Paredes blancas, doctores yendo y viniendo, agujas, pruebas de sangre y demás estudios aparentemente interminables. Mi día a día se había vuelto extrañamente a una rutina qué hace muy poco habría creído terminada.
Caro que había algunas cosas que cambiaron, el dolor, la fatiga y algunos otros malestares que deje atrás. Lo cual me causaba aún más inquietud, estaba en un hospital, en una cama, pero me sentía perfectamente. No era necesario preguntar porque estaba aquí, había algo dentro de mi, algo que parecía haber hecho retroceder al virus, sin embargo, nadie me decía nada al respecto. Había intentado hablar en muchas ocasiones con los doctores que solían pasar por mi cuarto, pero jamás obtuve información de ellos. Ni siquiera de mis padres quienes me habían visitado algunas veces en estos días, el mundo parecía empeñado en ocultarme cuanto pasaba a mí alrededor y eso simplemente me frustraba cada día un poco más. Y ante tal situación mi única diversión era observar alrededor. No termino de decidir si fue lo mejor para mí propia cordura.
Sin salir de mi habitación sabía que el mundo estaba en picada, pero desde aquí dentro todo era pesimistamente directo. Cada día una persona diferente fallecía, una familia lloraba y una cama queda libre, una cama que no tardaba más de unas horas en ser ocupada por una persona diferente. Después de algunas decenas de personas comencé a perder el interés, hasta que el apareció. Un hombre de mediada edad, delgado y pelirrojo había ocupado el cuarto junto al mío. Solo nos separaba una pared de cristal, por lo que solíamos vernos muy a menudo, al igual que pasaba conmigo los doctores parecían ponerle un nivel de atención fuera de lo usual. En un principio llegue a pensar que se trataba de alguien como yo, algo que realmente me alegraba, no porque lo viera como la salvación de este mundo, sino por la idea de que aún más personas comenzarán a sanar. Algo así me permitiría salir de aquí pronto y podría regresar con mi familia y con ella. No obstante, mis esperanzas duraron tan poco que me cuesta creer que alguna vez estuvieron ahí.
Aquel hombre quien al principio creí mi esperanza se volvió el principio de todo el caos que estaba por envolver mi vida.
Aunque en principio el estado del hombre no era muy diferente del mío, pronto fue obvio que nuestra situación era muy diferente. Tras unas semanas en el hospital mi cuerpo se había comenzado a adelgazar, pero el de aquel sujeto junto a mi cierto parecía crecer a diario, su altura y musculatura eran un poco más notable cada vez que observaba. Era algo extraño, sin embargo, paso a segundo plano cuando el resto de sus “síntomas” aparecieron. Durante el segundo día la conciencia del sujeto parecía estarse degradando, balbuceaba todo el día y cuando lograba articular oraciones solo eran injurias a los médicos; Cuando estos entraban a su habitación lo solían hacer con alguien de seguridad. El tercer día parecía haberse vuelto más tranquilo, solo miraba al techo mientras tarareaba alguna extraña y pegadiza melodía ¿Tal vez de un comercial de mentas? El resto del día transcurrió sin mayor complicación, sin embargo, durante la noche de ese mismo día el paciente entro en paro. Un ejército de doctores entro a su habitación apenas la máquina emitió la alarma y antes de diez segundos ya se le estaba resucitado. No les costó mucho trabajo, en poco menos de un minuto lograron traer al pelirrojo de regreso. Los doctores se relajaron y respiraron aliviados, incluso una de las doctoras se dejó caer en el piso; esa mujer en particular parecía no haber dormido en algunos días. No debieron bajar la guardia de esa forma, aunque nadie podría culparlos, no había manera de prever el desastre que se desencadenó.
Unos segundos después de volver a la vida el hombre se levantó de su cama. Uno de los doctores, un joven no mayor de 25 años, se acercó a él intentando detenerlo.
—Por favor regrese a su cama —dijo el chico, pero sus palabras no parecían haber alcanzado los oídos del paciente.
El doctor algo desconcertado y molesto camino hasta el paciente, quien se encontraba mirando el piso sin la menor señal de ser consciente del mundo a su alrededor, extendió su mano hasta el y lo toco en el hombro.
—Regrese a su cama —insistió el médico, empleando un tono ligeramente autoritario.
Aquel hombre levantó lentamente la mirada y clavo sus ojos en los del joven medico. Desde mi perspectiva me era imposible ver qué es lo que aquel hombre advertía, pero su mirada me dijo todo lo que necesitaba saber. Peligro.
Si no hubiera reaccionado al instante ¿Qué abrí sido de mi? ¿podría siquiera haber salido de ahí? Eso no puedo saberlo, pero si sé que ninguno de los doctores en ese cuarto tuvo mi suerte ¿O tal vez ellos tuvieron aún mejor suerte que yo?
En un segundo todo cambio. El caos se había desatado, primero una cabeza fue cercenada, aquella mujer cansada fue aplastada por una fuerza inhumana y un cuerpo atravesó la pared de cristal que dividía mi habitación e impacto contra los equipos que monitoreaban mi salud.