La última defensa de la creación: Vol. 1

49 Malcom contra Caesar II

En el área, los espectadores y los dos luchadores estaban listos para el segundo encuentro. En sus mentes, esta era la parte final, donde nacería el ganador y habría una sentencia para el lado perdedor.

Era tan claro que Sophia lo entendía perfectamente, por eso, el corazón bombea igual que una máquina descontrolada a punto de sobrecalentarse y explotar. Cerró los ojos y soltó un grito que dio inicio al combate.

—¡¡Acábalo, Caesar!!

El primate detuvo los movimientos del báculo en seco, causando una bomba de viento circular. Luego exhaló tan ferozmente que expulsó vapor por los orificios nasales. Ahí fue cuando pisó firme la tierra y corrió a toda velocidad.

—¡¡Te mataré!! —rugió el hombre de mediana edad.

Sin permitirle volver a tomar la iniciativa, Malcom aceleró con las mismas ganas. La considerable lejanía entre ambos fue cruzada en segundos y las impresionantes explosiones sacudieron todo el terreno.

De un lado a otro, así se reproducía la pelea. En un instante los contendientes se rodaban varios metros, ya sea por no dejar respirar al oponente después empujarlo lejos o porque la propia intensidad de la batalla lo pedía.

Ellos iban destruyendo las débiles edificaciones sobrevivientes y esto sucedió durante un minuto entero. Era un completo espectáculo presenciar a estos dos rivales hacerse pesados. Pero, por desgracia, no existía una persona que estuviera disfrutando del evento.

Aunque el suspenso cortó las cuerdas vocales de cada uno, los sentidos, en especial la vista y la audición, perseguían espléndidamente intensidad de los peleadores. Entonces, se escucharon ráfagas de impactos y una figura voló por segunda vez con más potencia que en la primera ocasión.

—¡Mierda, qué demonios pasó ahí! —dijo Marcus en voz alta. Un mal pensamiento alumbró fugazmente su cabeza y la preocupación lo fue carcomiendo. No obstante, la voz de un soldado tranquilizó su alma.

—¡El animal! ¡Fue el animal al que golpearon!

La revelación causó un dolor de estómago a Sophia, ya que la tensión que estaba viviendo era muy extrema. De forma imprevista, soltó el brazo del hermano y trató de ir a ayudar a Caesar; sin embargo, sintió un tirón en su muñeca que la frenó.

—¡¿Qué haces?! —preguntó la joven rabiosa. Estaba ansiosa—. ¡Suéltame ya mismo!

Benjamín observó a Sophia fijamente. Ella giró su rostro hacia donde el chimpancé cayó, vio a los soldados y finalmente regresó los ojos a su intratable hermano. 

—No seas tonta. Controla tus emociones y analiza mejor las cosas… Te estás cegando.

—¿Qué quieres decir? —preguntó confundida. Continuaba ejerciendo fuerza en el brazo con la intención de soltarse.

—Mira a los agentes —dijo, esperando a que Sophia siguiera las indicaciones—. ¿Vez al sujeto llamado Robert? Él, a diferencia del resto, tiene una cara ligeramente sombría. Está viendo algo que nosotros estamos pasando por alto. Concéntrate, tonta.

Benjamín aflojó su apretón y lo fue abriendo con calma hasta que Sophia estuvo libre de hacer lo que quisiera. Ella cedió a las deducciones presentadas y apretó el puño, aguantando el estímulo de saltar donde Caesar.

El área en la cual el chimpancé fue cubierto por los escombros se agitó, y posteriormente, dichos escombros se esparcieron por todos lados. En el centro, una inconfundible mancha blanca se movió a paso lento.

Caesar se agachó a cierta distancia para recoger a su báculo que había caído en un punto distinto. Su pelaje yacía cubierto de suciedad y sangre, marcando con claridad el daño recibido. Aunque, había una sonrisa asesina contrastando su condición física lamentable.

Como si el sentido del dolor no existiera en él, inició una serie de estiramientos que derivó múltiples sonidos de huesos tronando. Lo realizó hasta estar satisfecho.

—¡Tú puedes, Caesar! ¡Es tiempo de enviar a ese tipo al infierno!

El animal oyó los mensajes motivadores de Sophia y alzó el pulgar derecho en respuesta, quitándole un peso emocional a la pobre chica.

Mientras esto pasaba, el otro contrincante también se dejó ver abandonando un pedazo de pared que ocultaba su presencia. Su estado era preocupante, estaba acabado. Casi no había un espacio en el cuerpo que no estuviera bañado en sangre y bordado de heridas. La cara tampoco se salvó, porque un corte horizontal provocó un derrame de sangre que la ensució; sin embargo, por más ensangrentada que estuviera, su expresión agria se pintaba a la perfección.

Era fácil adivinar el por qué. Estaba envuelto en una situación problemática y con el último choque, se dio cuenta de que las esperanzas se iban apagando; una verdad perturbadora.

“Ese animal… Esa cosa sigue aumentando su fuerza”. Reconoció la cruda realidad cuando los impactos iban potenciándose a tal grado que, actualmente, arrojó una cifra de 80% más poderoso. “No importa. Lo derrotaré o moriré en el intento”.

Malcom despejó cualquier pensamiento pesimista y emprendió una carrera que fue tomando velocidad gradualmente mientras el infernal dolor de las lesiones eran resistidos a pura voluntad. Observó al primate que no movió ningún músculo, sino que tenía una sonrisa bien irritante para el capitán.

—¡¡Muere!! —Gritó con fuerza.

Al no tener los cuchillos, preparó el puño para darlo todo en el siguiente golpe. Y sorpresivamente, su mano derecha se iluminó de amarillo, representando las llamas adheridas a ella. El fuego se prendía y apagaba, hasta que se estabilizó. Entonces, golpeó.

Directo. El puñetazo conectó con la mandíbula del objetivo; sin embargo, las cosas no salieron igual a las que él hubiera querido. La muñeca del brazo se dobló.

—¡¡Aaargh!! —Sintió el dolor.

Caesar se tocó la boca ensangrentada con la mano, dibujando la cruel sonrisa, y en ese instante, mostró los filosos dientes. La apariencia se volvió sádica.

A Robert y a los demás miembros de la Unión Mundial, los vellos se le pusieron de punta. Se veía igual a un demonio.




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