La última defensa de la creación: Vol. 1

18 Poniéndose en contexto

Eran las 6 de la mañana. Gunnar yacía de pie en el techo del centro comercial y en sus manos agarraba una vara de hierro e impartía fuerza para doblarlo. Veía con claridad las venas tensas en sus manos y escuchaba el sonido de dicho objeto al torcerse lento y de forma constante. 

—Nada mal —se dijo tras ver los resultados. 

Alrededor de media hora, había hecho una prueba de velocidad donde quedó anonadado. Calculó que podría correr 15 metros en menos de un segundo con el impulso ya establecido. Cada uno de los atributos que tenía estaban fuera del sentido común.

Con la recolección de Origen ayer tras las peleas, coordinó los atributos en 38 puntos. Tal equilibrio fue fantástico para Gunnar, sin embargo, el más adictivo lo ocupó el de Inteligencia. La mente se actualizaba y los procesos cognitivos recogían esa maravilla. Lo que antes era, de alguna manera, complejo, ahora era juego de niño.

“No sé si podría acostumbrarme a esto”. Habló consigo mismo. 

Con el sol avisando su pronta presencia, se acercó Silvia, que dormía recostada en una pared con las pistolas cercas, pero, antes de despertarla, ella habló primero, todavía con los ojos cerrados.

—No hay necesidad, Gun. Estoy despierta. 

Conciliar el sueño no era tarea fácil para nadie y peor para ellos con un entorno hostil. 

Aunque sí existía alguien que podía dormir sin problemas. 

Gunnar vio a Caesar, este último tenía la boca abierta y estaba tirado en el suelo. 

—Caesar, es hora —lo llamó y fue ignorado, así que lo intentó otra vez—. ¡¡Caesar!!

El chimpancé se movió para cambiar de posición y continuó durmiendo con tranquilidad. 

Silvia se echó a reír de Gunnar que tenía los ojos fundidos de rabia. 

—¡¡Que te despiertes!! —Fue el tercer llamado. En esta ocasión se acercó para propinarle una patada en el trasero. 

Con un dolor punzante, Caesar se despertó sobresaltado. Observó aturdido quién le había pegado para devolverle la patada, no obstante, cuando notó a Gunnar con impaciencia, abandonó la idea.  

—Oh, lo que me faltaba… —Él puso una cara aún más molesta. 

El fuerte golpe al primate causó que el zapato derecho quedara hecho añicos. No tenía de otra que quitárselos. 

Después de risas locas de Silvia y pequeños arreglos, el trío bajó el supermercado que hoy, por obvias razones, no abrió. Entraron forzadamente y robaron comida. 

Cuando salieron, las calles se adornaban repletas de policías y fuerzas armadas por todos lados. Había una serie de disparos que se escuchaban muy lejos. Las Pesadillas no paraban de aparecer en sectores aleatorios.

—Ningún sitio es seguro —pronunció Silvia. Lo principal era buscar un lugar donde descansar y viendo el problema, comentó—. Conozco una ubicación segura para situaciones de emergencia del FBI utilizados por agentes encubiertos. Vayamos allí. 

—¿Está muy lejos? 

—Sí, pero para personas normales. Estaremos allí en menos de 2 horas. 

Estableciendo un próximo objetivo, el grupo corrió hacia la zona. Gunnar y Silvia no conocían bien la situación del mundo, tampoco se molestaron en buscar gente y preguntarle, debido a que era seguro que sabían menos que ellos. 

Durante la siguiente hora corrieron sin descanso, hasta que a decenas de metros lejos de ellos, hallaron una escena aterradora.

Siete personas con uniformes negros subyugaban múltiples Pesadillas. 

“Agentes”, afirmó Gunnar con el ceño fruncido. 

Todo iba bien para aquellos sujetos. Las Pesadillas estaban siendo opacadas por los intensos ataques.

—La situación está controlada ahí —comentó Silvia, ya había determinado una victoria para los agentes, pero, las cosas tomaron un cambio drástico—. Ohh… Esto se va a poner feo. 

Ellos pudieron distinguir a lo lejos una Pesadilla de 5 ojos arqueados en la cara y de 2 metros de altura, el mismo tipo que dañó el traje de Gunnar. 

—Ciertamente… —respondió él, sin desenfocar su atención de la escena—. Están en grave peligro. 

En su horrible boca, la Pesadilla masticaba a un agente de una estrella. Gunnar lo verificó gracias a la mira de su arma.

Entonces, terminando de comer, chilló tan fuerte que hizo sangrar los oídos cercanos.

—¡Es muy grande! —gritó uno de los uniformados. Se notaba en su expresión lo insoportable que era el sonido de la criatura. 

Esa Pesadilla disfrutó de la deliciosa y nutriente comida. El cuerpo no cambió bruscamente con relación a la apariencia que tienen las más pequeñas de su clase, como aquella que mató Silvia en la mansión, no obstante existía cierta aura de poder mayor. 

Los agentes se paralizaron de horror. Pensaban en miles de imágenes donde el monstruo delante de ellos los comía. 

—¡Qué carajos! ¡Corran! —advirtió el mismo hombre que previamente había hablado. Era el único que podía decir algo a pesar del miedo tormentoso en su corazón. 




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