La tumba Añil

Capítulo 40: "Este demonio sabe cosas..."

El quinto día había arribado para con Leniel y los demás, cuestión que significaba que de momento no habría más tormentas de las que quejarse, o por lo menos no nos referíamos al clima, porque cuando ellos estaban de regreso, en medio del sendero largo que eligieron para darle tiempo a su compañero de regresar con ellos, se toparon con una escena no muy alegre.

―Mi señorita… ―la voz de Kadmiel estaba llena de una significancia antinatural, mezclada con cierto horror e impacto.

―No puede ser… ―susurró ella, en lo que el rostro de Alaniel se retorcía de terror; justo delante de ellos, apoyado contra un árbol, había un cuerpo atravesado por una gruesa rama de una forma tan grotesca, que no podría pasar desapercibido, en especial porque las vísceras de aquel individúo yacían en el suelo por la brutalidad de ese ataque a unos pocos metros de éste, y una enorme mancha yacía en su cuello que se perdía entre sus ropas; los rastros que se percibían en su carne, oscuros como la noche, dejaban en evidencia algún contrato que se hizo con antelación, indicando así, que este ser, era víctima de un pasado que, hasta que Leniel no hablara, desconoceríamos―. ¡Reas! ―gritó, e inmediatamente fue hacia su persona con la inútil esperanza de que aún permaneciera vivo, pero… como se supuso en un principio, la suerte lo había abandonado, así como su aliento de vida.

―Quién pudo hacer algo tan atroz… ―murmuró Kadmiel mirando a unos pasos de esta sanguinaria escena, cómo Leniel acariciaba el rostro del difunto; no con amor, sino con lástima…

―Creo tener una idea… ―aclaró el avatar de viento, quien se enderezó dejando así en paz al caído, e instintivamente miró a Kadmiel y procedió a explicar―. Delfos… ―apenas Kadmiel escuchó ese nombre, él mismo se horrorizó al igual que Alaniel, pero sabía que, aunque sonara de lo más inverosímil, seguro que Leniel tenía razones para decirlo, es así que el único que podía hablar, preguntó:

―Mi señorita, ¿cómo puede estar segura de que ha sido él el culpable de esta atrocidad? Es más… ―Kadmiel esta vez tomó más valor, y se acercó a Reas, para así señalar con su mano el cuello de aquel que fue alguna vez algo preciado para ellos―, aquí está la marca del oscuro, lo que significa que hizo un pacto con él, y eso explicaría… ―se le vio la pesadez en su mirada―, todas sus acciones hasta ahora.

―Entiendo a qué te refieres ―indicó Leniel y agregó―, no obstante, aunque sabemos que él estaba ansioso de poder, también entendemos el cómo procede el oscuro; él no escatimaría en engaños o en tratar de transgiversar la verdad con tal de convencer a alguien en hacer el mal.

―Entonces… ¿crees que lo engañaron? ―se le vio un poco escandalizado a Kadmiel, el cual miró un momento a un lado por la frustración que sentía, y luego volvió con toda la furia hacia Leniel―. ¡Eso no significa que sus acciones no hayan sido imperdonables! ―de este modo Alaniel se encogió por la ira de Kadmiel, pero a Leniel no le movió ni un pelo este comportamiento suyo, solo le daba pie para seguir con la conversación de una forma más firme.

―¡Deja de hablar con el corazón, Kadmiel y usa la cabeza! ¡Sé que te molesta lo que ha hecho Reas hasta ahora, y lo entiendo!, tal y como has dicho, sus acciones son imperdonables; detestables, sí, pero no nos hace daño comprender lo que hay detrás para poder prevenir esta clase de situaciones ―se llevó una mano al pecho―. Créeme, Kadmiel, no es mi intensión justificar los actos de Reas; yo no soy así, solo intento desentrañar lo que está pasando ―retiró su mano del pecho y procedió a señalar a ese demonio―. Así que piensa; observa. ¿No te parece raro que Reas, después de obtener un puesto de buen rango, apareciera muerto así porque sí? El oscuro no suele deshacerse de sus piezas así nada más… las exprime hasta que se desarman solas ―lo que Leniel decía tenía sentido, e hizo pensar a Kadmiel, el cual bajó la mirada al respecto, pues comenzaba a comprender a dónde quería llegar Leniel.

―Entonces… lo que tú quieres decir es que no solo fue manipulado por el oscuro, sino que… ―Kadmiel volvió a fijar su vista sobre Reas―, alguien más recibió el permiso para quitarle la vida a elección en caso de que ya no sirviese…

―Exacto… ―indicó Leniel―, Delfos intervino para que no cobráramos el trato con él; evitó que matáramos a Reas por algún motivo, sin embargo, cuando nos retiramos, él ahora aparece muerto ―Kadmiel no quería cuestionar a Leniel ni sus instintos, pero no podía hallar una conexión más de peso respecto a lo que decía, hasta que Leniel soltó lo que viene―. Cuando fui a buscar el cadáver del rey, descubrí que su espada de Damocles había sido destruida, eso ya lo saben, pero lo que no les he contado, es que cuando forjé el hechizo para ubicarla, ésta me indicó por un misero instante, el sendero por donde vine y, obviamente, encontré… los restos de la cruz… ―Kadmiel sintió que el corazón se le encogió, por lo que se llevó una mano a la cabeza despeinándose así un poco.

―Si eso es verdad… ¿qué sentido tiene matar a Reas y dejarlo en nuestro camino adrede? ¿Acaso no era mejor hacerlo desaparecer y ya? ―indicó Kadmiel frustrado.

―Es una advertencia… ―comentó Leniel, y luego, Alaniel tomó las mangas de los dos con más confianza después de haberse recuperado del susto que le causó Kadmiel, es aquí que los dos le prestaron atención:

―También puede tratarse de una distracción. ¿Qué tal si en realidad Delfos no es el traidor, y lo es otro? ―esa posibilidad que planteaba Alaniel con lenguaje de señas, también era otra opción, lo que dejó acomplejada a Leniel y hundida en un mar de dudas.

―Podría ser… pero ¿quién sería tan osado como para inculpar a Delfos?, además, recordemos que el hechizo solo demuestra que la espada de Damocles fue destruida en donde tuvimos nuestro encuentro con Reas, por lo tanto, pudo haber ido alguien más allí y dejar sus restos también; solo son pruebas circunstanciales… no definen nada… ―expresó decepcionado Kadmiel, quien tenía tanta razón como Alaniel; ahora tenían otro problema entre manos.




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