La última defensa de la creación: Vol. 1

11 Escape I

—¡Caesar! —gritó Gunnar, alertando al primate que estaba comiendo distraídamente. Sus ojos que irradiaban intención asesina se convirtieron en genuina sorpresa al saber que su hermano había venido tan pronto de París. 

El chimpancé se despreocupó de su comportamiento carnívoro, como si eso no fuera algo importante que explicar o hablar. Se limitó a esbozar una sonrisa y trató de saludar enérgicamente con su conocido carisma, pero fue imposible, ya que un dolor punzante le atormentó el pecho, lo que le impedía comunicarse.

Gunnar estaba preocupado por el delicado estado de Caesar. “El daño no puede ser ignorado, ha sufrido mucho”. Nunca lo había visto tan herido. 

El duelo debió ser muy bestia para que tanto él como Silvia estuvieran así. Conocía las capacidades de la mujer y la increíble fuerza del chimpancé. Ninguno de los dos era poca cosa. 

—No te muevas ni intentes hablar porque te harás daño. Espera a que busque medicina en la casa —ordenó sin esperar respuestas, sin embargo, cuando quiso salir, fue detenido por Caesar que con dificultad logró comunicarse a través del lenguaje de señas. 

—[Tranquilo, hermano... Al comer, mi fuerza y mi curación aumentan... Puedo sentir una energía de estos monstruos. Sé que al comerlos me curaré y estaré bien].  

Gunnar, confundido, arqueó las cejas, pues Caesar nunca le había dicho algo así. Lo observó tratando de averiguar si no lo decía para hacerlo sentir mejor, no obstante, el chimpancé se limitó a revelar una sonrisa.

—De acuerdo, haremos lo que dices —Él se la devolvió y asintió.

La capacidad receptiva de Gunnar ha sido desde el principio un gran estímulo en la conexión entre ambos. También a la hora de afrontar y actuar sobre todo lo que estaba ocurriendo: los monstruos y los espejos. 

—Aun así, Silvia necesita un tratamiento. No es un monstruo como tú. Ahora vuelvo —expresó, pero antes de dar un paso, volvió a ser interrumpido, en este caso fue por su curiosidad. 

 

«Proceso de liberación inicial». 

«Termina en 30 segundos». 
 

Al igual que le ocurrió a él, Silvia lo estaba sufriendo. Las letras flotantes yacían encima de la mujer inconsciente, formando palabras exactamente iguales a las que había leído antes. Allí pudo confirmar que podían ser vistas por terceros. 

La única diferencia entre ambos era que Gunnar había pasado por este proceso en menos tiempo. A ese misterio le restó importancia porque los factores podían ser cientos. 

"El mal estado de Silvia es una bendición disfrazada". Envidió la suerte de ella, pues al estar inconsciente omitiría el sufrimiento por el que iba a pasar, algo que nadie querría experimentar; no obstante, se dio cuenta de lo equivocado que estaba.

Silvia abrió los ojos como si hubiera despertado de un sueño tormentoso y antes de que pudiera enfocar su visión, un dolor sacado del mismísimo infierno poseyó su cuerpo, dejando su mente en blanco. 

—¡¡Aaaahhh!! ¡¡Aaaahh!! ¡¡Aaaahh!!

Gritos de agonía recorrieron todo el patio y a cada segundo se percibía un creciente desgarro en ellos. La garganta estaba siendo afectada. 

Su piel amarilla se pintaba de rojo tomate y la sangre salía de sus orejas, boca y nariz. Todo igual, no había variaciones.

El tormento culminó y Silvia paró de gritar. Su respiración era tan profunda que su pecho subía y bajaba ansiosamente. Estaba asustada y desorientada, por lo que Gunnar se acercó y se agachó para atenderla. 

En el instante en que lo hizo, la rubia, sin reconocerlo, atacó lanzando una serie de golpes con una técnica exquisita. Por su parte, Gunnar se puso serio y alcanzó a esquivarlos a tiempo. 

—¡Silvia! —La llamó y ella detuvo sus movimientos. 

—¿Eh? ¿Gunnar? —Al verlo, la muchacha refrescó su memoria sobre lo sucedido antes de colapsar; recordó los monstruos y lo desesperada que estaba cuando se enfrentó al último de ellos. Fueron experiencias difíciles de digerir. 

Sus emociones se descontrolaron y sin dudarlo le dio un fuerte abrazo a Gunnar, el hombre al que antes le había dirigido unas palabras poco amistosas. Sin pudor ni vergüenza, se aferró a él sin querer soltarlo. 

—Gunnar... ¿Qué está pasando? No entiendo nada... Tengo miedo. Por favor, no me dejes sola —Sus manos querían ahogar a Gunnar por la fuerte presión. 

La mujer fuerte y desafiante que acababa de matar a docenas de ratas mutantes se mostraba más vulnerable que nunca. Algo que para cualquiera era normal si se miraba el panorama general de las cosas. 

—Tranquila, Silvia —Le agarró la cabeza, le acarició el pelo desordenado y empapado de sangre en algunas partes, y continuó. —Lo hiciste muy bien frente a esos monstruos. En mi misión descubrí un par de cosas, te lo explicaré todo cuando te hayas calmado. Hagamos lo posible por sobrevivir. 

Gunnar no paró de acariciar sutilmente con sus manos el pelo hasta que la mujer se fue calmando. Eso lo notó mientras estudiaba su respiración más sumisa. 

Era un poco extraño para él hacer eso, pero no había otra forma. Conociéndola, no duraría tanto tiempo en ese estado y pronto se recuperaría. Por otro lado, ella sería un gran refuerzo en este camino de supervivencia. Los dos se necesitaban mutuamente, como siempre.




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