La última defensa de la creación: Vol. 1

04 Mala noche

Era la mañana del siguiente día. Gunnar se levantó temprano como de costumbre e hizo ejercicios mañaneros, los cuales consistían en trotar, hacer flexiones, practicar la puntería y técnicas de pelea. Después de toda esa actividad tomó su merecido descanso.

El día estaba tranquilo, interrumpido solo con el sonido de un chimpancé. Le había dado permiso a Caesar de comer unos kilos de carne que encargó apenas se despertó, y todo para que se contentara desde el principio.

Lo había invadido un pesar y esa sensación se originó cuando decidió dejar al chimpancé en casa. Escasamente era lo que Caesar había viajado, y cada vez que lo hacía disfrutaba un mundo, porque amaba experimentar los nuevos paisajes y naturaleza. Como en este caso Gunnar no iba de vacaciones, sino por asuntos de trabajo, no podía darse el lujo de traerlo.

Sentado en el patio, se puso de pie pasando la mano en su bolsillo y activando a Sara. Ya había fulminado todos los pensamientos de culpa y remordimiento.

—Ponme en contacto con Silvia Taylor.

—[... De inmediato].

La rubia contestó no muy tarde: —[Gun, qué sorpresa. No me llamas tan seguido. ¿Pasó algo?].

—Me iré a París hoy y necesito que te quedes en mi casa para cuidar de Caesar. Retomé la misión y esto es parte de ella, así que tienes que colaborar.

—[Oh, es bueno saberlo. ¿Cuidar de Caesar? No hay problema, estoy aburrida aquí].

—Listo, entonces ven lo antes posible —Quiso colgar, pero en ese mismo lapso de tiempo recordó algo—. Trae mucha carne, le encanta.

—[Ok, Gun. Te veo al rato. ¡Adiós!] —colgó.

En esa oportunidad se escuchó a la mujer rubia alejada a los juegos que comúnmente hacía, respondiendo sin molestarlo. Acostumbrado a las conductas cambiantes de ella, no prestó atención.

Mientras la esperaba, se mantuvo en la sala de trabajo y jugando a ajedrez con el Caesar.

Unas horas más tarde, Silvia pitó en la entrada de la mansión con su camioneta. Traía un conjunto ropa deportiva de color negro con tenis blancos. Estaba hermosa, igual que siempre.

Gunnar salió a saludarla junto con Caesar. Este último, cuando vio a Silvia, gritó de emoción, pero no especialmente por la mujer, sino que un olor familiar y delicioso perforó su nariz.

La rubia sonrió a los dos y los saludó de manos. Se percató de que la cara del chimpancé estaba llena de ansiedad y adivinó el porqué.

—Caesar, en el carro te traje tu comida favorita, puedes ir a comer si no puedes aguantar tanto —Las palabras fueron melodías para sus oídos. El sentido común entonces la hizo preguntarse cómo hacerle entender las previas palabras—. Gun, cómo puedo traducir...

Cortando la oración, Silvia se impactó al ver a Caesar correr a la camioneta, abrir la puerta y buscar la carne. Sabía que era inteligente porque Gunnar se lo había presentado de manera breve tiempo atrás, sin embargo, no dimensionó cuánto por la poca interacción de ambos.

Por desgracia, no había planes para conocer realmente a Caesar aún, ya que Gunnar le transmitió una serie de indicaciones a seguir para evitar revelaciones innecesarias respecto a su inexplicable inteligencia y demás características únicas. Por supuesto, el primate accedió a cumplir con todo.

—¡Magnífico! No sabía qué es tan inteligente —exclamó emocionada.

—Te llevarás más sorpresas —confesó—. Aquí está un resumen básico de Caesar. Léelo y todo estará bien entre ustedes dos.

—Lo haré. Ah, y ya hablé con Fernandinho y Cristina. Te enviaron un mensaje, dijeron que van a estar ausentes por un tiempo.

—Comprendo... Ya puedes pasar, yo tengo que irme ahora —contestó después de un corto silencio—. Caesar, mi amigo, vendré pronto. Sé obediente.

El chimpancé, sin oponerse, asintió la cabeza motivado y determinado, luego lo despidió con un abrazo de oso.

—Toma esto. Gasté un pequeño tiempo en realizar algunas llamadas en París para que pudieras hospedarte con tranquilidad allá —Le entregó un papel que sugería zonas para hospedarse. Lo tomó sin leerlo, agradeció y siguió su camino.

De este modo fue como transcurrieron las cosas. Por su parte, Silvia estaba contenta y gozaba del momento de la mano de su nuevo compañero. A Gunnar le tomó un poco de su tiempo ordenar todo en el automóvil.

En un bolso militar negro guardaba una variedad de "herramientas" personales que siempre traía en sus viajes.

Cuando estuvo listo, pisó el acelerador y se fue en dirección al norte. Allá había un jet privado esperándolo para despegar.

La aeronave era de él. Su cuenta bancaria tenía suficientes dígitos para darse esos privilegios y la razón era porque creó múltiples sistemas complejos y efectivos de seguridad informática, aprovechando su habilidad en esa área. El negocio fue extremadamente rentable y funcionó también como una fachada para argumentar de alguna manera el dinero que manejaba.

Lo irónico del caso fue que él también ejercía la ciberdelincuencia a escalas superiores. Este hecho incluso le causó gracia a Silvia apenas se enteró.

Con relación a los trabajos de Gunnar y los otros miembros, además de ese campo, se encargaban del espionaje y asesinato. Una actividad que ellos han laborado desde hace tiempo sin una baja, pues, atraparlos o matarlos no era lo mismo decirlo que hacerlo; había una distancia inmensa de diferencia.




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