La prematura batalla se extendió más de lo previsto. Las Pesadillas siguieron uniéndose y complicaba al trío. Silvia vació los cargadores tiempo después de la apertura del conflicto y ya empleaba la catana. Gunnar, al igual que la chica, se despojó de la franco y el rifle para bailar con las espadas dobles.
—¡Gunnar, necesito apoyo aquí!
—¡Caesar! ¡Ve y ayuda a Silvia, estoy ocupado!
Caesar oyó el mandato, se agachó para coger impulso y dio un gran salto. La carretera se agrietó un poco por la fuerza explosiva que utilizó.
En el aire, sujetó con fuerza la lanza y la tiró con potencia, cortando cientos de gotas de agua que caían del aguacero.
—¡¿Eh?! —Silvia ni se dio cuenta cuando una lanza más grande que ella atravesó el pecho del monstruo como un mismo rayo. Solo pudo expresar una cosa de su compañero—. Qué feroz…
Un instante posterior, la Pesadilla emitió un chillido horrible que afectó los oídos de los presentes.
—¡Diablos! —Ella, la más cercana, sufrió más. Tuvo a soportar la tortura y terminarla lo antes posible—. ¡¡Cállate ya!!
Sin contemplación incrustó la espada en el ojo central de los cinco que la Pesadilla tenía.
Esa corta acción todavía tuvo sus consecuencias, puesto que los demás monstruos quisieron aprovechar y embestirla, sin embargo, antes de que eso sucediera, Caesar cayó del cielo semejante a una roca gigante. Abrió su boca y golpeó su pecho con los puños. Su aura se manchó de ferocidad y arremetió contra las Pesadillas, sucumbiendo en ese instinto salvaje que tenía por naturaleza. Los nudillos entonces pulverizaron todo lo que hacía contacto con ellos. La escena fue sacada de una película sangrienta.
Silvia no perdió tiempo y corrió hacia él y arrancó la lanza incrustada en la Pesadilla.
“Esta arma es estupenda”, calificó y la balanceó tan elegante que parecía un arte. Una técnica contrapuesta a la del dueño.
Mientras ellos dos hacían de las suyas, alguien no muy lejos brillaba con un show de espadas. Su técnica era más versátil, puesto que podía ser tan fuerte como un rinoceronte o ágil como un felino.
El lugar allí ya estaba demolido por el maltrato que fue expuesto. Lo único que funcionaba era el drenaje de la acera que tragaba agua y sangre por igual.
Aunque, de repente, hubo un gran estruendo.
Un relámpago cayó cerca del campo de batalla y nubló el sonido de Gunnar siendo chocado con rudeza contra un vehículo. El hombre yacía con los brazos cruzados en forma de equis, cubriéndose la cara y los órganos importantes del cuerpo. En dichas extremidades tenía cortaduras que lloraban sangre.
“Eso estuvo cerca”, pensó. Las cejas estaban arrugadas y representaban enojo, dolor y molestia.
El reciente enfrentamiento era contra una Pesadilla feroz. Luego de atravesar las espadas en los ojos, fue expulsado volando por la fuerte garra. “Un segundo de retraso en mi reacción y las cosas hubieran terminado mal”.
Mientras tanto, la Pesadilla agresora corría sin rumbo fijo, con dolor y chocando con cuántos vehículos se topara en el camino. Pasaron unas respiraciones cuando por fin dio su último aliento de vida y se desplomó, machacando un auto.
—¡Agrupémonos y cubramos nuestras espaldas!
El rugido de Gunnar penetró la fuerte melodía de la lluvia. Se puso de pie y corrió en busca de las espadas para recuperarlas.
El trío se reunió y creó un pequeño triángulo. De esta forma, reiniciaron el enfrentamiento con un nuevo impulso.
—Evitemos en la medida de lo posible separarnos más de 5 metros.
Esa voz fue seguida de dos gestos de aprobación por parte de Caesar y Silvia.
Durante un buen rato, así vivieron ellos la batalla. No hubo ni un miserable descanso.
Cuando terminaron, el agotamiento fue visible. El único que recuperaba fuerzas a un ritmo constante era Caesar. Los otros dos, a pesar de aumentar la resistencia, el nuevo nivel de poder de los enemigos todavía cobraba factura al cuerpo.
—Dios mío, qué tortura… —Silvia protestó por la suerte tan divina que los rodeaba.
Fue por lejos la batalla más intensa que habían peleado. Ni en el hotel fue así de demencial porque el edificio no permitía a las Pesadillas asfixiarlos.
—[Cambiemos de zona, ya no es seguro].
Caesar advirtió sentado, mientras comía a los monstruos más poderosos asesinados. Lo dijo con tranquilidad, no obstante, el mensaje no tenía nada positivo. Gunnar no tuvo que traducir lo que dijo cuando Silvia habló.
—Déjame adivinar, tenemos que irnos —El primate mostró el pulgar arriba diciéndole que acertó mientras que con la otra mano mordía un ojo del tamaño de una naranja—. Qué problema.
Con un suspiro, la exagente aceptó el cruel destino.
—Caesar, vas a guiarnos en donde detectes menos monstruos. ¿Puedes hacerlo?
—[Sí, hermano, su energía es turbia. Es fácil].
—Eso es bueno. Si los espejos rojos no aparecen cerca, todo está bien. Come lo que quieras y después partimos. Silvia y yo nos encargaremos del resto aquí.