La última defensa de la creación: Vol. 1

35 Jornada larga y laboriosa

La muerte de la nueva especie encontrada merecía ser reconocida como una de las más espectaculares a los ojos de Silvia. No solo de ella, la pandilla y el dúo de Gunnar y Caesar tenían que apremiar la ejecución perfecta de las acciones, sin importar que la alta Inteligencia en sus atributos le permitieran realizar movimientos complejos con mayor precisión.

Saber cuándo, dónde y cómo moverse en un combate derivan de dos aspectos: el don natural y el trabajo duro. Así que a la adolescente no se le podía demeritar nada; era digna de elogios. Sin embargo, estaban en un espacio de lucha sangrienta donde lo más primordial, obviamente, era escapar con vida.

Las alabanzas de la rubia, aspirando a calificar lo que sus ojos presenciaron, fueron detenidas cuando la campana sonó anunciando el segundo round de la batalla. Esta vez hubo nuevas incorporaciones, las cuales fueron las mismas Pesadillas que Sophia asesinó.

—[Son 56 monstruos y varios más poderosos que aquella con el cuchillo en la cabeza] —reportó Caesar.

—Exterminemos a este tipo de Pesadillas hasta que los demás puedan defenderse —ordenó Gunnar.

—[Entendido, hermano. Yo estaré con la señorita Sophia y tú con Silvia. Es mejor dividirnos ahora que cambiaron las condiciones del partido].

Los dos compañeros aprobaron el nuevo plan con un gesto. El chimpancé, al recibir la luz verde, se agachó para activar un saltó de 50 metros de largo. Su figura se podía apreciar cortando las furiosas gotas negras mientras atravesaba la zona de batalla por los cielos.

Sophia acababa de recuperar su cuchillo luego de matar y pasar por múltiples Pesadillas, y cuando  volteó, la bestia con su blanco característico, ahora con tono oscuro, hizo acto de presencia cerca de ella. La adolescente se cubrió el cuerpo para protegerse de los pedazos de carretera que se esparcieron por todo el lugar.

—¡Caesar, no sea tan brusco y saltes arbitrariamente! ¡Un poco más y me hubieras dejado como puré de papa!

El animal entonces se rascó la cabeza para disimular su imprudencia. Sophia le sacó la lengua representando una mofa, lo cual concluyó en una mala acción, debido a que las gotas cayeron ahí y un sabor asqueroso tocó su paladar.

—¡¡Qué repugnante!! —chilló.

Caesar ignoró la desgracia de su compañera, pero también le gustó que ella se sintiera mejor. Luego aplaudió.

Sophia reaccionó instantáneamente y cuando lo vio alzar su báculo en posición de batalla, entendió lo que quiso decirle. Detuvo sus quejas sobre el sabor de la lluvia y se preparó para la dura batalla. Miró las docenas de Pesadillas y entendió que el día iba a ser muy largo.

“Ahora comprendo un poco más todo lo que mi hermano ha pasado durante los últimos meses. Esto es un maldito infierno”, pensó ella.

De este modo, la chica y el animal relucieron todas las habilidades del arsenal en una lucha interminable. Caesar era una máquina de exterminio. Tenía una energía casi infinita que fulminaba a cualquier monstruo cerca, zumbando el báculo por causa de los veloces giros que le ejercía. A medida que iba matando y se presentaba la oportunidad de comer, devoraba los cerebros de los cadáveres más fuertes.

A pesar de que Sophia no era lenta, no poseía esa capacidad devastadora. Ella actuó de refuerzo, eliminando las Pesadillas que Caesar dejaba libre deliberadamente. Con semejante compañero, se sentía que estaba en una especie de entrenamiento, pero uno infernal.

En el otro sector, la subyugación a una escala más grande desfilaba en las calles destruidas y bañadas en aguas negras. Sus protagonistas no eran otros que Gunnar y Silvia. La sincronización ni siquiera dependía de las palabras. Los dos se leían mutuamente y sabían cuando y cómo apoyarse. Las espadas filosas irradiaban un brillo y demostraban la gran calidad de diseño.

Había también cierto equipo liderado por un gigante con un hacha que podría definirse como el de menos rendimiento a pesar de que eran 4. No tenían la fuerza ni la destreza suficiente para dar una competencia, sin embargo, no estaban apenados. Eran los encargados de aniquilar los monstruos que pasaban los equipos en la vanguardia. El trabajo más factible para ellos.

James se puso de pie después de haberse estrellado aparatosamente en un muro. De la nariz y la boca corría sangre, ya que un monstruo lo golpeó con la parte exterior de la pinza en la cara cuando el hacha se incrustó en su cuello y lo tumbó.

—¡James, levántate! —gritó Mark—. ¡Vienen más de esas cosas!

El líder de la pandilla sujetó su nariz, la cual estaba doblada. Dio un respiró profundo y en un solo acto la volvió a colocar en su sitio. Se pudo escuchar cuando el tabique nasal tronó en el procedimiento.

—Qué jodida situación en la que me he metido —declaró James, todavía sin aceptar que había dicho sí a participar en la matanza—. Extraño mis días donde lo más peligroso era una simple pistola…

Se levantó y continuó junto con los demás.

Todos pelearon y pelearon hasta más no poder, y así, permanecieron durante las próximas 7 horas en la interminable contienda.

Durante ese tiempo, hubo períodos de descanso que tomaron para recobrar energías. La zona libre de Pesadillas era de mucha ayuda en esos casos, porque al entrar, los monstruos perdían el interés de perseguirlos.

