La última defensa de la creación: Vol. 1

29 Sophia

Desde lo más alto del edificio donde el trío pasaba la noche, una adolescente despertó desorientada. El dolor de cabeza la confundía. También tenía el brazo izquierdo entumecido.

“¿Qué está sucediendo?”. Se preguntaba, abriendo los ojos.

Había 3 siluetas borrosas a su alrededor sentadas junto al fuego y eso la confundió más. Para colmo, cuando posó su visión más allá, descubrió un cielo infernal.

“¡¿Dónde estoy?!”. Ya no había tiempo para tomarse las cosas con calma. Intentó mover los brazos, pero sintió un adormecimiento y hormigueo en uno de ellos; y era por la mala posición en la que estaba durante un tiempo. El dolor volvió a sus sentidos y gimió. Deseó no haber despertado.

—¡Ayy! ¡Mierda! —La chica aulló por las punzadas de dolor en la cabeza.

—Tan joven y con un lenguaje tan vulgar —Silvia contestó burlonamente.

La joven entonces reaccionó alarmada a la voz y enfocó su vista. Ahora sí alcanzó a ver a detalle a los 3 acompañantes; una hermosa mujer de cabello dorado claro, un hombre apuesto y un chimpancé de un color único tomaron forma. La escena confusa la desesperó un poco, por lo que se esforzó por recordar qué hacía ahí.

El dolor nuevamente la atormentó, y con las manos, se masajeó las sienes. Mientras sufría, fragmentos de recuerdos revivieron en su memoria. Todas las imágenes fueron completando el rompecabezas de su vida; sin embargo, se dio cuenta de ciertas partes nubladas con relación a cosas que su hermano le había dicho.

“Espera… ¿Hermano? ¿Benjamín?”. Como si una nube se diseminara, más recuerdos de los últimos momentos florecieron, y con ellos, las 3 personas que la secuestraron. “¡No puede ser!".  Se puso de pie en el acto y los ojos se afilaron. Era semejante a un depredador a punto de enfrentar a su enemigo jurado; pero cuando se preparó para atacar, el hombre sentado habló con calma.

—Están muertos. Los que te traían, los matamos.

Ella oyó y permaneció estática. El semblante agresivo abandonó su cuerpo inconscientemente en un instante por la sorpresa, no obstante al siguiente lo recuperó. “No puedo bajar la guardia. No sé cuáles son las intenciones de estas personas conmigo”, se dijo, decidida.

Analizó mejor el entorno y su atención fue prestada hacia el animal, que, bajo su punto de vista, era dueño de una mirada escalofriante. Su sonrisa sádica era acompañada con un rostro desbordante de inteligente. No había diferencia con una persona normal.

—¡¡Qué cosa es esa!! —gritó de miedo y cayó sentada en el suelo.

—Tranquila, es inofensivo, no muerde —respondió, indiferente a la asustada chica.

—Yo diría lo contrario, Gun.

Silvia entonó un estado de ánimo divertido por todo lo que pasaba. Las cosas no salieron como previamente discutieron, porque la joven parecía ser muy normal, muy sana. A pesar de ello, tampoco fue malo. Gunnar pensó igual que su compañera.

—Nadie te está atacando. Eres libre desde ahora… Bueno, miento —Hizo una pausa—. Necesitamos hacerte un par de preguntas y queremos respuestas sinceras. Te advierto, tenemos un detector de mentiras. En todo caso, si pasas el simple protocolo, te dejaremos en paz.

—Sí, siéntate. Ya estarías muerta si así lo hubiéramos querido, ¿no? —Ella argumentó un hecho lógico para que la niña se calmara—. Él es Caesar, un chimpancé con alta inteligencia. Es raro, por supuesto, pero no te hará daño si cooperas; Gunnar es el que está de este lado y yo soy Silvia ¿Cómo te llamas?

Permaneciendo en cautela, la niña atendió las palabras con cuidado. El hombre, el cual se llama Gunnar, era para ella el que potencialmente sería una mala persona. Respecto a Silvia, su personalidad era mucho más cariñosa. “Es verdad, ya estuviese muerta”, admitió, después habló todavía dudosa.

—Me… Me llamo Sophia.

La sonrisa de Silvia fue la clave para estimularle un toque de tranquilidad. El trío esperó muy paciente a que la chica terminara de verlos tan desconfiada y se sentara.

—Un placer conocerte, Sophia —habló Silvia.

Gunnar, siendo educado, también asintió y Caesar le guiñó un ojo.

“¡Dios mío!” Fue otra corriente de escalofrío que la sacudió mirando al chimpancé. Sentía que no podría acostumbrarse nunca. También omitió el tema respecto a por qué existía un animal así, centrándose entonces en lo más importante.

—Cuando quieras podemos iniciar. Creo que tienes todavía un par de preguntas, ¿verdad? —preguntó la rubia.

—Sí…

—Te explico... Estás ahora mismo en Boston, Massachusetts. 3 Personas de acento canadienses te trajeron con ellos cuando intentaron arrebatarnos este lugar para residir en él. No sé si estabas inconsciente cuando estalló el helicóptero que volaban o mucho antes —continuó—. El cielo que ves y todo lo relacionado con él, de seguro el Espejo Divino te informará. Lee todo y luego retomamos la conversación.

Como le aconsejaron, así hizo Sophia. De verdad se estremeció con la noticia cuando la leyó.

“Benjamín”, citó en su mente ese nombre otra vez. “¿Se habrá ido del planeta?”. 

Pronto negó con la cabeza, porque lo conocía y sabía que la debía estar buscando.




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