“¿Alexander? Hay una carta para ti.”
Las palabras de Eliza lo distrajeron levemente de sus notas. Su escritorio estaba repleto de papeles. Aún no había comenzado el verdadero trabajo en aquella nueva nación que acababa de nacer, pero Hamilton ya tenía en mente cientos de planes para ella. Cartas, manuscritos de futuros planes, viejos libros sobre economía y política, todo eso estaba desperdigado sobre el escritorio. Los oscuros ojos de Alex miraron a los de su esposa por encima del marco de sus lentes.
“Es de John Laurens. La leeré más tarde.”
Era común que las cartas de John tardaran en llegar, lo sabía perfectamente. Su más cercano amigo estaba ocupado en su tierra natal, aún repleta de casacas rojas, pero también sabía que en cuanto tenía un momento libre le escribía. Después de todo, John era esa persona que podía enviarle cartas sin necesitar más que el viento para que las entregara.
“No. Es de su padre.”
Eso le llamó poderosamente la atención. ¿Por qué le enviaría Henry Laurens una carta? Su corazón dio un vuelto, sus manos temblaron levemente. No.
Se quitó los anteojos y miró seriamente a Eliza, que lo miraba con la preocupación pintada en sus bellos ojos oscuros, quizás temiendo lo mismo que él.
“¿Su padre? ¿La leerías por mi?”
"El martes 27, mi hijo murió en un tiroteo contra las tropas británicas que se retiraban de Carolina del Sur. La guerra ya había terminado. Como sabes, John soñó con emancipar y reclutar a 3000 hombres para el primer regimiento militar completamente negro. Su sueño de libertad para estos hombres muere con él."
Un largo silencio inundó la habitación. Alexander bajó la mirada, clavándola en sus manos, que ahora temblaban más que antes. Aquello no podía estar pasando. Sintió como si su corazón se destrozara en mil pedazos, como si una parte de su cuerpo le fuera arrancada por la fuerza. Las lágrimas comenzaron a caer silenciosamente por sus mejillas, mojando los papeles que tenía enfrente. Cerró con fuerza sus puños.
“Alexander, ¿estás bien?”
Por supuesto que no estaba bien. ¿Cómo podía estarlo? John Laurens había sido su mejor amigo, la persona más cercana a él. Esa persona con la que podía comunicarse con tan solo una mirada, a quién podía enviarle cartas con el viento, el único a quién le había abierto su corazón y alma por entero, quién podía calmarlo con solo una palabra, que le brindaba tranquilidad con tan solo sostener su mano.
El único hombre con el cual había decidido compartir una cama. La primer persona que había probado sus labios, su piel. El primero a quién había dedicado palabras del más sincero y profundo afecto. La otra única persona que había amado tanto como a John Laurens estaba parada frente a él, sosteniendo aquella terrorífica carta con manos temblorosas.
Oh, Eliza lo había amado también. Solo porque él lo amaba.
La mujer se le acercó lentamente, apoyó una mano en su hombro y lo apretó con suavidad. No dijo más nada, no hacía falta. Hamilton sabía perfectamente lo que ella quería decirle.
John Laurens, su John, acababa de morir. Junto a él, sus sueños de terminar con la esclavitud, de tener un país verdaderamente libre. Todos los planes que habían imaginado para el futuro luego de la guerra, todas las promesas hechas entre bebidas y besos. Todo aquello acababa de morir, y una parte de su alma también.
Levantó la vista para poder mirar a Eliza. Sus mejillas también eran recorridas por las lágrimas, y no podía culparla. Ella sabía perfectamente lo que Laurens había significado para él, había compartido bellos momentos a su lado, habían reído y amado juntos. Una perfecta harmonía de tres, destrozada por el disparo de una bayoneta.
“Tengo mucho trabajo por hacer.”
Fue todo lo que pudo decir, con la voz quebrada. Y ella lo entendió, lo supo perfectamente. Depositó un suave beso en su frente y lo dejó solo. Nunca podría recuperarse de aquella pérdida, podía sentirlo en su cuerpo, en su corazón. Pero al menos podría intentar hacer justicia a los sueños del hombre que había amado con locura. Al menos podría intentar llevar a cabo esos planes de los que habían hablado en tiempos más violentos, pero sencillos y felices.