La última carta

La última carta

—Bien, vamos a tirar la basura hermano. Es un buen día, hoy viene el camión de la basura por ella, no la verás nunca más —dijo Isaac entrando muy animado a mi cuarto. —Eh, ¿y esa libreta?... ¿No me digas que vas a escribir tus pensamientos cursis como sabes? —

—A ti que te importa. Estás aquí para ayudarme a limpiar —le dije golpeando su hombro con mi libreta.

—Ah sí. ¿Vas a pagarme? —preguntó arqueando sus cejas gruesas.

—Sí —dije entre dientes.

—¿Cuánto? —

—Quince pesos la hora y considérate bien pagado —le dije arrojándole una bolsa negra de basura.

—¡Entonces sí me quedo! ¿Me puedo acostar en tu cama mientras escribes? —dijo lanzándose sobre mi edredón blanco…y con zapatos.

—Pues ya lo ensuciaste, ya que… —

—¡¿Me estás diciendo puerco?! —

Sin responderle me senté en mi escritorio y aprovechando que él ya estaba acostado, comencé a escribir:

Hoy tuve que deshacerme de las cosas que me regalaste. Creí que sería fácil y que me ayudaría a superarte más rápido. En cambio, resultó ser lo más difícil que he hecho, pues al revisar las cosas esparcidas por el cuarto, ya no supe ni en dónde comenzabas tú ni en dónde terminaba yo. Habían pasado tanto tiempo ahí, que ya no recordaba si este libro lo había comprado yo o si ese otro lo habías comprado tú. Me dolió recordar esa versión tuya que me amaba y darme cuenta cómo, poco a poco, tus regalos detallados y lindos dejaban de serlo a medida que dejabas de amarme. No puedo culparte por ello, yo también hice lo mismo cuando mis cartas se volvían más cortas y sin esfuerzo, cuando me enojaba por cualquier cosa, con más frecuencia y no pedía disculpas.

—Ni siquiera hemos empezado Mateo —dijo Isaac atrás de mí.

—¡Tu deja de leer esto, no es para ti! —reclamé molesto.

—Bien, pero si tanto la quieres ¿Por qué la dejaste? —preguntó.

—Ya te lo conté: nos peleábamos mucho, era como estar en una discusión las veinticuatro horas del día. Había momentos lindos, pero no duraban lo suficiente. Cada día que nos veíamos alguien terminaba llorando —respondí.

—Tóxicos —susurró, acostándose de nuevo en mi cama.

—¡Levántate! Vamos a empezar. Agárrame la bolsa. —le dije a Issac mientras comenzaba a tomar cosas de los estantes, revisando cajones y cajas, arrancamos fotos de las paredes y aplastamos peluches para que entraran mejor en las bolsas.

—¿Y este basurero? —preguntó Isaac con un tono burlón.

—¡No es basura!, bueno ahora sí lo es… Tengo una idea acuéstate a dormir —le dije y él se aventó a mi cama. Volví a mi escritorio y seguí escribiendo:

Me topé con miles de pétalos sueltos de las flores de papel que solía hacerte mientras dejábamos que pasara el tiempo en nuestro parque favorito. Yo te contaba acerca de los nuevos libros que había leído y tú me contabas de cuando eras niña. Me encontré también con los regalos que se rompieron por viejos y hasta las envolturas, que a pesar de que ya no tenían ninguna utilidad, yo los había guardado como un tesoro. Me costó meterlos a la bolsa de basura; para otros eran desechos, para mí eran pequeños tesoros.

—¿Por qué tus libros se ven más gordos de lo normal? —dijo manoseando mi librero.

—Tienen cartas. Vamos a limpiar ahí también —respondí.

—¿Qué? Son muchos —replicó.

—Sí, pero ahora tengo otra idea, sigue durmiendo —le dije mientras tomaba un libro y del librero y lo hojeaba.

—Ok —respondió sin ganas. —Te voy a salir caro —

—Si no guardas silencio al final no te pago nada —amenacé y seguí escribiendo:

Tuve que buscar entre mis libros, hoja por hoja, las cartas que me escribías y las notitas de amor que te gustaba esconderme entre las páginas. Leí muchas de ellas sin querer y fue inevitable recordar cuando caminábamos juntos a casa, como me tomabas de la mano durante todo el camino y jugábamos jueguecitos de niños, sin importarnos que la gente nos mirara raro cuando estallábamos en carcajadas. No pude evitar sentir que me faltaba el aire mientras pensaba en que esos días habían terminado para siempre. Pensé en todos los lugares a los que fuimos juntos, en nuestros lugares, esos que solo tú y yo sabemos por qué son especiales.

Como esa librería a la que no iba nadie, pero que nos gustaba porque podíamos platicar y besarnos a escondidas, o como ese salón viejo, donde íbamos a abrazarnos o a veces a llorar por cosas que nos pasaban en el día. Me acostumbré tanto a tenerte a mi lado todo el tiempo, que siento que perdí una parte de mi cuerpo ahora que no estás. Te amé tanto. Te adoré tanto. Más que amor, parecía una obsesión, en la que no nos importaba otra cosa más que estar juntos. Incluso te miraba de reojo cuando no te dabas cuenta y me moría de celos cuando otros tenían tu atención. Para mí era hermoso ver cómo tú también tenías esos comportamientos conmigo. Era tan devoto que hubiera matado si tú me lo pedías. Teníamos un amor obsesivo, donde ignorábamos nuestras peleas, nuestros desacuerdos y donde luego de un rato seguíamos tan apasionados como de costumbre. Pero esta vez no, esta vez sí es definitivo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.