El equipo ahora yacía sentado fuera del alcance de los horrendos seres. La lluvia había cesado horas antes; no obstante, el clima oscuro y sombrío permaneció.

Gunnar se veía demolido de cansancio. Las respiraciones requerían mucho esfuerzo. En cuanto al aspecto físico, no presentaba heridas importantes, únicamente estaba bañado en grande por todo el cuerpo, aunque dicho líquido no era suyo. Los demás no eran muy diferentes a él con relación a la sangre adherida, pero la pandilla sí sufrió lesiones considerables.

James tenía la cara partida, cortes y moretones en el cuerpo, y los secuaces parecían haber recibido la paliza de su vida. Ponerse de pie sin duda les era doloroso. Con relación a las dos mujeres, solo adquirieron un par de cortes menores. Nada de qué preocuparse.

—Verlo comer monstruos y no humanos es más fácil para mí de procesar —dijo Sophia, viendo a Caesar devorar una montaña de Pesadillas—. Apartó a los más poderosos y los envió a esta zona. ¿Por qué come tanto y dónde va toda esa comida?

—Supongo que le encanta. Además, si me preguntas por qué no se llena, tal vez es porque tiene lava en el estómago —bromeó Silvia, sin revelar información.

La adolescente miró a la rubia luego de escuchar lo que dijo, quiso intentar seguir con el asunto por curiosidad, no obstante, al encontrarse con la sonrisa de la mujer junto a unos ojos muy penetrantes, renunció el asunto. “Casi me meto en problemas”, pensó.

—En 45 minutos abandonaremos el lugar para volver a casa. Mañana todo el que pueda, repetirá la rutina —informó Gunnar.

—Pasaremos por el supermercado para revisar que no haya ladrones intentando robar nuestra comida —Silvia sugirió.

—Me parece bien —él, el líder, aceptó.

Los minutos transcurrieron y el grupo se levantó para ponerse en marcha. Caesar logró absorber una cantidad alta de Origen antes de partir, comiéndose un par de cerebros de Pesadillas poderosas. En ese órgano la concentración era más densa.

—Listo. Nos vamos.

Cuando Gunnar dio las indicaciones, el animal giró de repente en dirección hacia el territorio infectado de Pesadillas.

“Detectó algo poderoso”, pensaron los que tenían conocimiento de su habilidad.

Los ojos de todos se dirigieron a la distancia. Allí, una nueva especie de Pesadilla de 3 metros de altura se apoderó de la atención del grupo. Era totalmente diferente a las demás, ya que… era peluda.

—¡¡¿Esas son Pesadilla?!! —Sophia se sobresaltó.

Había 10 Pesadillas de dos patas, peludas al igual que un oso y de color marrón. Su forma corporal era extraña; la cabeza media la cuarta parte de su cuerpo y la boca se extendía de oreja a oreja, donde se podía ver abundantes dientes desordenados y escalofriantes. Era fácil estimar que podía masticar medio cuerpo humano de un bocado. Otro detalle era que no tenía nariz y en su cara faltaba el cabello peludo.

—Es el ser peludo más feo que he visto en mi vida —dijo Mark, con estupor.

—¿Ya vieron al más grande? Miren lo que trae en las garras —indicó Silvia.

Siguiendo el consejo, Gunnar enfocó su concentración en dicho monstruo. Un pedazo de torso humano yacía en esa parte, pero lo que inquietó al grupo fue el uniforme de agente que cubría parte de él. A pesar de las malas condiciones, nadie dudó identificarlo.

—¿Qué tan fuerte serán?

Gunnar pareció preguntar a nadie en especial, sin embargo, era un camuflaje para no revelar secretos innecesarios sobre Caesar. El chimpancé oyó y con señal, pasó su estimación.

—[Tan fuerte como Jayden, hermano. El que mide casi 4 metros puede darle pelea a la actual Sophia en cuestión de concentración de energía, o bueno, Origen, como es su nombre real].

“Fuertes”. Estos seres eran muy poderosos. “Pensar en que pueden seguir elevándose me causa dolor de cabeza. Tenemos que actuar con prontitud”.

—Caesar, mátalos —ordenó Gunnar—. Comételos y nos alcanzas.

La mejor forma de evitar una evolución de esos seres era eliminándolos por completo. La oportunidad estaba justo al frente como para desaprovecharla, por eso, mandó a Caesar a ejecutar el trabajo.

—[Perfecto, hermano].

El animal descomprimió su arma y se fue directo a las Pesadillas para exterminarla. Descubrieron que esos monstruos resultaron tener mayor resistencia a los golpes que otros. Aun así, murieron sin misericordia.

Mientras Caesar rodaba los cadáveres a un espacio cómodo y, seguro, el grupo ya se había marchado.

Ellos llegaron al supermercado, comieron y encerraron los alimentos. En la puerta de almacenamiento de alimentos, había una camioneta triturada con la apariencia de una bola de papel. Aunque no evitaría Liberados fuertes, al menos sí a los débiles. Y el que intentara robarles, tendría que asumir las consecuencias.

Caesar los alcanzó antes de que se fueran. Cargaron una porción considerable de alimentos para traerlos al edificio. Poco tiempo después, el dulce hogar les dio la bienvenida. El primate no halló rastros de vida, por lo que no pudo cenar esa noche.

El segundo día entonces pasó. Los Liberados que deseaban sobrevivir se esforzaban hasta los límites esperando estar listo para afrontar lo que se avecinaba. Pero, en cuestión de días, se sabría cuáles trabajaron lo suficiente.



 




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