Resultaba incómodo estar a lado de un chico cuya madre había sido víctima de asesinato por su hermano, más aun teniendo a toda la familia entera. Neeve sintió que el estómago se le encogía de la vergüenza.
—Por tu expresión en el bosque y por cómo huías de Crowley, puedo asegurar que no tienes deseos de volver a casa por hoy —dijo Nehemias deteniéndose.
El pasto amarillento les llegaba por encima de las rodillas, Neeve podía sentir cómo se doblaba debajo de sus pies. El cielo, a diferencia de hace unas horas, había adquirido un tono ambárico como el de un atardecer y el falso sol relucía como la estrella verdadera que parecía una bombilla blanca a lado de él. Era un lugar muy bonito que valía la pena inmortalizar en una pintura. Eso y la expresión de vaguedad en el rostro de Neeve. Nueva en un mundo extraño de cenizas que no tenía idea de a dónde ir.
—Si lo que dijiste sobre tu madre... —Neeve se interrumpió para ver la expresión del chico tan tranquila como siempre—. Si mi hermano la mató... Yo no quiero vivir con un asesino, pero tampoco tengo a dónde ir; él es mi única familia en ambos lados, mis padres están muertos.
Nehemias entendió. Hizo una mueca para indicar que todo estaba bien.
—Yo tampoco me quedaré en casa por mucho tiempo, Laodamia y yo vamos a salir —explicó—. Es una excursión por las tierras de Dryden para romper la maldición. ¿Quieres quedarte al menos esta noche? Mi familia siempre recibe a los que más lo necesitan.
Pedir asilo en una casa de un lugar extraño, con personas desconocidas y un chico sin madre por culpa de su hermano habría hecho que Neeve declinara por pura vergüenza, pero no tenía a dónde ir y además ella no tenía la culpa de las acciones de su hermano, lo acababa de conocer hace tres días, antes de eso estaba muerto para ella.
—Me quedaré —dijo Neeve para alegría del chico—, pero quiero que sepas que no tengo nada que ver con Crowley. Me enteré de que estaba vivo hace tres días cuando crucé el puente.
Ambos reanudaron el camino a la casa. Neeve se sorprendió de lo inmensa que era. Una casa hecha de tablillas de madera en todas direcciones con tejados de paja, habitaciones por doquier exparcidas en la planta baja, un olor a trigo penetrante y colgantes ruidosos de cristales coloridos. Los tíos que había mencionado Nehemias se acercaron corriendo a recibirlos, era una señora alta con el cabello rubio color paja y un señor castaño aún más alto. Estos abrazaron a su sobrino y este les respondió incómodo con unas palmadas suaves. Después se volvieron hacia Neeve.
—¡Una chica! —exclamó de emoción el señor Norton y tomó la mano de Neeve para saludarla enérgicamente—. Fenrir Norton, un placer.
La mujer por el contrario le hizo un pequeño guiño.
—Soy Dolorithy Bort. Encantada de conocerte.
—Un placer conocerlos —dijo Neeve mirando a los señores en busca de su nombre, debía inventarse un apellido y rápido, entonces pensó en una de sus compañeras de orfanato y copió su apellido—: Neeve Rouley.
Claro que el apellido no incluía el “ey”, pero sonaba mucho mejor que sólo Roul.
La bienvenida fue la más calurosa que Neeve tuvo en toda su vida. El padre de Nehemias —que era muy parecido a él y parecía estar en una ensoñación alegre— le ofreció de inmediato comida, cosa que ella aceptó con mucha pena. Nehemias aprovechaba cada ocasión a solas pare preguntarle a Neeve si los tenedores o ciertos objetos existían en Minos. Al terminar el día ya había conocido a toda la familia Norton; desde el abuelo, dos tíos sanguíneos y una política, y un primo mayor de nombre Octavius que parecía estar muy interesado en la curiosidad de Neeve.
Ya entrada la noche, Neeve tenía el estómago más que lleno y el padre de Nehemias se ofreció a darle una cama sin hacer preguntas incómodas como por su inesperada visita. Al parecer todos estaban emocionados por la nueva compañera de Nehemias.
—Aquí hay cobijas, almohadas, cambio de ropa, ¡todo lo que necesites! —decía el padre de Nehemias con alegría—. Nos veremos mañana en el desayuno, que descanses, Neeve.
—Gracias, igualmente.
Entonces era momento de hablar en serio.
—¿Cómo es que tu planta puede dejar de brillar para que se haga de noche? —preguntó Neeve incorporándose.
Estaba en una especie de bodega con una ventana enmedio en cada pared, abundaban los rollos de lana y los telares antiguos. Su cama era bastante cómoda y tenía sábanas y cochas aterciopeladas. Delante de ella estaba Nehemias sentado en una montaña de telas de todos los colores y texturas. La luz ya se había apagado y sólo podían ver sus caras en penumbras.
—Por su reloj biológico —contestó.
Neeve se preguntó cómo era eso posible, pero se limitó a asentir.
—Te dije que te iban a recibir bien.
—Fueron demasiado amables, todos.
—Siempre brindamos asilo sin rechistar —dijo Nehemias en voz baja—. Somos de las pocas familias que gozan de riquezas y recursos y es injusto quedárselo todo dadas las circunstancias.
—Hablando de eso... ¿Cómo piensas ayudar a Dryden?
—Iremos al bosque interno, al que nadie ha ido en décadas. Se dice que en ese lugar se dio el origen de la magia en Dryden, existen templos que lo constan en sus tablillas... Mi objetivo es buscar todos esos templos para averiguar cómo regresarle la vida a Dryden. Romper una maldición.
—Pero si las tablillas hablan de los inicios entonces no encontrarías nada sobre una maldición.
—Lo que pasa es que nadie recuerda lo que es Dryden, tú estás perdonada, pero nosotros, sus nativos, no. Dryden es un ser vivo, Neeve, y está enfermo, está muriendo. No voy a dejar que muera.
—¿Cómo puedes decir que Dryden está vivo? Es sólo un pedazo de tierra, una isla —dijo Neeve.
Nehemias suspiró cansado como si ya hubiera escuchado eso miles de veces.
—Dryden está vivo, está muriendo y nosotros vamos a la par de él. Nosotros somos Dryden.
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Editado: 16.05.2019