La última defensa de la creación: Vol. 1

37 Apareciendo

—¿Joven de 18 años? Todos los que ves aquí son los únicos que están —Gabriel respondió—. Si lo encuentras entre nosotros, llévatelo.

La expresión cabreada de Malcom estaba que mataba y comía del muerto. Al lado de él había 10 personas más, entre las cuales estaban los 3 agentes de 2 estrellas. El detalle yacía en uno de ellos, Robert, el segundo más fuerte. Tenía la nariz partida. Era obvia evidencia de una reciente batalla.

—No está aquí, Sr. Malcom. Estamos perdiendo el tiempo. Busquemos en otros lugares —Dylan sugirió.

—Sigamos moviéndonos, no debe estar muy lejos. ¡Vámonos!

Dejando fragmentos de pavimento por el aire, saltaron sin despedirse y no volvieron aparecer más. Su repentina interrupción causó un silencio rotundo en el espacio de reunión que solo Gabriel rompió.

—Alguien más que también tiene la suficiente valentía para molestar la vida de ese monstruo.

—Apostaría a que los minutos de vida del chico están contados —Gregor respondió—. Esa cara solo se tiene al guardar rencor u odio.

—Como sea, no es algo que nos importe —Lina habló, mirando a Gunnar de arriba a abajo con un rostro indescifrable—. Nos vemos mañana, querido. Cuídate.

No había nada más relevante para contar. Ni teorías ni pistas. Cuando esto sucedía, lo cual era siempre, simplemente culminaban el encuentro. Aunque no hayan adquirido frutos desde que establecieron el acuerdo, no lo abandonan porque nunca se sabía si una pequeña información les salvaría la vida.

—Bien, los esperamos mañana a la misma hora.

Las palabras de Gabriel fueron seguidas de su partida, y en menos de 5 segundos, únicamente permaneció los grupos de Gunnar y James. La hermosa rubia se tocó la barbilla con gestos pensativos luego del alboroto previo.

—¡Ja, ja, ja! —soltó una pequeña risa repentina—. La cara del tipo rudo con estrellas estaba más arrugada que un bulldog. Se lo merece por feo.

—Qué argumento de mierda es ese —expresó Gunnar. Había esperado un comentario más objetivo por lo que se detuvo a escucharla—. Salgamos de aquí.

—Al menos no se armó una refriega. Mis hombres están tan demolidos que no les alcanzaría escapar. Hubiera sido trágico —James se sinceró. Creyó que una pequeña confrontación podría ser el final para ellos. Al menos la suerte estuvo de su lado y pudieron irse de ahí sanos y completos.

Pronto, todos ya estaban en el edificio y lugar de residencia, descansando del difícil día.

Ahora la indeseable noche, envuelta en muertes y atrocidades, se apoderó de Boston. El frío viento se adhería a los edificios, autos y cuerpos de las personas que caminaban en las calles bajo el cielo rojizo oscuro. La ciudad y el planeta entero no era más que un enorme basurero repleto de bestias salvajes en busca de comida.

Sin embargo había escasas excepciones, y el grupo de Gunnar era una de ellas. Su guarida era un gran edificio en buenas condiciones y muy espacioso, debido a que nada más 8 personas residían en él. Aunque antes no era el más lujoso, ahora sí; un hotel paradisíaco.

—Caesar, vamos a negociar —Una voz sexy e incitadora se escuchó en la cubierta del edificio—. Hoy preparas la comida y mañana te cubro para que puedas comer más Pesadillas. ¿Qué tal?

El primate pensó en piernas cruzadas la jugosa oferta. Quería aparentar hacerse el difícil, pero fue inútil. Su debilidad había sido expuesta desde hace mucho tiempo. Por otra parte, el trato teóricamente era más conveniente para él. Notó que ella lo miraba con una sonrisa segura y respondió:

—[Muy bien, señorita Taylor. Está hecho].

Silvia aplaudió de felicidad por el exitoso acuerdo. El caso llegó a tales instancias, puesto que hoy ella debía preparar la cena. No hubiera sido un problema si la cantidad fuera la normal, pero sus estómagos exigían porciones exageradas. —¡Caesar es el mejor cocinero! —Elogió con entusiasmo. Parecía un rato agradable.

El que tenía otro tipo de pensamientos era Gunnar. Miró a rubia y dijo: —Si no hallamos un método que sea más efectivo para saciar nuestros cuerpos, será problemático en el futuro.

—Naturalmente existe. Quizá después de cruzar la dimensión la respuesta sea más fácil —expresó Silvia, dirigiéndose hacia Gunnar. Quitó pequeños plásticos alrededor de él y se acostó en sus piernas con suma confianza—. El fin del mundo está cerca y las verdaderas pruebas también. Pronto iremos ahí.

—¿Y si morimos? —Sophia, que había estado callada hace rato, de repente formuló la pregunta. Era fácil adivinar qué la tenía así, por eso habló. Sus ojos igualmente alegaban ese hecho—. ¿Qué piensan de eso?

Pasaron un par de segundos de puro mutismo por parte de los presentes que parecieron años hasta que Gunnar tomó la palabra.

—Claro que es una posibilidad y de hecho muy alta —dijo, mientras observaba a Silvia cómodamente tomando sus piernas como almohadas. Luego alzó la vista y la fijó hacia ella—. Sin embargo, tener la mente agobiada por eso no vale la pena, y vivir con miedo tampoco. Se requiere una mente empoderada y segura para seguir viviendo dignamente en este infierno… Se necesita una mente fuerte, Sophia.

La chica escuchó con atención lo que Gunnar tuvo para decirle. Eran palabras filosóficas que ella misma podría haber dicho de forma similar al momento de dar un consejo positivo, pero halló una variable clave. Lo que distinguía las afirmaciones se precisaba en el aura que expulsaba cuando hablaba, como si su alma resplandeciera y apoyara cada sílaba con orgullo. El semblante se sentía más magnífico que los discursos de guerra de un rey antiguo antes de marchar a la batalla, por simple que pareciera. Al menos así lo veía.




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