Durante los días que transcurrían el calor de la ciudad podía llegar a ser inclemente y tras poco más de un día sin tomar líquido alguno, mi cuerpo comenzaba a quejarse. No tenía muchas opciones a la mano, me encontraba varado en aquella azotea desierta, sentado en la cornisa con los pies colgando hacia el vacío. En un principio tenía el temor a ser visto, pero como las horas siguientes me lo confirmaron, “ellos” no tienen la usanza de alzar los ojos al cielo, puedo suponer que es porque en este no hay algo que sea de su gran interés.
Aburrimiento, es todo en lo que puedo pensar ahora. En un principio mi lado curioso y científico hizo aparición. Me quedé en esa posición por una buena cantidad de tiempo observando, sus hábitos eran simples; avanzar simplemente avanzar, al menos hasta que algo llamara su atención, ya fuera movimiento o sonido. No presentan aparente un instinto depredador que los impulsará a buscar una víctima, sin embargo, cuando esta era detectada, atacaban de forma implacable.
En el trascurso de la tarde llegue a observar cómo grupos de personas intentaban escabullirse por las calles y callejones, la mayoría de ellos no lograban avanzar una cuadra antes de ser rodeados. Durante las siguientes horas la calle se llenó de muerte, pero todos estos intentos desesperados me dejaron algo en claro, muchos seguían vivos. La mayoría seguramente encerrada en sus casas o algún otro edificio, como una escuela o una oficina.
Para cuándo llegó la noche una pequeña cantidad de esperanza se había alojado en lo profundo de mi pecho; mucha gente seguramente se encontraba en los refugios del ejército, pero muchos muchos más aún estaban en sus casas, esperando que un milagro los salvará.
Aún me mantenía sentado en aquella azotea, el hambre ya hace varias horas que se había hecho presente y mi mente comenzaba a apagarse poco a poco, pero no podía dormir, tenía que permanecer alerta hasta confirmar la última de mis hipótesis. Los hábitos de sueño de esas cosas.
A pesar de la oscuridad la luz de la luna me había permitido continuar observando, no tarde mucho en comprender que jamás dormían, no había un solo indicio de que funcionaran de forma diferente de noche que, de día, sin embargo, hubo algo más que me fue fácil notar. Era claro para mí que, así como nosotros, su visión no era la mejor durante la noche, por desgracia, como una familia me ayudó a comprobar, cualquier fuente de luz los atraería al instante como un enjambre, lanzándose sobre ella sin importar cual fuera la fuente del resplandor.
Me sentía confiado, tenía buena idea de la situación que enfrentaría al dejar esta azotea, le había dado una buena cantidad de tiempo a mi cuerpo para sanar y sabía bien el camino que tenía que tomar, sin embargo, el ver a esa última familia caer debido a un simple descuido había mermado mi moral. La seguridad que a duras penas reuní durante toda la tarde se había esfumado. En el segundo que los gritos resonaron por la silenciosa avenida y una cantidad enorme de criaturas se reunió en los alrededores mis esperanzas de cruzar inadvertido se fueron. No solo por el aumento de criaturas en las cercanías, pues pensamientos desdeñables comenzaron a flagelar mi mente.
Aquella familia posiblemente había posado su atención sobre aquella avenida durante toda la tarde, aterrados por los gritos de pánico, negándose a abrir la puerta a todos sus conocidos que golpearon suplicando ayuda. Como yo, tenían una meta; un lugar al cual necesitaban llegar a como diera lugar. Y como yo planee, salieron creyendo que era seguro. Se habían convencido a sí mismos de que era ahora o nunca. Bajaron por la escalera de incendios, caminaron por la acera y… una luz. Un error seguramente, un solo error que le costó la vida a todos.
Pese a la paranoia que invadió mi mente, era claro que no podría estar en este lugar un día más. Pues si no me matan “ellos” la sed lo hará mañana.
Me puse de pie y fijé mi mirada en las calles, aquella familia había perecido a solo una cuadra de mi refugio y las criaturas comenzaban a aglomerarse. Era inaudito para mí que en tan poco tiempo las calles se hubieran visto invadidas, pues no fue sino la mañana de ayer que esto había comenzado. Realmente me aterra la idea de que el desastre sea a gran escala, sin embargo, al notar la ineficiencia del gobierno por controlar esto, no puedo sino imaginar lo que de verdad pasa más allá de los límites de mis insignificantes sentidos.
Mies pies avanzaban lentamente por el frio techo de aquellos departamentos, intentaba no hacer el menor ruido hasta llegar a las escaleras, para cuando mis botas se apoyaron en el primer escalón, un poco de alegría surgió dentro de mi “Al menos no caí y me partí el cuello” bromé en pensamiento. Uno a uno fui dejando detrás los escalones hasta llegar a la base de la escalera y un pequeño salto me puso de regreso en aquel húmedo suelo, aquel que llegue a creer me vería partir. Sacudí mi cabeza apartando la melancolía remanente de estos últimos días y me decidí a dar un último vistazo a aquel vehículo volcado.
Revisé los compartimentos y bolsillos, no encontré nada útil. Es claro que su misión no consistía en más que un recorrido de pocas horas y no planeaban quedarse fuera durante la hora de comer. Aun así, mi hambre y sed se sumaron a mi impaciencia y continúe escudriñando los rincones de aquella maquina hasta dar con unas cantinfleras y media barra de granola. Devore sin piedad aquel pequeño trozo de semillas comprimidas y bebí de un trago el agua de uno de los recipientes, incluso abrí uno más al acabar el primero, sin embargo, cuando las primeras gotas tocaron mis labios, detuve mis acciones al instante y regrese aquel líquido a la cantimplora.