ella:
―Por favor… no lo hagas… ―Abeliel apretó los labios al ver la expresión lastimera de Seitán, quien por algún motivo, buscaba aferrarse a ese regalo infernal que le había dado Belial y que ahora… casi estuvo a punto de matarla de no ser porque estaban él y Zel cerca; ella había tenido suerte, o el destino quería que aún no pereciera, fuese como fuese, Abeliel consideraba que era más importante el hecho de que ella siguiera con vida, de modo que apartó el objeto de entre las manos de Seitán; no le costó mucho porque a ella casi no le quedaban fuerzas, y entonces lo destruyó con solo apretarlo, de ahí, un humo negro se dispersó de dentro del objeto, más luego lo arrojó lejos. Para este punto, Seitán ya había perdido el conocimiento, y Zelgadis se había ocupado del último de los seres pertenecientes a las formaciones umbrosas.