La Última Broma de la Naturaleza Owen.

Capítulo 12 Resolución

Llegaba a mis oídos el sonido de una suave lluvia, el ambiente era tranquilo, me encontraba en una habitación con decoraciones de bordados hechos a mano los cuales cubrían la mayoría de los muebles y mesas que alcanzaba a observar a mi alrededor gracias a la tenue luz emitida por algunas velas. Sobre una mesa de café en medio de la sala se encontraba mi uniforme militar y junto a ella mis botas, al lado de la mesa había un segundo objeto que llamó mi atención, un machete algo gastado que despedía un ligero, pero fétido olor a sangre, no podía apreciarlo en su totalidad por la escasa luz, pero tenía que haber sido usado recientemente. 

El lugar entero tenía el ambiente de un tranquilo departamento de una vieja señora, incluso lograba percibir un ligero aroma a canela que me transportó por unos instantes a los días cuando visitábamos a la abuela, pero esta no era la casa de mi abuela; ella no tenía tan mal gusto con el papel tapiz. 

Tras lograr espabilar incorporé lentamente mi cuerpo. Me encontraba recostado sobre un mullido sillón rojo de grandes cojines, que también bordados, y sobre mí una curiosa manta tejida. El escenario realmente sacaba a mi cerebro de lugar, los últimos recuerdos que venían a mi mente eran una telaraña de emociones violentas, una larga caída y un golpe sordo. 

Intenté acomodar mis ideas por unos minutos, claramente alguien me había recogido y traído hasta aquí, pero ¿Dónde es aquí? 

Intente incorporarme, pero un dolor punzante recorrió los músculos de mi cuerpo, desde la punta de mis pies hasta mi cuello, caí de regreso al sofá, jadeante y sudoroso.

Intente una segunda vez, aunque en esta ocasión no dando un salto, lentamente coloque las manos en el reposabrazos y el respaldo, levanté mi cuerpo a la vez que me deslizaba hacia el lado hasta lograr quedar sentado con las piernas rectas, el esfuerzo fue mucho mayor de lo que creía para una tarea aparentemente tan simple, aunque siendo honesto conmigo mismo, la mayoría de mi vida había luchado contra tareas simples que para mí fueron terriblemente difíciles.

Una vez sentado logre tener una perspectiva un poco mejor del lugar, me encontraba en un departamento algo pequeño; desde mi posición lograba ver la cocina a mi derecha y la puerta que supongo conduce a la recamara principal, el lugar en sí parecía muy normal salvo por dos detalles bastante relevantes; las alacenas habían sido vaciadas y todo lo que supongo contenían fue colocado sobre la mesa, y la puerta la cual está bloqueada por un sofá individual.

Pensé en intentar llamar a alguien, pues no había manera de que hubiera podido llegar hasta aquí solo, sin embargo, hacer mucho ruido tampoco era precisamente una gran idea, me quedé entonces sentado ahí esperando a que alguien apareciera. En efecto, tras unos minutos una de las recamaras fue abierta, de ella salió un hombre de mediana edad. Se le veía extremadamente cansado, más que caminar, se arrastraba lentamente, llevaba en la mano una botella pequeña con agua mientras que levantaba lentamente la otra mano en señal de saludo, por un momento mire en dirección del machete, pero descarté la idea de que esta persona fuera una amenaza.

El hombre debió notar este segundo de duda pues su rostro se tensó ligeramente, sin embargo, al verme relajarme de vuelta al sofá pareció desvanecer esa preocupación de su tes.

—¿Es una locura ahí afuera no? —dijo el hombre a la vez que extendía la botella hacia mí, la cual tome con cautela —aun no creo lo que vi en unas horas, no logro imaginar todo lo que has visto en estos pocos días... de tan solo recordar esa cosa. —Declaró el hombre pensativo antes de sentarse en un sofá cercano.

Espere un momento en silencio evaluando la situación. Lo último que recuerdo fue una terrible caída desde aquel edificio junto a esa criatura. Puedo suponer que a eso se refiere al decir “Esa cosa”. 

—Debo agradecerle que me sacara de ahí —digo a la vez que dirijo la botella a mis labios y tomó un sorbo.

—No no no, yo quería dejarlo ahí tirado, fue mi hija la que insistió en traerte hasta aquí, aunque no habíamos pasado del pasillo si no fuera por esa loca decisión.

La mirada de agradecimiento que el hombre me dirigió me desconcertó, parecía muy seguro de que me debía un favor, aún cuando él mismo reconoce haberse levantado de la carretera.

—¿De verdad no tienes idea de lo que hablo? —me pregunta ante mi notable rostro de confusión —Tu mismo tomaste esa cosa de ahí e hiciste pedazos un montón de esos… enfermos, fue… escalofriante, realmente aterrador, pero nos salvaste, mi familia está viva gracias a ti. —afirmó lleno de agradecimiento. 

—Sin ser grosero, todo lo que me dice no me parece ni un sueño.

—Muchacho, el que estés ahí sentado hablando conmigo me parece aún más irreal, tenías el cuerpo totalmente destrozado, creí que con solo moverte se te desprenderían las extremidades, pero ahora te veo más entero que ni yo. 

—Gracias a ustedes que me trajeron aquí ¿Dónde estamos exactamente por cierto? 

—Un edificio departamental en el sureste de la ciudad, a unas 5 cuadras de donde te vimos caer.

—Debo regresar —dije a la vez que imaginaba el estado en el que estaría la casa de mis padres, algunos lugares como este parecen estar bien. Ellos debían estar bien. 

—No, no puedes irte. —dijo una voz joven y femenina.

Dirijo mi mirada a la puerta de la cual había salido el hombre, me encontré con una chica de no más de 15 años junto a ella, llevaba el cabello largo, lacio, de color negro, su tez era blancuzca y llevaba unos grandes lentes circulares.

—¿Estás vivo de puro milagro y quieres regresar ahí? —reprocho.

—Ella es Gabriela, mi única y terca hija que insistió en sacarte de ahí.

—Hay… —permanecí un momento en silencio pensando en que podía o no expresar. —Hay personas ahí afuera que me necesitan, tengo que volver al servicio. —dije finalmente, tratando de sonar seguro y comprometido con el deber del soldado que ellos seguramente creían que era.




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