—Robert, haz lo que puedas con Dylan. El resto no haga nada si no están autorizados por mí —ordenó Malcom. Luego, sacó de su bolsillo una caja de cigarrillos maltratada y cogió uno. Por desgracia, el encendedor se había vuelto trizas desde hace horas, pero hubo un impactante suceso que desconcertó a los Sophia y a Benjamín.
El hombre de mediana edad chasqueó los dedos, y de ahí, una pequeña llama apareció para prender el cigarrillo.
—Eso es... —pronunció Sophia sin terminar la oración. No quería creer lo que estaba viendo. Era como si, al decirlo, las esperanzas de ser mentira se desvanecerían.
—Sí, Control de Origen —confirmó su hermano con amargura—. Un agente de este calibre se quedó en este mundo... En definitiva, la Unión Mundial quiso ir a lo seguro.
—¿Y qué podemos hacer con un Liberado de ese nivel?
Benjamín giró la cabeza y notó la creciente ansiedad de su hermana. —Sophia, asustándote, solamente empeorará las cosas —aconsejó—. No sé una respuesta concreta a tu pregunta, pero atacar no será la opción más práctica. ¿Qué tienes para decir tú, Caesar?
Llamó al animal, que se había mantenido enfocado en Malcom y su Control de Origen.
—[Ya les dije, están conmigo. Me ocuparé de ese sujeto].
Sophia tradujo las señas del primate. Benjamín después permaneció muy pensativo. No conocía las capacidades de un individuo manifestando el Control de Origen, así sea tan leve como el del agente, sin embargo, entendía que tal hazaña traía sus ventajas. Quizá estaban subestimando demasiado a su rival. "Lo más seguro es que de aquí no podemos escapar. Alguien tiene que enfrentarlo".
El proceso de pensamiento se pausó cuando el sonido de pasos se escuchó. Caesar caminó sin afán hacia el agente de 3 estrellas. Postura recta e imponente. Se posicionó en un espacio más o menos limpio de ruinas, esperando a su rival.
Malcom, con mil preguntas en la cabeza sobre el misterio del animal y la fuerza real que él poseía, le hizo un gesto con la mano para que lo esperara hasta terminar de fumar. El círculo amarillo que consumía el cigarro corrió a la zona de filtración sin detenerse, hasta terminarlo por completo. Después, abrió la boca y expulsó una gran nube de humo al cielo.
—Vaya, creo que es el cigarro más rápido que he fumado... No importa, el trabajo me llama.
Caminó los próximos 50 metros, siendo el centro de atención para el público que observaba callado y expectante por lo que iba a suceder en los próximos segundos.
Los escombros desaparecieron y sus pies tocaron la tierra. El espacio donde entraron podría decirse que era terreno el cual estaba siendo nivelado para una construcción de quién sabe qué.
—Eres el ser más raro que mis ojos han visto. Definitivamente, te sacaremos muchos beneficios si te capturamos y traemos al laboratorio. ¿Puedes entenderme, verdad?
Malcom guardó silencio, dándole el turno al primate de expresar cualquier cosa, pero el mensaje recibió cambió su estado de ánimo a uno más serio.
Caesar desenfundó una sonrisa fría y apuntó la vista hacia Dylan, el cual estaba siendo tratado con pomadas curativas por Robert. Lo señaló con el dedo índice, luego, dirigió su mano al cuello y se pasó los dedos en forma horizontal de extremo a extremo. A pesar de que no hablaba, se entendió perfectamente su intención, porque el lenguaje era de carácter universal: quería matar a Dylan.
No obstante, Caesar no se detuvo. Apuntó esta vez a Malcom y también replicó el mismo gesto. En el cuello, se dibujó una línea roja al pasar su mano embarrada de sangre en él.
—Oh, con que así son las cosas. Qué triste, eso nunca sucederá. Aquí estoy yo —dijo el hombre, quitando las manos de sus cuchillos y renunciando a sujetarlos—. ¿Sabes pelear a mano limpia?
La pregunta de Malcom tuvo su respuesta cuando Caesar colocó su báculo comprimido sujetado en la espalda. El capitán entonces hizo una posición de lucha y lo invitó con las manos izquierda a que atacara, cediéndole el inicio de la batalla.
Caesar aceptó el reto, y como un cañón, estalló frente al rival, entregando un brutal puñetazo justo en la mejilla. La tierra alrededor brincó de tan impresionante disparo y los soldados que veían la pelea también les saltó el corazón. El animal los había deslumbrado con un ataque aún más letal que los anteriores.
"Increíble...", pensó Marcus, yaciendo sentado con diferentes herramientas curativas. Entre ellas, había una caja con varias agujas e hilo. Las quitó de su puesto y enhebró el filamento de metal, entonces atendió la puñalada en su hombro y se cosió, apretando los dientes. Esta acción sucedió tan rápido que parecía irreal en los ojos de una persona normal. "Pero, el capitán también es un monstruo...".
Volviendo al escenario principal, después de un instante del impacto, Malcom permaneció con la cara ladeada con parte agredida completamente roja. Además, en la boca le corría unas largas gotas de sangre que caían en el suelo.
—Demonios, habían pasado un par de meses desde que alguien pudo golpearme de esta manera —habló, acomodando el rostro, mirando en frente y escupiendo un montón de sangre—. Lo admito, confié en creer que no me causarías este daño. ¡Es mi turno!
Mientras gritaba la última frase, ya estaba cargando contra el chimpancé, clavándole los nudillos en la misma zona donde él recibió el puñetazo. Los efectos fueron similares a los de Caesar, y los conmocionados esta vez fueron los hermanos. Sophia instintivamente apretó el brazo de Benjamín que tenía enrollado en los suyos.
—No pierdas la calma, hermana. Deberías ser tú quien confié más en Caesar que yo. Eres la que ha estado con ellos durante estos días y te llevas de maravilla con él, ¿no?
La asustada chica agrandó los ojos de sorpresas por las palabras del joven. "Es verdad, yo... Yo tengo que creer más en Caesar. Al final, ¡Es el más fuerte de todos!".