La última defensa de la creación: Vol. 1

50 Después de la batalla

Los agentes siguieron su camino sin detenerse. Caesar y los hermanos los vieron escapar hasta hacerse invisibles. El silencio no pudo disfrutar nada porque Sophia lo ahuyentó.

—¡Caesar, muchísimas gracias por venir a salvarnos! —dijo, yendo donde el animal para cobijarlo con sus brazos, manchándose de sangre en consecuencia, pero no le importó—. No quería estorbarte en tu pelea, lo siento mucho.

—[No te preocupes, hubiera venido sin que lo pidieras. Benjamín tiene el nivel suficiente para pelear con uno, pero tú estabas en riesgo] —comunicó, sin el lenguaje de señas, sino con los labios—. [Es una lástima que huyera mi el platillo principal. Hasta le dije que me lo comería].

Sophia, al mirarlo, alzó una ceja, confundida. —No te entiendo bien. No sé leer los labios —confesó—. ¡Enséñame! ¡Quiero verte comunicarte así de ahora en adelante!

—Si eso quieres, yo seré el que te ayude —Se integró Benjamín en la conversación—. Y eso sería en otra oportunidad. Hay que marcharnos de aquí con prontitud.

Les recordó lo qué iban a hacer antes de que aquellos agentes aparecieran y los atacaran. Ya faltaba poco para que el tiempo acordado entre el grupo acabara, por lo que debían marcharse.

Benjamín absorbió el Origen cuantificado que botó el cuerpo del que asesinó y Caesar buscó los suyos. No olvidó arrancar la cabeza del otro hombre y comérselo en el camino, ya que una de sus comidas preferidas era la carne humana, por no decir que la número 1. Con un gesto de aprobación de Caesar, se fueron.

Justo en el lugar donde se dirigían, aparecieron algunos Liberados cumpliendo el acuerdo.

—Oh, ustedes son muy puntales. Todavía faltan unos minutos —Silvia, de esta manera, saludó a la pandilla—. ¿Qué tal les fue?

—Imaginé una mejor estimación en mi mente antes de iniciar, pero no nos fue tan mal —respondió James.

—Qué bien por ustedes. Bueno, esperemos a los faltantes —Ella invitó a descansar.

Los personajes esperados aparecieron precisamente segundos antes de que el tiempo terminara. Gunnar y Silvia se levantaron sorprendidos al ver cómo estaba Caesar. Se fueron directamente hacia él para pedirle explicación.

La que narró lo sucedido fue Sophia, quien tenía un don a la hora de expresarse. Contó de pies a cabeza la historia, sin rellenos ni exageraciones. Gunnar y Silvia permanecieron callados y muy analíticos.

—Caesar, pensé que podías darle una paliza a Malcom sin que terminaras así —pronunció Gunnar.

—[Hermano, la pelea estuvo muy interesante. Pude absorber el Origen en mi cuerpo, que estaba atascado, y probé un par de técnicas mediante avanzaba la batalla] —dijo, con claro brillo de emoción en sus ojos—. [Tengo que admitir que ese sujeto es muy fuerte].

—¿Era necesario que quedarás así de grave?

—[Sí. Actualmente estoy más que listo para retarte]. 

—¡Oh, por Dios! ¡Caesar, estás comunicándote ahora con los labios!

Silvia interrumpió, exclamando emocionada. El tema había perdido importancia para ella cuando supo que el chimpancé podía tratar a Malcom como un muñeco y su interés se postró en el nuevo método comunicativo.

La siguiente en participar fue Sophia, la niña también expresó su encanto por este hecho y pidió que le enseñara, alegando que tomaría clases de ella y de Benjamín. No quería hacerle perder demasiado tiempo a su hermano, así que lo quiso dividir entre los dos. Silvia no tuvo inconvenientes y las clases iniciaron apenas le dio el brazo de Gregor al chimpancé de regalo.

Gunnar las dejó concentrarse y mandó a Caesar a recoger cuerpos de Pesadillas más pequeños en las cercanías del parque ecológico; tenían el estómago vacío y había que preparar comida. En esta ocasión, a él tocaba prepararlo. La pandilla, por su parte, persiguieron al animal para buscar lo suyo.

Con los cuchillos de Sophia prendieron fuego y tanto James como Gunnar realizaron su rol de cocineros. Caesar no se detuvo solamente en los cadáveres del equipo, prosiguió hallando más para devorarlos. Tras la intensa lucha, era primordial recuperarse de las heridas.

Entonces, la comida estuvo lista y con los estómagos rugiendo casi no masticaron, sino que tragaron de lleno, en el caso de la pandilla.

—¿No quieres cerebro, preciosa? —preguntó rubia.

—¡Silvia! —Sophia se enojó por la burla. Cada vez que recordaba se avergonzaba. 

—Lo siento, lo siento —Se disculpó—. Ven conmigo, te daré unas clases extras al terminar.

Con esa dulce propuesta, las dos chicas se juntaron y conversaron de esto y aquello. Mientras tanto, Benjamín se levantó en silencio y se dirigió al segundo hombre más joven del grupo. Esa persona yacía comiendo su tercer cerebro.

—¿Necesitas algo? —le preguntaron al adolescente.

—¿Por qué me permitieron quedar con ustedes? —Fue directo—. No creo que Sophia sea la razón. Claro, si es que eres tú el que toma las decisiones.

Se sentó en una piedra relativamente buena para ser un asiento. Observó a Gunnar girar y apuntarle los ojos.

—El hombre llamado Dylan había dicho algo que me enojó sobre Caesar y decidí saldar cuentas con él cuando tuviera la oportunidad —confesó—. Sin embargo, fue el propio Caesar quien realizó el trabajo, y según lo que contó tu hermana, también tengo que asesinar a Malcom si milagrosamente sobrevive. Nadie tocará a mi hermano. Por ende, tu problema se soluciona si yo termino mis asuntos con ellos.

—Entiendo —La explicación lo satisfizo y cerró ese tema—. ¿Crees que Malcom sobrevivirá?

—La mayor probabilidad es que no, pero si pasa lo contrario, será mejor que evite coincidir conmigo. Sé que es un tipo rudo, pero quiero información sobre el Control de Origen y tengo métodos que me ayudarán a forzarlo a hablar.

Benjamín escuchó, se calló y retomó la comida que había abandonado. La conversación vio su final. Las mujeres pasaron el rato conversando cosas de chicas y reiniciaron las clases.




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