Neeve no entendió qué había de gracioso en sus palabras como para hacerlo sonreír, pero resultaba dudoso, podía estar planeando el bien o el mal en esos momentos. Lo divertido se había ido, de pronto Emory emitía una especie de sensación oscura, de peligro, que ponía los sentidos de Neeve en alerta. ¿El comportamiento de su hermano siempre era así de volátil?
—Para ser una chica sirviente de la iglesia eres demasiado valiente para lograr escapar de los nativos sin ayuda.
Neeve se sintió ofendida, ella no era sirviente de la iglesia, siempre se identificó como una sobra, alguien que no cuadraba en ese lugar, alguien que no debía sentarse en los bancos para escuchar la oración del pastor. Neeve sabía que no estaba arraigada de fe a la iglesia, ni a su religión ni a sus alabanzas, siempre se sintió ajena e incómoda a pesar de haber nacido bajo el seno de una familia que la instruyó para el camino del señor.
—No soy sirviente de la iglesia...
—¿Por qué no? ¿Nunca te sentiste identificada con ellos? ¿Cantar los himnos de pie te parecía cansado? ¿Te sentías una hipócrita orando por las penas de los demás? —preguntó Emory y Neeve guardó silencio mientras que con cada frase descubría sentimientos antiguos en recuerdos relacionados a los días de servicio y los círculos de oraciones, ¡cómo odiaba quedarse hasta noche rodeada de gente que contaba sus desgracias para que los demás rezaran por ellos! Neeve siempre supo que su fe en la iglesia era falsa, pero permanecía ahí, quizá para contentar a sus padres, o porque todo Minos era religioso y nadie se atrevía a salir de él, ¿existían otros lugares semejantes a Minos o sólo ellos eran los enajenados? Siempre se hacía esa pregunta y cuestionaba los motivos de permanencia de sus habitantes, nadie hablaba de otros lugares, era como si Minos fuese el único lugar donde ellos vivían, pero estaba claro que no y Dryden era un ejemplo—. ¿Te das cuenta de que no eres como ellos? Eres superior Neeve, tienes magia corriendo por tus venas, tienes poder en tu mente. No eres diferente de mí, entiéndelo. Si te instruyes en el verdadero camino del conocimiento sabrás que Minos es una miga nadando entre miles de kilómetros de aldeas, municipios, ciudades, continentes y si vas más allá sabrás que los humanos son aún más inferiores a comparación de toda la inmensa Tierra. Lo único que tienes que hacer es romper esa burbuja dogmática y empezar a poner en práctica esas habilidades que esperan ansiosas resguardadas en el punto más inhóspito de tu ser.
Aquello había sonado como un discurso seductor. Emory le hacía una una invitación al conocimiento como el árbol de la ciencia, la fruta prohibida, la serpiente que insitaba a Eva a probar una pulpa pecaminosa que sentenció a toda la raza humana. Neeve era Eva y Emory la serpiente. Neeve ansiaba el conocimiento y lo había dejado en claro cuando en una convivencia de la iglesia se había alejado con una cesta para recolectar manzanas cuando una mujer apareció, no la conocía, pero pensó que se trataba de una de las hermanas. Aquella mujer vestida de seda rosa (algo muy extraño en Minos ya que no se permitían los placeres de ese tipo) se acercó para decirle qué pensaba de las manzanas y del árbol del que salían, “me gustaría saber por qué las manzanas son tan jugosas, de qué están hechas”, había dicho ella y la mujer le dijo que podía saberlo si se lo proponía, podía saber eso y más si entraba al colegio. Neeve no iba al colegio, toda la educación que recibía era de casa y de las sesiones en la iglesia que aunque le explicaban el funcionamiento de las cosas la mayoría se limitaba a “porque Dios así lo hizo”, Neeve no sabía cómo era un colegio como nosotros conocemos, pero sus padres le habían dicho que gracias a ello su hijo mayor había sido seducido a las malas obras. Neeve le dijo eso a la mujer y esta soltó una risa cantarina, “tu hermano Emory estudió con nosotros, Neeve. Ahora es un botánico brillante que conoce mucha variedad de plantas, puedes estudiar con nosotros como lo hizo él”, había dicho. Su hermano se había ido de casa desde niño por culpa de ese colegio y tal vez sus padres así lo deseaban, tal vez querían deshacerse de él. Neeve quería aprender muchas cosas y no pasar el resto de su vida preparando comida y leyendo páginas viejas de un libro antiquísimo. Neeve le preguntó cómo podía estudiar con ellos si no tenía dinero y sus padres se negarían a inscribirla. “Sólo escribe en una carta diciendo porqué quieres estudiar con nosotros y listo. No necesitas dinero y nosotros podemos hablar con tus padres hasta llegar a un acuerdo. La carta debe estar dirigida para el Colegio de Serendipia, no necesitas sellos, sólo colocar su nombre de forma clara y nosotros te encontraremos”. Y todos saben en qué terminó aquella situación. Días después de haber enviado la carta, una responsiva llegó junto a esa señora que desapareció detrás del arbusto, todo era mentira, no iba a moverse de casa, no había ningún acuerdo.
Y luego sus padres murieron.
—¿Neeve? —Emory chasqueó los dedos.
—¿Eh?
—Te has perdido en tus pensamientos... Te estaba diciendo que fueras a limpiarte y que bajes a cenar. Hablaremos en el comedor. Las ilusiones no se pueden quedar así.
Emory guardó los últimos frascos de la mesa en los estantes. Neeve salió de la habitación preguntándose qué pasaría ahora que estaba de nuevo en casa de su hermano, qué sucedería con quienes habían visto una de esas ilusiones, incluso una había herido de muerte a un ciervo. Vaya día había sido aquel. Su vida había adquirido un ritmo acelerado y peligroso donde había que correr a cada rato, de momento no le gustaba, pero sabía que tarde o temprano iba a tomar confianza y hasta podría adaptarse a Dryden.
Mientras tanto debía tomar una ducha, le hacía mucha falta, tenía tierra acumulada en la ropa y en la cara, su aspecto debía parecerse al de un indigente.
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Editado: 16.05.2019